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Tribuna
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Amor y Feria

Si vienen a pedir tu firma, te sientes querido y entendido. Te embarga una gratitud enorme por cada lector

Rosa Montero

Terminó la Feria del Libro de Madrid. Y encima ha ido bien, para salvación in extremis de esos profesionales tan necesarios que son los libreros. Me encanta esta Feria, punto de encuentro único entre los autores y los lectores. Aunque esto de las firmas de los escritores es un ejercicio sadomasoquista. Firmar te enseña muchas cosas; yo he aprendido, por ejemplo, que un día puedes tener una larga cola esperando tu firma y al otro puedes estar mano sobre mano, como me pasó hace un par de meses en una feria en Francia. Quiero decir que ni el éxito ni el fracaso son estaciones de destino sino de paso, intercambiables y efímeras; y esa es una inmensa, profundísima enseñanza sobre la vida.

Si vienen a pedir tu firma, te sientes querido y entendido. Te embarga una gratitud enorme por cada lector. Pero cuando no viene nadie, la cosa es muy difícil: tú estás ahí, expuesto y frágil, y la gente pasa sin mirarte o, aún peor, ojea tu libro y luego lo abandona. El rechazo es público y notorio, mientras que, a tu lado, otro autor tiene una cola de los mil demonios. Hay que reconocer que los escritores poseen coraje emocional: hace falta ser valiente para someterse a un desdén tan estrepitoso. Imaginen una feria de cirujanos, por ejemplo, y que los pacientes se acercaran a decirles: oiga usted, que apendicitis más horribles hace. A ver cuántos médicos aguantarían eso hora tras hora. Pero lo más conmovedor es el amor que los escritores tenemos por nuestros libros. Cuántos autores poco vendidos he conocido que, tras una tarde sin firmar, exclaman con melancólica sorpresa: “¡Pero si todos los que leen mi novela dicen que no puede dejarla!”. Todos estamos convencidos de que, si leyeran nuestros libros, los amarían, de la misma manera que creemos que la oculta ternura de nuestro corazón nos hace dignos de ser amados. Así se van labrando los infortunios.

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