La primavera traicionada
La caída de Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto anunciaba una cadena de cambios de régimen y la esperanza de una geografía árabe más libre y democrática
El golpe militar que ha depuesto al primer presidente civil elegido en Egipto marca un nuevo hito en la oleada de cambios geopolíticos que empezó en Túnez en diciembre de 2010 y fue precipitadamente denominada como primavera árabe. Como las floraciones tempranas de los almendros, la caída de Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto anunciaba una cadena de cambios de régimen y la esperanza de una geografía árabe en la que empezaran a florecer las libertades públicas y la democracia. Pronto surgieron las expresiones de la decepción, con el final de Gadafi tras una sangrienta guerra civil y los bombardeos de la OTAN, la inicial instalación de un gobierno militar en Egipto y, sobre todo, la larga represión y guerra sectaria en la que se han transformado las revueltas sirias contra el régimen de Bachir el Asad.
La primavera significó, al menos, la llegada al poder de gobernantes elegidos en procesos electorales correctos en los dos países donde se había iniciado, aunque con una característica especialmente decepcionante para quienes encabezaron las movilizaciones contra los dictadores. No fueron las fuerzas laicas y los jóvenes tecnófilos y occidentalizados quienes sacaron provecho de las urnas sino los partidos islamistas que habían mantenido sus estructuras bajo las dictaduras y que incluso las habían ensanchado con una hábil y persistente gestión de la caridad y de la oración en la mezquita. En los primeros momentos, los partidos islámicos practicaron incluso la astucia táctica de una cierta retención política, anunciando en algunos casos que no se presentarían a las elecciones o no optarían a la presidencia.
A pesar de la acumulación de decepciones, Morsi recibió con la presidencia el margen de confianza que merece todo nuevo comienzo. La primera experiencia de Gobierno del más veterano e influyente de los partidos islamistas que hay en la región, ha durado un año. Todo lo que se podía hacer mal, se hizo peor. El estado policial de Mubarak ha sido sustituido por una inseguridad extrema. La economía se está hundiendo. El país se halla dividido y polarizado. Las minorías religiosas se ven perseguidas. Y lo más importante, el partido islamista de referencia para todo el mundo árabe ha fracasado.
La responsabilidad y culpa del golpe es de los militares, pero el fracaso es de los Hermanos Musulmanes, más adaptados a la oscura vida clandestina que a las responsabilidades de Gobierno. Todo el mundo sabía que la prueba del nueve era gestionar bien la economía, que es el bienestar y la seguridad de los ciudadanos. A todos los partidos de oposición les ha sucedido en la historia en cuanto se han estrenado en el poder. Los Hermanos no han sabido hacerlo y ahora pagan por ello.
Es un nuevo hito de decepción, pero la primavera sigue. Dicen los historiadores de la Revolución Francesa que tuvo que pasar un siglo para que se la diera por terminada.
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