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Tribuna
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Una victoria pírrica e indigesta

Henrique Capriles obtuvo el mayor número de votos de un candidato opositor desde la primera investidura de Hugo Chávez, en 1999

Juan Jesús Aznárez

No es la primera vez que la oposición denuncia fraude en elecciones ganadas por el chavismo, pero los márgenes de la victoria en anteriores consultas fueron tan amplios, los fundamentos de las protestas opositoras, tan frágiles, y el Consejo Electoral tan impermeable a las quejas de los vencidos, que las reclamaciones tuvieron escaso recorrido. Nunca, sin embargo, se había producido una victoria oficial por poco más de 200.000 sufragios, difícil de asumir por una oposición harta del ventajismo gubernamental pero obligatoriamente estimulada porque Henrique Capriles obtuvo el mayor número de votos de un candidato opositor desde la primera investidura de Hugo Chávez, en 1999.

La cuantiosa pérdida de apoyos del oficialismo respecto a las presidenciales de octubre del pasado año, en paralelo con el sustancial y avance de la oposición, demuestran que la muerte del caudillo, y las carencias del recambio, desmotivaron a una parte de sus fieles, y animaron la afluencia a las urnas de los venezolanos dispuestos a aprovechar la oportunidad, la ausencia del jefe carismático, para batir a su heredero, que venció de prestado y por la mínima. Pero la ausencia del ídolo no agota las explicaciones sobre la caída del voto chavista.

Contrariamente a la creencia, ese sufragio no sólo procede de los arrabales negros y mulatos, sino también de clases medias ideologizadas y políticamente convencidas, que posiblemente se sintieron afrentadas, tratadas como imbéciles, cuando Maduro pidió su sufragio arguyendo que lo demandaba Chávez encarnado en un pájaro. La constatación de las minusvalías del heredero pudo haber sido un elemento inhibidor. Cabe pensar que la apurada victoria debilitará la influencia del presidente electo entre las facciones bolivarianas civiles y castrenses que respetaron su candidatura sólo porque fue voluntad del caudillo.

La principal sorpresa del domingo ha sido el buen resultado conseguido por Capriles. Los primeros sorprendidos probablemente hayan sido el propio candidato y el entorno que manejaba las previsiones electorales. La agrupación antigubernamental vela armas considerando que, en mayor o menor medida, ha habido trampas desde las regionales del 2004, dos años después de que el organismo rector de las elecciones venezolanas, el Consejo Nacional Electoral (CNE) fuera reestructurado en aplicación de la ley del Poder Electoral.

Los denunciados pucherazos nunca pudieron ser probados, pero el perfil progubernamental de la mayoría de los miembros del organismo rector de las elecciones y las decisiones adoptadas por sus plenos en las disputas solventadas, siempre a favor del gobierno, mellaron su credibilidad. Uno de los cinco componentes del CNE fue propuesto por la oposición, mientras que los cuatro restantes fueron postulados por el ejecutivo o ejercieron cargos públicos en la administración. El Tribunal Constitucional también está bajo sospecha opositora pues a caballo de sus mayorías electorales, Hugo Chávez construyó una institucionalidad a la medida.

La ajustada victoria oficialista actualiza un análisis forense sobre las elecciones en Venezuela a partir de la llegada al poder de Chávez, en 1998, publicado el año pasado por los profesores de la Universidad Carlos III Raúl Jiménez y Manuel Hidalgo. Los dos académicos llegaron a la conclusión de que de haberse cometido fraude en pasadas consultas, difícilmente hubiera sido determinante. “Es decir, muy probablemente el ganador hubiese sido el mismo en elecciones limpias. Sin embargo, en un escenario de resultados ajustados, como son los actuales, el fraude sí podría ser determinante”, dice Raúl Jiménez, venezolano.

La ley de Sufragio y Participación Política, aprobada en 1997 y reformada en 1998, estableció la automatización del escrutinio; en las consultas posteriores, fue manual y automatizado. A partir del 2004, una central informática recibe los resultados de las máquinas de votación locales. El ganador se declaró dispuesto a validar su victoria allí donde haga falta. El recuentos de los votos nulos y abstenciones, y un nuevo rastreo de los sufragios emitidos en poblaciones alejada de los centros informatizados hubiera ayudado a despejar las dudas.

A partir de ahora, y salvo imponderables, Nicolás Maduro tiene tres años para convertir su pírrica victoria en una gestión de éxito o para conducir la revolución al sepulcro donde reposa su fundador. Lo que ya está claro es que en el 2016 se celebrará un referendo revocatorio y que la oposición tendrá, por primera vez, opciones reales de triunfo.

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