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Tribuna
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Cualquier alternativa a la política es aún peor

La exigencia y la crítica social deben mantenerse sin caer en la antipolítica

En la sociedad española se está produciendo un descrédito profundo y una estigmatización durísima de la política y de los políticos. La imprevisión de la crisis, la ineficacia en la gestión de sus consecuencias y la proliferación de corruptelas explica este fenómeno. Ahora bien, o la sociedad y sus representantes políticos acometen los cambios precisos para recuperar el entendimiento o este camino no tendrá buen final. Porque la experiencia histórica nos enseña que cualquier alternativa a la política democrática en la gestión del espacio común que compartimos es mucho peor.

En Estados Unidos, durante el estallido original de la crisis se señaló a Wall Street y sus especuladores de las finanzas. En el Reino Unido se apunta a los burócratas de Bruselas. En buena parte de Francia y de Grecia se habla de los inmigrantes. Y en Alemania se despotrica de los perezosos gastadores del sur. A cualquiera que se le pregunte en España por el culpable de la crisis señalará de manera indubitada a los políticos. Ni a los banqueros que multiplicaron ganancias de forma espuria, ni a los tramposos que inflaron la burbuja inmobiliaria, ni a los economistas que bendecían aquella bomba de relojería, ni a los tertulianos que brindaban junto a los nuevos ricos, ni a los medios que acogían su publicidad y sus créditos anormalmente generosos.

Se generaliza el estado de corrupción a pesar de que la gran mayoría es honrada

En la gran mayoría de los análisis y tertulias que trascienden en torno a las responsabilidades de la crisis los dedos se dirigen casi siempre a la impericia de los políticos españoles, a pesar de que la crisis no afecta solo a España. Se generaliza el estado de corrupción, a pesar de que la gran mayoría de los políticos son honrados, como ocurre entre los analistas, entre los tertulianos y en el resto de la sociedad. Se les tacha generalmente de privilegiados, de indolentes y de profesionalizar su actividad, a pesar de que sus retribuciones están muy por debajo de la media europea, de que su dedicación es tan diversa como la ciudadanía a la que representan, y de que en cualquier otra labor social la experiencia se valora positivamente.

El estigma se ha interiorizado de tal manera que algunos políticos practican la antipolítica para buscar el aplauso social. El diputado más popular es el que denuncia la supuesta vagancia de sus colegas, manipulando incluso fotografías en el hemiciclo. El militante más prometedor es el que arremete contra la política de su propio partido. Y el partido político más “in” es el que se quita la corbata y juega a no ser partido y no ser político. Hasta el Congreso cambia su agenda, llenando huecos para aparentar mayor actividad.

¿Es justa esta situación? ¿Y dónde nos lleva? La autocrítica que cabe hacer desde la política es muy profunda. Nos equivocamos al no parar aquella orgía de desregulación, especulaciones y burbujeos. Nos equivocamos al no promover un modelo de desarrollo alternativo y sostenible. Nos equivocamos al no prever la dimensión de la crisis, al seguir los dictados de las troicas y al constitucionalizar la priorización en el pago al especulador. Han sido errores graves. Es más, el Gobierno actual persevera y agrava el error. Pero también es cierto que la política ha sacado a este país de la dictadura y el subdesarrollo en solo treinta años, que no todas las opciones políticas son iguales, que muchos reivindicamos el derecho a rectificar y que no hay más salida a esta crisis política que una política distinta, pero política al fin y al cabo.

¿Denigrar la experiencia? No son precisamente nuevos los políticos que representan a los ciudadanos en otras latitudes. Ni lo es Merkel, ni lo es Hollande, ni lo es Napolitano, desde luego. No son nuevos los admirados Obama, Dilma Rouseff o la re-candidata Michelle Bachelet. No fueron celebrados por nuevos Adenauer o Brandt, ni De Gaulle o Mitterrand, ni Thatcher o Blair, ni Suárez o Felipe, a pesar de su juventud. Porque la juventud y el amateurismo son valores a tener en cuenta, por su aporte de regeneración y entusiasmo, pero sin desmerecer el aval que incorpora siempre el conocimiento a fondo de los asuntos. Quizás son muchos los ciudadanos que ante una operación quirúrgica valorarán antes la experiencia del cirujano que la originalidad de su perfil en Facebook.

En Grecia se vive el auge filo-nazi e Italia está cerca de ser un país fallido

No es preciso despertar los demonios domésticos para encontrar referencias históricas sobre las consecuencias de la retirada de la política. El fracaso económico, el deterioro social y la impotencia política no constituyen una formulación exclusiva de este tiempo. Ya hubo ocasiones en las que se apartó a la política democrática de la gestión pública. Ocurrió en la República de Weimar, por ejemplo. Y cuando la política fracasó llegaron los salvadores y los patrioteros, que prometieron sueños y repartieron pesadillas. En Grecia, la antipolítica ha devuelto el auge a los grupos filo-nazis. Y en Italia, buena parte de los ciudadanos parecen dispuestos a cambiar la democracia fallida por la plutocracia indecente (Berlusconi), por la tecnocracia cómplice (Monti) o por la acracia irresponsable (Grillo). Están a un tris de pasar de una economía fallida a un país fallido. ¿Es eso lo que queremos para España?

La exigencia y la crítica social sobre la política y los políticos deben mantenerse al máximo nivel, sin caer en la antipolítica. Los partidos políticos han de acomodar sus objetivos a los de la mayoría social, han de asumir su responsabilidad para dirigir una salida justa de la crisis, y han de cambiar sus maneras de funcionar, atendiendo las demandas de transparencia y participación de la ciudadanía. Habrá que transformar los contenidos y las formas de la política. Rectificar las políticas que no funcionan. Ganar empatía y permeabilidad. Echar a los corruptos, garantizando honestidad y juego limpio. Cambiar a los políticos que no sepan o no quieran atender las exigencias de su tiempo.

Pero de esta crisis formidable, o salimos con la política, o no salimos. Tengámoslo en cuenta.

Me adelanto: no es corporativismo. Es puro sentido común.

Rafael Simancas es diputado por Madrid.

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