_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La risa tonta

Lo que resulta absolutamente insólito en la psicología de la gobernación en España es que el papel de gracioso oficial lo ejerza un ministro de Hacienda

Manuel Rivas

El ministro franquista José Solís fue apodado “la sonrisa del régimen”. En medio de aquella banda torva, cumplía muy bien la tarea populista encomendada. Un tipo chistoso, dicharachero, generoso en palmadas y medallas de latón, e incluso capaz de hacer llorar de emoción patriótica a futuros emigrantes para que se fuesen a trabajar, sí, al extranjero, jodidos pero contentos. Al fin y al cabo, era titular de Trabajo. En momentos momentáneos de la historia, siempre aparecen este tipo de hipnotizadores de masas que intentan hacer ver blanco lo que es negro o viceversa. Lo que resulta absolutamente insólito en la psicología de la gobernación en España es que el papel de gracioso oficial lo ejerza un ministro de Hacienda. Fátima Báñez, la actual responsable de Trabajo, pertenece a un orden misterioso del lenguaje, todavía por codificar. Hay que reconocer, de entrada, que el tipo de humor de Cristóbal Montoro poco tiene que ver con el de Solís. Es mucho más moderno, claro, aunque utilice también claves costumbristas, y presente un prodigioso parecido en la condensación de recursos gestuales, cinéticos y fonéticos con La vieja del visillo de José Mota, esa gran cotilla minimalista. Nada de exuberancias. Nada de lexemas amables. Los textos de Montoro siempre tienen algo de extexto o pretexto. Su forma habitual es la mueca o la sonrisa displicente. Ese malhumor hacia la disidencia es una forma pervertida de humor: un humor confiscado. El del capitalismo cascarrabias al que no le cuadran las críticas. Por eso sus intervenciones más desinhibidas, más logradas, más auténticas, son aquellas que se presentan no como contabilidad sino como ajuste de cuentas. Su ironía es la de quien retuerce el cuello en el hemiciclo a gallinas de goma, mientras los grandes depredadores oscurecen el cielo. Vivimos en un tiempo en que todo mete miedo, también la risa del que manda. Sobre todo, dicho sea de paso, cuando la risa le sale tonta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_