La leña bajo el pescado
“No puedes ahumar bien el pescado fresco si le pones el fuego encima. Pon la leña debajo”, reza el viejo proverbio de la etnia gun. Cuando Agnès Agboton, cuentacuentos beninesa e investigadora de la narración oral de su país, escuchó por primera vez aquella canción sobre la leña y el pescado ahumado en boca del viejo Houndjenoukon Oké se quedó intrigada. No acababa de entender del todo el significado oculto tras la historia de dos amigas que invitaban a sus compañeros a comer pescado. Hasta que por fin dio con la clave. Entre los honvienu, un pueblo de Benín, la posición sexual del misionero (hombre arriba, mujer abajo) se considera superficial e incompleta. Dicho de otra manera: “Para que el humo penetre bien en el pescado, la leña debe arder debajo”.
Agnès Agboton, cuentacuentos e investigadora. / Foto: J. Naranjo
No siempre es fácil descifrar los códigos y las claves ocultas en los cuentos y las historias eróticas africanas y luego trasladarlas al público español en forma de libro. Pero si alguien puede hacerlo esa es Agnès Agboton, que acaba de participar en el Salón Internacional del Libro Africano (SILA) que tuvo lugar en Casa África (Gran Canaria) y a quien una vez describieron como una barquera que va y viene entre dos mundos, entre dos culturas. Nacida en 1960 en Porto Novo (Benín), a los 17 años se fue a vivir a Barcelona, donde estudió Filología Hispánica. Sin embargo, lejos de perder sus raíces y extraviarse en el ruido de la gran ciudad, Agnès vuelve siempre a sus orígenes para recuperar esa inmensa tradición oral que luego, en forma de cuentos, va regando allí por donde pasa. Y el sexo, ¿cómo no?, está también presente.
Aunque sus padres no convivieron juntos mucho tiempo y Agnès se crió algunos años con una mujer que no era su madre, asegura que tuvo “una infancia feliz. Mi padre era maestro y se dedicaba a crear escuelas en pueblos alejados. Fue un pedagogo apasionado y luego consultor de la Unesco. También fundó una ONG que recogía niños para darles un entorno seguro. Sus numerosos contactos con las personas más destacadas de la comunidad me acercaron a las tradiciones y rituales del culto animista. Era algo que estaba en el ambiente, para nosotros era normal, aunque el fondo de las cosas permanecía secreto, oculto, sólo accesible a los iniciados”, asegura Agboton, quien cuenta su vida en el libro Más allá del mar de arena, publicado por Random House Mondadori en 2005.
A los 15 años, tras pasar por un colegio de monjas católicas en Abomey, es enviada a Costa de Marfil para continuar sus estudios. Allí, un año después, conoce a Manuel Serrat, “un catalán loco”, recuerda con cariño la propia Agnès, con quien a los 18 años se casó y se fue a vivir a Barcelona, donde reside desde entonces. “Yo llegué a España embarazada y fue un salto brutal, eran dos sociedades completamente distintas. No me podía creer que hubiera tantos blancos juntos o que un blanco pudiera ser taxista. Alucinaba con los colores de las fuentes de Montjuitc y con las escaleras mecánicas. Me recuerdo perdida en las Ramblas, contemplando aquel espectáculo de gente, asombrada de que existieran hombres que se habían convertido en mujeres”.
Pero su vínculo con Benín no se rompió nunca. “Cuando conocí a Manuel lo primero que hice fue contarle cuentos que yo había escuchado contar a mis primas mayores, a mi abuela, a la gente de los pueblos donde había vivido de niña. En España estaba aprendiendo los códigos nuevos, pero sentía que necesitaba volver a mis orígenes por una cuestión de equilibrio identitario, para soportar esta esquizofrenia, y también pensando en mis hijos, por aportarles cosas de su otra cultura, la de allá”. Sus estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona le abrieron las puertas de la literatura europea. “Me gustó mucho encontrar una conexión entre nuestra manera de contar y las jarchas, los trovadores y los juglares de la Edad Media”, asegura, porque ella volvía siempre, una y otra vez, a las historias africanas.
Durante todos estos años de cuentacuentos e investigadora, en los que ha recopilado numerosas historias, Agnès se ha enfrentado de manera constante al reto de trasladar al lenguaje escrito algo que sólo existe en la palabra. “Es complicado pasar de la frescura de lo hablado a la disciplina de la escritura. Son dos lenguajes muy diferentes. A ello se suma el problema enorme de la traducción y el hecho de que en la narración tradicional africana hay elementos tonales que alteran los significados. Y yo me dirijo a un público, el español, que no conoce el paradigma cultural. Es muy, muy complicado”.
