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Columna
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Y lo que queda

Lo que permite y fomenta que este país sea una maldita cueva de ladrones es nuestra añeja y bárbara carencia de conciencia social

Rosa Montero

Cuando creíamos haberlo visto todo en cuestiones de corrupción, llegan nuevos casos a rizar el rizo y dejarnos bisojos. La situación degenera rápidamente: ahora ya no solo malversamos y cometemos irregularidades a troche y moche, sino que además hacemos el ridículo con petardas del nivel de Zoe Alameda y su comunicado delirante. Por todos los Santos, ¡ya es que no somos competitivos ni para robar (presuntamente)!

Me pregunto si será por eso, por esa falta de elegancia y de profesionalidad en el latrocinio (reconozcamos que lo de los trajes y los pelucos de oro de Gürtel fue otra horterada), por lo que al PP se le ha ocurrido la peregrina idea de educar a los niños desde los 11 años en temas fiscales. Sostienen los peperos que así cumplirán con Hacienda al ser mayores, pero a mí me parece un argumento absurdo. Porque para no defraudar no es necesario tener formación fiscal, sino moral. Lo que permite y fomenta que este país sea una maldita cueva de ladrones es nuestra añeja y bárbara carencia de conciencia social; haber nacido y crecido en un país estructurado en hordas en el que lo público no es de nadie y en donde el bien común es considerado como el coto de caza y principal proveedor de la riqueza de tu tribu: por eso quienes más roban al Estado han sido siempre vistos como unos lumbreras admirables y simpáticos. Menos mal que la cruda situación que ahora vivimos está haciendo que esos golfos nos empiecen a parecer cada día un poco menos listos y bastante más guarros (puede que al final termine saliendo algo bueno de esta asquerosa crisis). En cualquier caso, ese es el único camino posible de regeneración social: tenemos que cambiar nuestros valores desde dentro. Sin esa base ética, me temo que enseñar trucos fiscales a los niños solo conseguiría convertirlos en defraudadores más competentes.

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