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Tribuna
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¿Lo son o se lo hacen?

Sorprende el súbito arrebato de nuestra progresía por el federalismo

Esa es la duda que asalta a este comentarista cuando contempla el súbito arrebato de nuestra progresía por el modelo federal de Estado como vía para resolver los problemas de integración que aquejan a nuestra patria. ¿Son tan ilusos como para creer que el modelo arreglaría algo (ceguera), o simplemente lo sacan a la palestra porque algo hay que decir y lo de “federal” siempre suena moderno (manipulación de la opinión)? Porque lo que está claro, de eso no hay duda, es que predicar un supuesto modelo federal de Estado como bálsamo de Fierabrás para los males hispanos es algo que carece del menor sentido real.

De entrada, una propuesta tal constituye un auténtico caso de perseverare diabolicum en una táctica que arrastramos desde hace decenios: la de intentar resolver los problemas de integración en el Estado mediante el toqueteo alocado de los mecanismos de articulación de ese mismo Estado. Cuando sucede que ambos responden a órdenes de problemas totalmente diversos. La articulación federal del Estado puede ser mejor o peor como método de organización, pero desde luego no resuelve —porque no puede— la resistencia a la integración en ese Estado de los nacionalistas catalanes y vascos, mayoritarios en su ámbito. Así que si tenemos problemas de integración (¡y vaya si los tenemos!), hablemos de ellos, no los disfracemos como cuestiones de articulación, so pena de terminar todos con un sorprendente resultado: el de un Estado “desconcertado” del que, además, los nacionalistas seguirán queriendo irse. ¡Tonto negocio sería!

Resulta sorprendente escuchar estos días por doquier que un sistema federal resuelve los problemas competenciales entre las regiones o Estados federados porque parte de la base de unas “listas de competencias” respectivas nítidas, separadas y tajantes: “esto para ti, esto para mí, y todo funciona solo”. ¿Estamos tontos? En primer lugar, el federalismo es el sistema que por propia naturaleza genera más conflictos competenciales entre las unidades y el conjunto, sencillamente porque es un Estado que pretende hacer compatibles dos principios contrarios: unidad y diferencia, self rule y shared rule. El federal es el sistema de la tensión y el conflicto constantes, y además es bueno que así sea, porque esos problemas se encauzan hacia soluciones cambiantes mediante dos expedientes: la cooperación y la lealtad federal. Si ambos elementos faltan, el federal es un mundo horrible de vivir (Belgistan dixit).

En otros términos, el éxito federal allí donde se ha dado no se debe a la perfección de las reglas, sino a la voluntad colectiva de convivir haciendo real lo de e pluribus unum. Se debe a una práctica política federal viva (un gusto federal) más que a una seca regla federal. Por eso no es cuestión de listas. Ya tenemos listas en nuestra Constitución, y tenemos una jurisprudencia constitucional que las ha convertido en un bloque de contenido bastante nítido. ¿Y qué? Cuando el problema no es la nitidez de las reglas sino el de que algunos no las aceptan (y ese es su derecho), suspirar por la nitidez es no querer enterarse del problema.

Lejos de resolver los conflictos, el Estado federal es el de la tensión constante

¿Y qué decir de esa peregrina idea del “tuyo-mío” según la cual el Estado federal garantiza a cada poder territorial su ámbito atrincherado de competencias e impide la intromisión de los otros? ¿De qué federalismo se habla cuando se vende esa idea a la opinión? ¿Del federalismo decimonónico de los Estados Unidos, el dual federalism que se abandonó como inservible en los albores rooselvetianos del welfare state? Cualquier federalista serio sabe que el Estado de bienestar contemporáneo exige ineludiblemente un federalismo cooperativo en el que aquello de las esferas separadas y atrincheradas pasó al olvido. ¿Por qué esos mismos progresistas defienden el federalismo cooperativo para Europa como única solución del invento comunitario y, sin embargo, se les ocurre defender el federalismo dual y autista (fend for your self federalism) para España? ¿No les estallan los sesos con tal disonancia cognitiva?

¿Y qué decir de ese precioso invento del papel del Senado federal como institución de diálogo y cogobernación de los Estados federados? La asimetría básica y constituyente de nuestro Estado español, es decir, el hecho bruto de que las fuerzas políticas dominantes en dos de nuestras regiones difieren substancialmente de las dominantes en las 15 restantes hace imposible cualquier tipo de Senado federal, por la sencillísima razón de que los nacionalistas nunca aceptarían integrarse en una institución en la que siempre serían minoría ante los partidos estatales. Nuestro Estado está condenado a la bilateralidad en las relaciones con Vasconia y Cataluña, nos guste o no, y ya va siendo hora de que lo aceptemos. Podremos ser federales cuando ambos territorios se independicen, antes no.

Y termino: si lo que se pretende es un modelo idílico de Estado sin conflictos territoriales competenciales hay dos modelos disponibles que lo garantizan: el Estado centralizado es uno, los Estados separados e independientes es el otro. Pero mientras vivamos en una federacy (que es donde ya vivimos según todos los que entienden) tendremos problemas y conflictos. Son encauzables con voluntad de convivir. Y si no la hay, da igual el modelo, todos fallan igual. Así que, por favor, hablemos de cuestiones concretas y no de flatus vocis.

José María Ruiz Soroa es abogado.

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