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CINE

Unidas por el tsunami

María Belón y su familia sobrevivieron al tsunami de 2004. La actriz Naomi Watts se mete en su piel para protagonizar 'Lo imposible', una producción española de coraje, suerte y fragilidades que ha unido a dos mujeres arrolladas, cada una a su manera, por una ola gigante.

Toni García
Naomi Watts, junto a una emocionada María Belón, durante su reencuentro en Venecia tras haber rodado la película.
Naomi Watts, junto a una emocionada María Belón, durante su reencuentro en Venecia tras haber rodado la película.Jordi Socías

El domingo 26 de diciembre de 2004, sobre las ocho de la mañana, los sismógrafos de todo el mundo detectaron un terremoto de magnitud 9,3 en la escala de Richter con epicentro en la costa oeste de Sumatra (Indonesia). El seísmo se alargó nueve minutos (el segundo más largo jamás registrado) y pocos minutos después un gigantesco tsunami barría el sur y el sureste de Asia, incluyendo Indonesia, Tailandia, Sri Lanka, Malasia e India. El muro de agua se llevó por delante pueblos, aldeas y ciudades, hasta dejar un recuento de víctimas superior a 220.000 y millones de personas sin hogar y desplazadas, en el que se convirtió en el noveno peor desastre natural de la historia.

Para María Belón (Madrid, 1966), todo este despliegue de datos, coordenadas y números, más cercanos a la información de máximos que al factor humano, tomó la forma de una ola de más de ocho metros de altura que se llevó por delante a su marido, Quique; a sus hijos, Lucas, Tomás y Simón (de 10, 7 y 5 años, respectivamente), y que acabó por devorarla a ella misma. La familia, que en aquellos momentos residía en Japón, había ido a Tailandia a pasar unos días de vacaciones: los niños y su marido estaban en la piscina mientras ella se daba una ducha a pocos metros. La ola saltó las paredes del complejo hotelero y lo engulló todo sin previo aviso, acompañado de “un ruido ensordecedor, brutal” que resultó ser la única alarma de lo que iba a acontecer. Una alarma sin tiempo.

“El momento en que la ola me pilla, estoy en esa ducha, que no es de cristal, sino de pizarra. Cuando la veo llegar, me agarro al libro que tengo en las manos porque pienso que tengo que acabarlo como sea… es un contraste absurdo, porque por un lado pensaba esto y por otro, cuando venía el muro, tuve la conciencia absoluta de ‘esto se acabó’. Y, naturalmente, también recuerdo la imagen de mis hijos, a los que ya se había tragado la ola. La misma ola que, por fortuna, vino después a buscarme a mí”.

Belón está sentada en la terraza de su casa de Madrid, tiene los pies desnudos encima de la silla y es más bien pequeña. Sin embargo, en cuanto abre la boca, las primeras impresiones son sustituidas por otras bastante más veraces: es una mujer rotunda, lista, “fuerte porque sé que soy frágil” y con pocas manías a la hora de señalar aquello que le saca de quicio. Admite de entrada que no le gustan demasiado los periodistas, “hay muy pocos realmente buenos”, y recalca su obsesión por proteger a sus hijos de la avalancha de promoción que se avecina: Belón es la protagonista (o la inspiración, mejor dicho) de Lo imposible, la película de J. A. Bayona, Jota para los amigos, y –probablemente– uno de los filmes más esperados del año después de que su último trabajo, El orfanato, rompiera récords de taquilla.

Leí el guion y hubo lágrimas; conocí a la familia, vi la película… y hubo lágrimas”
(Naomi Watts)

Para interpretar a Belón, Bayona consiguió convencer a Naomi Watts (21 gramos, Mulholland Drive), y para dar vida a Quique, su marido, a otro grande como Ewan McGregor (Trainspotting, El escritor). La película, que se presenta en Toronto y luego acude a San Sebastián (donde a McGregor le entregarán un Premio Donosti), es un fiel retrato de la –imposible– historia de una familia española que consiguió sobrevivir a la versión más fiera de la naturaleza. “Un milagro”, apuntaba Belón, “no tengo dudas de que eso es lo que fue”. Eso sí, después aclara que quiere quitarle al término cualquier connotación religiosa, matices que usará frecuentemente a lo largo de las más de dos horas de conversación con El País Semanal para corregir cualquier error de interpretación al que pudieran dar lugar sus respuestas.

