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LA ZONA FANTASMA
Columna
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En los años de la distracción

Javier Marías
Sonia Pulido

Leí hace unas semanas, en la revista Qué leer, una entrevista con Muñoz Molina a propósito de su nuevo libro, un ensayo de actualidad. “Es que no hemos estado a la altura de las circunstancias casi nadie”, decía sobre la catastrófica situación en que hemos venido a parar. “El único que ha estado a la altura ha sido El Roto”. Y más adelante añadía: “Cuando hablo de la pérdida del espíritu crítico pienso en gran medida en mis propios colegas”. Dado que Muñoz Molina suele ser persona sensata y no proclive a las declaraciones chillonas, imaginé que podría tratarse de una inexactitud en la transcripción. Pero días más tarde, en la entrevista que Soledad Gallego-Díaz le hacía en este dominical, vi que volvía a la carga y no había lugar al error: “Hablábamos antes de intelectuales. En ese sentido, el único intelectual comprometido que había en España en 2007 era El Roto”. Tales comentarios vienen después de que el autor, según cuenta, se haya zambullido en la hemeroteca de este periódico, con vistas a escribir su obra. Muñoz Molina se incluye, desde luego, entre esos intelectuales distraídos, y bueno, puede ser: fiándome sólo de mi memoria, tengo la sensación de que lleva años escribiendo en prensa, principalmente, sobre exposiciones neoyorquinas, fotógrafos, intérpretes de jazz. Lo cual me parece muy lícito y jamás se me ocurriría reprochárselo, menos aún teniendo en cuenta que pasa la mitad del año en Nueva York. Por eso me extraña que él se permita ofender al conjunto de sus “colegas” con unas afirmaciones que en el peor de los casos parecen una falsedad y una injusticia, y en el mejor una exageración a la ligera.

¿Sólo ha existido “El Roto, como una isla en la que aparecía ladrillo, corrupción e injusticia”, según  Muñoz Molina?"

Muñoz Molina es enemigo de los tópicos sin fundamento, y en esas entrevistas se revuelve contra el de las dos Españas, o contra aquel otro que insiste en que la Guerra Civil fue inevitable. Eso hace aún más inexplicable que se apunte ahora a uno de los lugares comunes más llamativamente falsos que pululan por ahí y que oímos y leemos repetidos por doquier, tanto en voces y plumas de izquierda como en las de la extrema derecha: el supuesto “silencio de los intelectuales” en nuestros días y en nuestro país. Resulta desconcertante que la propia Gallego-Díaz, aguda periodista, asuma como cierto el tópico, cuando no es precisamente de quienes callan o rehúyen la confrontación. Y todos admiramos el talento y la capacidad de síntesis de El Roto, pero él hace viñetas tan sólo, a las cuales, por fuerza, y por certeras que sean, les falta la argumentación. Gallego-Díaz, en cambio, argumenta siempre, y con frecuente brillantez. Y no otra cosa suelen hacer, y vienen haciendo desde hace muchos años, por ceñirnos a colaboradores de este diario, Savater, Vargas Llosa y Pradera, Ramoneda y Julià, Azúa y Grandes y Millás, Torres y Rivas y Cruz, Montero y Lindo y Aguilar y otros que no caben aquí, y eso intenta también quien esto firma. Nos pueden gustar más o menos sus respectivos estilos, sus ideas, su forma de argumentar. A algunos los podemos encontrar detestables, demagógicos y a menudo errados, pero lo que en ningún caso cabe decir es que no hayan estado “comprometidos”. Que no hayamos alertado, cuando sucedían, de los abusos de las constructoras y de los alcaldes, de la especulación inmobiliaria y la destrucción del país, de la megalomanía de las comunidades autónomas, del despilfarro sin rendición de cuentas, de la corrupción, del deterioro de la política. No puedo tener memoria de lo que cada uno ha escrito como la puedo tener de lo mío, pido disculpas por poner un ejemplo que me concierne: pero, en 2010, publiqué una recopilación de ochenta y cuatro artículos de índole política y social (compuestos entre 1985 y 2009) titulada Los villanos de la nación, y ese título era el de una pieza en la que calificaba de tales justamente a los constructores, a los alcaldes y a los consejeros autonómicos. ¿Sólo ha existido “El Roto, como una isla en la que aparecía, un día tras otro, ladrillo, corrupción e injusticia”, según asegura Muñoz Molina?

Como si no hubiera en España demasiadas cosas que están mal, tendemos a decir que lo está todo, incluso lo que está bien. En las encuestas sobre la confianza que inspiran o la aprobación que merecen los distintos colectivos e instituciones, “los intelectuales”, cuando figuran (no siempre), obtienen bastante alta consideración. Otra cosa no, pero aquí la mayoría no estamos callados, por fortuna, aunque no siempre argumentemos con brillantez. Cada uno hace lo que puede, pero al menos valor no ha faltado. Ni falta ahora, cuando, con el actual Gobierno, los críticos nos exponemos cada vez más a represalias oficiales y a infundios e inquinas de sus secuaces periodísticos. A la actriz Maribel Verdú le han caído chuzos de punta –incluidas portadas de diarios nacionales– por condenar los desahucios en la gala de los Goya, como el 90% de la población, sólo que sin gala. Lo mismo a Candela Peña y a otros del gremio. Cuando hace meses rechacé el Premio de Narrativa del Ministerio de Cultura, pese a dejar bien claro que mi postura habría sido la misma de haber gobernado el PSOE, otro de esos diarios nacionales –en el sentido de ahora y en el de 1936– me dedicó nada menos que tres artículos tirando a afrentosos. También a Muñoz Molina le han llovido a veces injurias, de diarios de esos o no. Le rogaría que mirara un poco mejor la hemeroteca, quizá vería que sus “colegas” no lo hemos hecho tan mal ni hemos perdido del todo “el espíritu crítico” en los años de la distracción.

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