La escuela indica el camino
En Fasnia, al sureste de Tenerife, Las Eras es un pueblo de pescadores que ha crecido con viviendas unifamiliares algo deslavazadas respecto a la trama original y compacta del municipio.
Ese desorden choca con el paisaje vacío, semidesértico, que habla de sol y de fuertes vientos marinos. En ese contexto “se hace necesaria la utilización de la edificación como protección frente al medio”, explica la arquitecta Miriam Arricivita (de Amigó, Machado Arricivita Arquitectos). Así, la escuela a la que acuden los niños menores de la urbanización es, en realidad, un ejercicio de arquitectura básico, ancestral: busca proteger a esos alumnos.
El colegio es, antes que nada, un refugio que resguarda a los estudiantes de lo que ocurre fuera de él. Sólido, estable y hermético, el conjunto de edificios cúbicos se va abriendo en ventanas y patios al tiempo que se cierra a las miradas exteriores, al crecimiento desordenado del pueblo y al sol que atiza por la tarde en la fachada sur.
De esta manera, cerrado, robusto y ordenado, el colegio funciona como una isla, “como un submundo de patios, juegos y colores”.
Desde la calle y desde el final del pueblo la escuela trata de no dañar el lugar, por eso los volúmenes de las aulas se funden con el paisaje desértico hasta el punto de que parecen formar parte de una cantera, cortes minerales, excavados en la piedra. En el interior, en cambio, los colores de los suelos ayudan a los niños a identificar las diversas clases sin desubicarlos. Se trata de proteger y alegrar sin desorientar: el hormigón de las paredes de la escuela remite a la imagen pétrea que se percibe desde el exterior.
Coste según arquitectos 1.005 euros/m² incluidos los espacios exteriores.
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Babelia
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