En esas dos horas, los ojos de María Belón se llenarán de lágrimas; a veces, los cerrará y bajará la cabeza; en ocasiones, hará largas pausas, como si buscara las palabras correctas para algo que no puede abarcarse con simple lenguaje. Pero, sobre todo, responderá todas las preguntas, sin importarle volver a recordar, una vez más y con mil detalles, el momento en el que la ola se le echó encima y la arrastró durante centenares de metros, mientras sus hijos y su marido desaparecían de su vista, empujados por un mar que se adentró más de un kilómetro en tierra firme.

“No he leído nada del tsunami, nada. Me pasaron algo de una periodista, creo que de Tele 5, y me pareció patética, solo era un relato tipo ‘qué importante fui yo, que estuve allí’. La otra cosa que intenté leer fue un libro de testimonios de personas que habían perdido a alguien… y no pude. Desde la experiencia personal me cuesta mucho, mucho, leer sobre ello. ¿Sabes? No me gustan nada frases del tipo ‘el tiempo lo cura todo’. El tiempo no cura nada, el tiempo es vida, la vida lo cura todo. El tiempo embalsama y desde la distancia todo es más llevadero, todo está más anestesiado. Lo demás son, simplemente, frases hechas”.

De la personalidad y el coraje de María, que sacó del agua a uno de sus hijos a pesar de estar malherida (en el año que siguió al tsunami tuvo que ser intervenida quirúrgicamente hasta en 18 ocasiones y estuvo a punto de perder una pierna) y consiguió aguantar lo suficiente para cuidar de él hasta ser rescatada, habla y mucho Naomi Watts, que recibe a El País Semanal en el hotel Excelsior del Lido de Venecia. Se le humedecen los ojos al recordar la experiencia de la película. Watts, que está en la Mostra acompañando a su marido, Liev Schreiber, recuerda muy bien la primera vez que oyó hablar de la española: “En este caso, siempre hay presión cuando interpretas a alguien real, especialmente si está vivo: sientes una especie de responsabilidad y es importante resultar verdadero y respetuoso. Cuando me encontré por primera vez con Jota en Berlín y me explicó cómo María estaba todo el tiempo revisando el script y aconsejando añadir esto o aquello, ya pensé que sería una presencia muy importante, pero no imaginaba cuánto: ella estuvo allí casi todo el tiempo, y eso me ayudo mucho, muchísimo”.

Te cuesta cerrar los ojos o apagar la luz porque vuelves a estar debajo de la ola” (María Belón)

“La primera vez nos encontramos en Alicante, y desde el primer minuto las dos notamos que no nos hacía falta hablar demasiado, que nos entendíamos sin palabras”, continúa explicando Watts. “Construimos tantas cosas en aquel encuentro… En cierto modo, creo que nos absorbimos la una a la otra. Hubo una energía allí, pura y honesta. Con esta película ha sido así desde el inicio: leí el guion y hubo lágrimas, les conocí y hubo lágrimas, vi la película y hubo lágrimas. En serio, no sabes lo importante que es esta historia para mí. Esta historia de cómo afrontar la vida y la muerte, de enfrentarte a esos momentos en los que está todo en juego”, dice la actriz.

“La suerte es extremadamente injusta y desde el tsunami lo creo aún más… La suerte y la fortuna son una putada, una verdadera putada; a mí me ha tocado el otro lado”, afirma la española, afinando un concepto que saldrá varias veces en la conversación: la presencia de la suerte. “Pero ¿quién soy yo para que el mar me haya devuelto a todos mis hijos? Por eso me cuesta hablar de la suerte: me parece un tema desgarrador. Hay un libro de estos sobre la suerte, uno que ha escrito un tipo de ESADE afirmando que es algo que tú puedes generar y controlar, y eso me produce auténtico asco. La suerte es aleatoria, yo tuve la suerte de probar la buena de la misma forma que me podría haber pasado al revés”.

