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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pocas bromas con el alcohol

Debería procurarse que el intoxicado etílico al volante no tenga escapatoria legal

SOLEDAD CALÉS

Es difícil detectar un propósito claro en las modificaciones en la Ley de Tráfico y Seguridad Vial que acaba de introducir el Gobierno. Son tibias, inocuas como un excipiente y tan poco llamativas como un folio en blanco. Lo único relevante es que parecen centrarse en combatir el consumo de alcohol entre conductores, sin duda el enemigo mortal de la seguridad en carretera; ahora bien, la severidad, si se pretendía ejemplar, ha quedado a medias. La multa por conducir bebido se duplica de 500 a 1000 euros, pero tan relevante como la sanción era reducir la tasa permitida de alcohol en sangre. Casi todas las conductas irresponsables en carretera, incluso el exceso de velocidad, palidecen ante la actitud de quien bebe antes de ponerse al volante, porque la priva, como se dice ahora, las agrava todas. Debería penalizarse todo vestigio de alcohol. Y, lo que es tan importante como endurecer la norma, debería procurarse que el intoxicado etílico al volante no tenga escapatoria legal. Que cumpla la sanción que se le imponga, sin remisiones ni contemplaciones.

Pero esto no siempre sucede. Celebridades de medio pelo y diestros de lágrima fácil provocan incidentes al calorcillo de la bebida, incluso muertes, sin que reciban un castigo ejemplar. El endurecimiento de las sanciones es la tarea más fácil del responsable político, pero no sustituye el saludable efecto disuasorio que produce el comprobar que la ley se aplica con rigor y que resulta difícil evadirla. Esa es una de las razones por las cuales triunfó el plan para reducir accidentes y muertos en el asfalto, impulsado por el Gobierno anterior, que en manos del actual ha perdido tensión.

La tibieza del cambio sancionador se evidencia también en el caso del casco para ciclistas. Lo lógico sería que Tráfico, provisto de informes irrebatibles o convincentes al menos, decidiese si es conveniente que todos los ciclistas lleven casco. Pero como la idea tropezó con la oposición cerrada de coordinadoras de usuarios de la bici, ahora establece que ni fu ni fa, que lleven casco los menores de edad. Ya veremos con que rigor se multa a menores sin casco. Con el mismo, es de suponer, que se permite hoy a los ciclistas circular por las aceras a velocidades vertiginosas.

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