Promesas en Teherán
Los hechos darán la medida de la esperanza suscitada por el relevo presidencial iraní
El primer mensaje al Parlamento de Hasan Rohaní como nuevo presidente de Irán es esperanzador, sobre todo por contraste con los años incendiarios de su antecesor, Mahmud Ahmadineyad. Rohaní, elegido sorprendentemente en la primera vuelta de los comicios presidenciales de junio, ha dicho que los iraníes votaron por la moderación y la esperanza, y promete avanzar en los derechos de las mujeres y reducir la insufrible intromisión gubernamental en las vidas de los ciudadanos. En tono conciliador, asegura transparencia y apela a ella en las negociaciones nucleares y pide el fin de las sanciones internacionales que mantienen en ruinas la economía iraní.
El cambio presidencial en Irán, fruto de la voluntad popular para abandonar una política de confrontación y aislamiento, invita al optimismo, dentro y fuera, por limitados que sean los poderes de su titular frente a los del sumo sacerdote Ali Jameneí y el estamento ultraconservador. Para Occidente, puede anunciar una actitud más pragmática del régimen de los ayatolás en la crucial cuestión nuclear.
Estados Unidos y Europa, sin embargo, harían bien en evitar echarse en brazos del nuevo jefe del Estado, por alentador que sea su alineamiento con los moderados o por diferente que suene su discurso. Occidente debe dar tiempo a Rohaní para afianzarse y establecer prioridades, sin acorralarle al comienzo de su mandato. Pero ni Irán es una democracia ni su flamante presidente un cuerpo extraño al régimen clerical, sino uno de sus miembros destacados. Como tal ha participado en el diseño de los objetivos que enfrentan a Irán y las potencias democráticas, desde el designio atómico a la búsqueda de la supremacía chií. Siria, donde Teherán y su milicia libanesa Hezbolá lo apuestan todo por el tirano El Asad, será una prueba temprana de sus intenciones.
Editoriales anteriores
La llegada de Rohaní devuelve al frontispicio de la crisis la negociación nuclear. Es la hora de que Europa y Estados Unidos en particular escuchen sus propuestas y se abstengan de nuevas sanciones. Pero ese periodo de gracia está acotado por el avance imparable del reloj atómico. Irán, que patrocina movimientos terroristas y rechaza la existencia de Israel, se acerca al momento en que podrá disponer del arma nuclear —la definitiva línea roja señalada por Obama—, y con ella de la indisputada hegemonía regional. Cualquier eventual acuerdo con Teherán debe contar con los instrumentos necesarios para evitarlo.
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