Para Watts, lo de la familia Álvarez no fue suerte, sino algo más gordo: “Soy una persona de mente científica, pero si me pides una palabra para definir lo que les pasó, creo que tengo la que necesitas: un milagro”. La actriz, que pasó seis meses rodando el filme, se emociona cuando recuerda la experiencia: “Es muy fácil quedar atrapado en los mecanismos del cine, los sets, los extras, las cicatrices, son cosas que nos recuerdan que estamos haciendo algo importante, pero que te encierran en el propio cine. Luego está la monotonía de pasarte semanas haciendo lo mismo… Hubo un día en que rodábamos una escena en concreto donde dos mujeres tailandesas me ayudaban, y de repente lo único que se escuchaba en el set es que teníamos problemas con la luz para rodar; todos se gritaban y trataban de solucionarlo, pero nadie daba con la tecla adecuada. Ya te habrán contado que el tiempo fue terrible en Tailandia (el peor en 40 años) y que tuvimos muchos problemas por culpa de eso. En aquel momento de caos le dije a Jota que quería hablar con María, que aquel día estaba allí. Ella vino, nos cogimos de las manos, nos dimos un abrazo [hace una larga pausa, se disculpa y reemprende la conversación después de echar mano de un pañuelo], le dije que sentía muchísimo todo lo que había pasado, que lo sentía de verdad, y de repente toda la emoción que necesitaba para retomar esa escena me llegó, solo con tocarla. Había que rodar en aquel momento. Así que les dije que se dejaran de chorradas, que me importaba un pito la luz, que ya había máquinas para arreglar eso después. Y rodamos, porque eso es lo que había que hacer, porque ese era el momento. ¿Sabes? La gente dice que parece que tengo una especie de patrón repetitivo, que mis películas siempre hablan de la oscuridad, la vida y la muerte. Ya sé que no soy una chica divertida, normalmente no me llaman para comedias, pero creo que cuando me ofrecen películas como esta, no me importa que me pongan esa clase de etiquetas. Es curioso que yo, que en mi vida soy una persona ligera y muy normal, tenga que cargar con ciertos adjetivos, pero para Lo imposible todo eso me daba un poco igual: el proyecto era demasiado importante”.

Esta historia es enfrentarte a esos momentos en los que está todo en juego" (Naomi Watts)

Belón pasó un tiempo en un hospital tailandés, donde su marido la encontró después de haberla buscado con insistencia durante varios días. Después estuvo cuatro meses ingresada en un hospital de Singapur y finalmente pudo volver a casa, a Madrid, donde siguió su recuperación. “Nunca vuelves a la vida de antes, no quiero hacer máximas, pero, hablando por mí, nunca he vuelto a la vida de antes”, confiesa Belón. “Es como tener un hijo, no vuelves a tener las mismas cosas. En realidad, es un proceso vivencial, te cuesta cerrar los ojos o apagar la luz porque vuelves a estar debajo de la ola. Te das cuenta de que a tus hijos el sonido de un avión los puede paralizar. Y entonces es cuando necesitas paciencia, y cariño, y te dices a ti misma que tenemos que volver a poder apagar la luz, a ir a la playa porque el mar también es maravilloso. Lo que más me preocupó era recuperar ese sano equilibrio entre el miedo y la valentía. Cuando te ocurre algo así, te adentras en el miedo y te das cuentas de que antes en la vida era fácil caminar, casi nada te daba miedo, te atrevías con todo. Así que tuvimos que aprender de nuevo a caminar por la cuerda floja. Eso sí, si ya le tenía alergia a los psicólogos, después de esto se multiplicó por dos. Fui en un par de ocasiones, por un tema de shock postraumático, y todo me pareció inútil”.

