¿Cuánto debe durar un edificio?
FOTO: Julien Lanoo
Hace unos días, Rolf Fehlbaum, el dueño de la empresa alemana Vitra, presentó un nuevo edificio en su fábrica. Diseñado por SANAA, está cubierto por una piel de plexiglás brillante que el fabricante alemán que la produjo aseguró que duraría, como mínimo, 15 años. Ese inmueble conecta y contrasta con la nave vecina de Álvaro Siza que, proyectada hace casi dos décadas, nadie preguntó cuánto iba a durar. ¿Han cambiado los tiempos en la arquitectura? ¿Tiene sentido que la vigencia física de un inmueble supere a su vigencia formal? ¿Cambian ciertas teorías la relación entre mantenimiento e inmueble? ¿Dónde quedan en el nuevo puzzle arquitectónico asuntos como la sostenibilidad o la responsabilidad de los proyectistas?
Recientemente, en una de las sesiones en las que se debate el papel de la crítica organizadas por la Universidad Europea de Madrid, los arquitectos Beatriz Colomina, Nacho Martín, Andrés Perea y Milla Hernández Pezzi debatían sobre la necesidad, o no, de manifiestos en la arquitectura actual. El profesor de la Universidad Europea, Andrés Perea dijo, tras asegurar que no había vuelta a atrás y que “el paradigma positivista lógico ha quedado envuelto por el paradigma de la complejidad” que “la verdad es lo que circula” y que el futuro de la arquitectura será temporal y efímero o no será.
Uno puede estar de acuerdo con Perea en que la arquitectura sea “la fiesta de la existencia en un escenario de enorme incertidumbre” –como también dijo- porque es cierto que todo trabajo bien hecho es una fiesta e innegable que atravesamos –y más la profesión de arquitecto- un momento de torturante incertidumbre. Sin embargo, entre los alumnos y profesionales asistentes al debate, se diría que todos teníamos bastante claro que la fiesta hace tiempo que se ha acabado. Y que se complica averiguar qué viene después.
Como se encargó de recordar la catedrática de la Universidad de Princeton Beatriz Colomina la ideología precede a la acción, y no al revés, incluso en algo tan físico como la arquitectura. Y son las épocas de crisis las que fomentan los textos teóricos. “Los medios de comunicación no destrozan la arquitectura, la provocan”, insistió.
Por eso, en medio de tanto juicio cabal cuando se aboga por la temporalidad ineludible de la futura arquitectura uno se pregunta si no se estará confundiendo la vanguardia con la moda, sobre todo ahora que la primera parece sufrir de timidez a la hora de aflorar y la segunda, sin embargo, parece invadirlo todo con sus vertiginosos ciclos de producción.
Perea dijo entonces que para idear arquitectura avanzada, él necesitaba diseñar en un estado de libertad total. Y que la causa-efecto ha desaparecido: “vivimos abocados a una arquitectura de tiempos breves”. La inexorable temporalidad de la arquitectura de la que hablaba el catedrático, convertida en un bien de consumo más, y alejada de la cultura de la permanencia, modificaría los plazos. ¿Dónde quedaría entonces la responsabilidad de los arquitectos? ¿Sería la sostenibilidad una moda más? ¿Otra excusa temporal para modificar la arquitectura en aras a un supuesto avance o vanguardia?
Comentarios
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.