En muchos de los cuentos recopilados por Agnès Agboton están muy presentes los vodunes, “las fuerzas naturales que pueblan el mundo”, una suerte de espíritus o dioses protectores que anidan en todas partes y que son como intermediarios entre el hombre y Dios, llamado Mawu-Lisa entre los fon de Benín. La religión vodún, llamada vudú en América a donde llegó de la mano de los esclavos exportados desde el Golfo de Guinea, tiene una imagen negativa en Occidente, una imagen caricaturesca plagada de zombies y rituales sangrientos, pero es toda una cosmogonía que, pese a la persecución de la que fue objeto durante un tiempo, sigue siendo conocida, respetada y practicada en Benín y otros países africanos. Entre los yorubas los vodunes son los orishas, tan conocidos en Cuba y el Caribe.
Además de los vodunes, están los animales. En Senegal, por ejemplo, muchos cuentos suelen tener como protagonistas a la liebre, la hiena o el zorro. En Benín, sin embargo, aparecen la tortuga, el leopardo o la araña. “La araña me interesa mucho. En Occidente este animal se relaciona con la astucia o incluso con algo asqueroso. Entre nosotros es un personaje cómico, glotón, simpático y seductor que en ocasiones se puede llegar a enamorar de una mujer”, asegura. Y, al igual que en la tradición europea, también hay niñas que sufren por el maltrato de la madastra. Y canciones y música. Y sexo.
“Había recopilado ya algunos cuentos y entre ellos había algunos que hablaban de las relaciones entre hombres y mujeres. Entre esto y las conversaciones con amigas de distintas edades, empecé a reflexionar sobre lo que llamamos erotismo en España y a preguntarme si el eros africano es el mismo que el eros occidental. En los cuentos africanos no se suele hablar claramente de sexo, pero está ahí, oculto tras las palabras, en una especie de lenguaje cifrado que necesitas decodificar para entenderlo”. De esta inquietud de Agnès por la tradición oral erótica africana nace su primer libro recopilatorio de cuentos de contenido sexual o sensual, Zemi Kede, que significa algo así como “Tómame”.
En el idioma materno de Agnès Agboton para decir “Te quiero” usan una expresión que significa “Me gusta tu olor”. Con este lenguaje cargado de simbolismo, la autora nos va introduciendo en historias que nos hablan, por ejemplo, del problema que tuvo Mawu, el dios hacedor de todas las cosas, para colocar el sexo femenino (koto) en el lugar adecuado. Tras probar en la oreja y en la nariz, se inclinó por situarlo en una de las axilas, lo que generó graves problemas pues estaba demasiado evidente y aquella visión perturbaba a los hombres. Hasta que por fin, la diosa Minona dio con la clave y propuso la entrepierna como la mejor ubicación. Y el pueblo gun empezó a llamar al sexo femenino también con el nombre de nesuhue, que significa “el refugio del falo”.
O la historia del mono al que llaman anungblin, propietario de una cola “que hace desfallecer”. O la de la mujer vendedora de buñuelos de maíz fermentado que sedujo al hijo del rey y cuyas nalgas, entrepierna y boca cantaban una canción que terminaba así: “Muerde el ñame para que yo pueda gozar también”. O el ya mencionado de las dos amigas que se intercambiaron a sus compañeros y que les ofrecieron “pescado” para comer que debían ahumar previamente con la “leña”, metiéndola desde abajo. Zemi Kede es una pequeña delicia, un regalo que Agnès Agboton, esta barquera que navega entre dos mundos, ha querido hacernos como si levantara una tela bajo la que se ocultan algunos placenteros misterios.
Aunque el verdadero deleite, más que leerla, es escucharla. Descalza, como permitiendo que la energía le suba de la tierra directa a la cabeza, con un amplio vestido de vivos colores, rodeada de niños que la observan embobados. Ella cuenta y canta, canta y cuenta. Y juega con las palabras para que aquí y allí nadie se olvide de la importancia de narrar. Como asegura casi al final de su libro Más allá del mar de arena, dedicado a sus dos hijos, "me gusta pensar que sumar experiencias es lo que nos hace ser realmente humanos: tenemos muchos cuencos donde buscar frutas distintas para poder probarlas, culturas y creencias, lenguas y colores, los olores de la tierra húmeda, los ritmos que acompasan la danza de los kuvitó, los libros que llena los anaqueles de nuestra casa, las notas de La flauta mágica de Mozart, que cuando erais pequeños acompañaban vuestros sueños...".
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