Los jóvenes emigran
Anoche despedí a mi hija en el aeropuerto. Una emigrante más que añadir a una larga lista. Después de unos duros años de formación, hasta acabar su carrera de Ingeniería de Caminos y un corto periodo de trabajo en España, ha tenido que tomar la dura decisión de ir a buscar a miles de kilómetros las posibilidades que no le ofrece su país, abandonando familia, novio, amigos y su cultura. Hace unos meses viví una experiencia similar cuando despedí a mi hijo.
Siento un inmenso dolor, orgullo por su coraje, y mucha impotencia y rabia. Rabia por un país que se ha ido a la mierda de la mano de unos políticos incompetentes y corruptos, de muchos empresarios codiciosos, de banqueros incompetentes, codiciosos y corruptos y de instituciones que no han funcionado, lastradas por la politización y el sectarismo, cuando no la corrupción.
Y la guinda son las mentiras. Mentiras de no llamar las cosas por su nombre —emigración— y hablar de “movilidad exterior”, “afán de aventura” o que irse a determinados países es “estar en casa”. Yo ya he perdido la esperanza de que alguien, en este país, dé la cara y pida perdón a nuestros jóvenes por tener que emigrar, como alguien ha hecho en Italia. Pero al menos pido que no mientan, que llamen las cosas por su nombre o que se callen y no añadan escarnio al dolor.— Luis Blasco Martínez.
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