La madrileña estudió medicina y trabajó después en el mundo del coaching (“eran todo mentiras, así que lo dejé”), y, sobre todo, es fan de la charla a corazón abierto. “¿Si va bien hablar? Depende de con quién. Hay muy poca gente que se ponga delante de ti a hablar del tema sin tapujos. Yo soy muy preguntona y si alguien ha tenido un accidente le pregunto con mucha paciencia. Sin embargo, al menos en mi caso, a la gente le parece tabú hablar de ello, de la ola, del tsunami. Cuando volví, me miraban con miedo, como diciendo: ‘Tranquila, no te voy a preguntar nada’. De todas formas, debo decir que hubo de todo: asombro, miedo, alegría”.

Y de ahí, del calor de los suyos, al camino de la normalidad: “Recuerdo que, cuando saqué la cabeza de la ola, pensé que me había quedado sola, que mis hijos y mi marido habían muerto. Todo lo que me pasaba por la mente es que todo iba a salir fatal, ni un solo segundo pensé que alguno de ellos hubiera sobrevivido y me pareció la mayor putada del mundo estar viva. ¿Qué hubiera hecho si hubieran muerto? No creo que hubiera podido seguir viviendo… No lo sé…”, cuenta Belón. Y entonces, en el patio de su casa, a centenares de kilómetros de cualquier mar, donde lo único que se oye es el ruido del viento molestando a los árboles, a esta mujer de mirada limpia y manos tranquilas la invade un llanto pequeño, discreto: “Yo tengo una deuda con cada una de las personas que me consolaron, que me ayudaron, que me empujaron. Una deuda que nunca voy a poder devolver y en la que prefiero no pensar porque es una carga muy gorda. Me cambiaría por cualquiera de esas personas que tuvieron que quedarse en el fondo del mar, me encantaría darles algo de la suerte que tuve yo y que les esquivó a ellos”.

No eres nada, no eres nadie. El tsunami me llenó de agua y me vació de todo lo demás" (María Belón)

La losa, el peso del milagro, aún sigue muy presente en la vida de María, aunque se destiña con el paso de los días y sea más ligero que en aquellas Navidades de 2004 en las que el agua decidió dar un enorme disgusto al ser humano: “No miro la televisión, cuando aparecen esas noticias de desastres me siento en carne viva. Para mí esos rostros dejan de ser noticia para convertirse en personas. Recuerdo cuando vi las imágenes del tsunami de Japón, y solo me imaginaba gente debajo del agua, asfixiada, perdida, desesperada. No escuchaba números, ni cifras, solo veía personas. Por eso prefiero no mirar nada de eso”. Sus hijos Lucas y Tomás se fueron de casa a los 15 años, y a su madre, por extraño que pudiera parecer, le parece fantástico: “Siempre pensé que los hijos no eran míos, que eran prestados y que un día tendría que devolvérselos a la vida. Eso no quiere decir que mi condición de madre no pese más que cualquier otra cosa, pero el tsunami no cambió mi idea de la vida en ese sentido. Cuando estaban en la cuna, le decía a mi marido: ‘A los 17 los quiero fuera de casa [risas], y mira, se me han adelantado”. Su marido y su otro hijo, Simón, siguen viviendo con ella.

María Belón volvió a Tailandia para el rodaje de Lo imposible, “una sensación de extremos, enormemente paradójica, un sitio lleno de belleza, pero que al mismo tiempo es donde pasó “aquello”; ha vuelto a bañarse en el mar, ha vuelto a acordarse de todos los que la ayudaron a ponerse en pie. Ahora solo queda una sensación duradera, “que da miedo, pero que es de verdad: un cambio en la conciencia de la fragilidad de la vida. En ese momento te das cuentas de que no eres nada, de que no eres nadie. Esa es una de las cosas que me aportó el tsunami: me llenó de agua y me vació de todo lo demás”.

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