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LA PARADOJA Y EL ESTILO | Boris Izaguirre
Columna
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¡Aló, presidente!

Hemos recordado el momento en que don Juan Carlos le espetó a Chávez: "¿Por qué no te callas?". Ahora quien guarda silencio es la Casa Real

Boris Izaguirre
Hugo Chávez, en su programa de televisión.
Hugo Chávez, en su programa de televisión.CORDON PRESS

Es curioso que la muerte de Hugo Chávez coincida con la agonía de Gran Hermano. El otrora rey de los realities ha visto cómo un programa de famosos devenidos en saltadores de trampolín se transforma en el nuevo favorito de las audiencias. Es inevitable reflexionar un momento sobre la suerte tanto del reality como de la revolución bolivariana. Llegaron al poder más o menos en la misma época: Chávez, tras ganar unas elecciones democráticas en 1998, y Gran Hermano se estrenó en 1999. En España, un año después, el formato se publicitó como un “experimento sociológico”. Y revolucionó la audiencia. Chávez consiguió con su revolución transformar un país. La Venezuela que heredó sobrevivía con el precio del barril de petróleo a 10 dólares. Consiguió llevarlo a 130 dólares y aprovechó algo de esos dividendos para reducir la pobreza y ofrecer identidad y voto cautivo a la población abandonada y sin voz. En España, Gran Hermano nos hizo más proclives a la creación y consumo voraz de un sinfín de nuevos personajes televisivos sin fortuna. Nadando en una piscina de riqueza burbujeante, nos divertíamos como chismosos, voyeurs mediáticos, fascinados por esa magnética frase: “La audiencia ha decidido que abandone la casa…”. Chávez convirtió en estribillo el “Exprópiese” desde su programa de televisión Aló, presidente.

Trece años después, el reality que apasiona es el que protagoniza nuestra clase dirigente. Hay mucho material todos los días: desplante de los periodistas a la ministra de Sanidad (¡bravo, por fin alguien ofrece un plan B a las arbitrariedades del Gobierno!), filtraciones de presuntos insultos de Esperanza Aguirre a Cospedal (al parecer la palabra “imbécil” saltó de la boca de la expresidenta en dirección a María Dolores), espionaje para todos los gustos hasta llegar, por el camino de El Pardo, a la casa-cofre donde dicen que albergaba a la rubia Corinna: La Angorrilla.

La primera consecuencia de la muerte de Chávez es que ya no tenemos que hablar tanto de princesas. Pero algo bueno del culebrón Corinna es el rescate del baúl de los recuerdos de los Khashoggi. Aquellos reyes del bunga-bunga marbellí que creíamos afortunadamente aburridos en algún paraíso fiscal han reaparecido ahora gracias a ella y su tren de alta velocidad. Sobre todo de esa tercera esposa de Adnan, conservando el mismo rostro esculpido de los años noventa, pero transformada en asesora financiera con comisiones millonarias. Creíamos que hibernaban de spa en spa cuando en realidad estaban entrenando para ser superejecutivas. Mientras nos dejábamos seducir por Gran Hermano y distraer por la cháchara de Chávez, la señora Khashoggi y Corinna iban tejiendo el difícil arte del amor y de la venta de armas, trenes y trapos en el mundo árabe. Eso sí que era un reality. Un reality real. Un milagro contante y sonante.

El nombre de la clínica donde se opera y recupera nuestro soberano, La Milagrosa, resulta más propio de una finca para monterías o, con todo el respeto, un eficaz centro estético. En esa clínica concurren pequeños incendios y pequeños milagros; el más llamativo ha sido el de los aplausos de los fieles congregados (hay quien asegura haber visto entre ellos a José Bono) para ver la llegada de la Reina, sus hijas y sus sonrisas. Con ellas parecen decirnos que todo saldrá bien, con muletas, pero bien. Así hemos visto y oído el milagro de la voz de la Reina con su acento y tesón germánicos, cumpliendo con su fama de “profesional”: acompañando a su esposo a despertar de la merecida anestesia mientras todos hablan (hasta el director del CNI) sobre su exvecina de El Pardo. Con esas apresuradas palabras entre la puerta de La Milagrosa y la puerta del Mercedes, hemos recordado el momento en el que don Juan Carlos le espetó a Chávez el famoso “¿Por qué no te callas?”: ahora quien guarda silencio sobre sus muy comentados actos es precisamente la Casa del Rey. Quizá sea lo mejor para una familia que se comunica por señales y pocas palabras. Como Urdangarin, que no recuerda ni fechas ni nada importante en su declaración ante el juez Castro. ¡Pobre juez Castro! Cuando al fin llegue el juicio en 2014, pocos recordarán algo de todo esto, ya estaremos pendientes de otro reality. O de otro talent show.

La muerte de Chávez no dejará olvidar el chándal y la beisbolera tricolores, ni unas exequias a todo trapo un poco como si el Vaticano fuese también una potencia petrolera tropical. Pero ¡ojo!, para los militares venezolanos es un reto poder demostrar que saben organizar tanto un país como un adiós majestuoso y emocionante, incluso con toquecitos de Miss Venezuela. Más de un dirigente tomará notas para su propio sepelio. Chávez siempre entendió el poder de la imagen y de ser el auténtico Gran Hermano. El despliegue visual de la despedida y sus reservas mineras le garantizan a Venezuela kilómetros de noticias en la prensa mundial; al comandante, una autopista hacia la santidad, y a su revolución, eso que tanto fascina a la gente y a las revoluciones: un buen show.

El show debe continuar. Fidel también ha sobrevivido a Hugo. Muerto Chávez, destronado Gran Hermano, la televisión ofrece un programa de saltos porque la vida, como nos enseña Almodóvar en Los amantes pasajeros, se ha convertido en un trampolín hacia el vacío. Y hay que aprender a saltar.

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