Crisis sistémica y cambio de ciclo vital
La etapa de acumulación financiera iniciada en los años setenta atraviesa hoy por una fase de madurez que augura un cambio de paradigma, no solo económico sino también institucional y de democracia representativa
Hace poco asistí a una mesa redonda en un congreso de sociología donde se debatía la crisis sistémica. Allí pude argumentar que nuestra profesión no ha sabido proponer un relato propio sobre la crisis, pues se ha limitado a criticar sus efectos en materia de recorte de derechos y ascenso del desclasamiento y la desigualdad. Por tanto, el único relato maestro con que contamos sobre la crisis es el propuesto por el pensamiento económico dominante. Según su paradigma, la crisis fue causada por la irrupción de una contingencia imprevista, emergida por generación espontánea de la mano invisible del mercado, que rompió el equilibrio general del sistema. Y desde entonces los mercados han quedado colapsados por un desequilibrio sistémico autosostenido, como si se hubieran “colgado” entrando en un bucle sinfín. De ahí la necesidad de “resetear” el sistema mediante un choque de ajustes estructurales de cualquier signo capaces de reequilibrarlo, ya sean estímulos expansivos a lo Bernanke-Obama o devaluaciones internas a lo Merkel-Schauble.
¿Podría oponerse a este modelo de equilibrio neoclásico algún otro relato más dinámico, capaz de explicar mejor el desequilibrio general? Una posible pista es recurrir al modelo de crisis por cambio de ciclo vital. Esta figura proviene de la historia natural, como en los ciclos de ascenso y caída de los imperios o cualquier otro fenómeno cuyo curso de vida se despliegue a lo largo del tiempo. Por ejemplo, el lapso vital humano presenta cuatro crisis: el nacimiento (crisis de inicio), la juventud (crisis de ascenso), la madurez (crisis de inflexión hacia el declive) y la muerte (crisis de desenlace). Pues bien, aplicando por analogía estos términos, podría postularse que nos enfrentamos a una crisis de madurez sistémica. Es el tipo de inflexión biográfica que antes se llamaba crisis de los 40 (ahora retrasada por aplazamiento de la emancipación juvenil), cuando el ascenso adulto se detiene y comienza a declinar.
Y recurriendo al mismo esquema cabe pensar que el ciclo de acumulación financiera iniciado en los años 70, cuando quebró por inflación el anterior ciclo productivo de industrialización fordista, está atravesando hoy su crisis de los 40. Aquel naciente ciclo postindustrial centrado en el mercado financiero generó una mercantilización globalizada que desarticuló la estructura social, emergiendo la posmoderna sociedad low cost. El consiguiente crecimiento de la financiarización alcanzó su saturación con el cambio de siglo, entrando a partir de ahí en crisis recurrentes tras cruzar el umbral de madurez: es la crisis crónica como la llamé en otro lugar. En suma, la actual regresión no es más que un efecto retardado del progreso anterior, cuando el ciclo de acumulación financiera ascendía hacia lo alto desde las ruinas de la quiebra industrial de los 70. Y este modelo de final de ciclo por crisis de madurez es aplicable a toda Europa occidental. La crisis actual del euro es un efecto retardado de la irresponsable arquitectura de la unión monetaria decidida en Maastricht, a su vez improvisada para salir de la crisis de la serpiente monetaria creada en los 70 con el ingreso del Reino Unido en la CE. Y en el caso español, la crisis de deuda derivada del estallido de la burbuja inmobiliaria procede también de los 70, pues el boom especulativo no se inició con la Ley del Suelo de Aznar sino bastante más atrás, con la beautiful people de González, Boyer y Solana y antes con los Pactos de la Moncloa de Fuentes Quintana y Abril Martorell.
Cuando se frustra el ascenso de la juventud, el sistema social entra en un periodo de desplome
Pero este ciclo de acumulación financiera no atraviesa su crisis de madurez a solas, pues los demás ciclos institucionales que iniciaron entonces su andadura también atraviesan sus respectivas crisis de los 40. De ahí que al agregarse sus crisis coincidentes estén integrando una crisis sistémica de madurez institucional. ¿A qué otros ciclos institucionales me estoy refiriendo? Ya he citado la crisis de la UE, pero lo mismo cabe decir del modelo de gobernanza estatal, cuya administración burocrática está perdiendo crédito tras ser abducida por la privatización mercantil desde los 70; del modelo de democracia representativa, cuya clase política también está perdiendo legitimidad tras profesionalizarse mercenariamente a partir de los 70; o del modelo de formación de la opinión pública, dada la agónica crisis existencial que sufre la prensa escrita, pues todos atraviesan hoy sus respectivas crisis de madurez en el conjunto del mundo occidental. Especialmente en el caso español.
Así ocurre con el declive de nuestra democracia, cuya transición se inició en los 70 con grandes esperanzas de progreso cívico pero que hoy atraviesa una evidente crisis de madurez, dado su déficit de representación y el fuerte desprestigio de la clase política por los escándalos de corrupción, lo que ha provocado crecientes exigencias de proceder a profundas reformas electorales y constitucionales. En análogo punto de inflexión se sitúa nuestro modelo de desarrollo autonómico, tras la inicial descentralización administrativa, para derivar hacia una preocupante espiral de emulación competitiva que ha alcanzado su clímax con la demanda de secesión Cataluña, lo que también ha despertado propuestas antagónicas de recentralización. Lo mismo sucede con el ciclo de ascenso y caída de nuestro Estado de bienestar, que tras universalizar los derechos sociales en los 70 y 80 está entrando en crisis ahora, desmantelado por drásticos recortes y crecientes amenazas de privatización. Y algo análogo pasa con la enseñanza pública, que con la transición inició su expansión hacia la escolarización universal, obteniendo éxitos tan señalados como lograr que la escolarización femenina superase a la masculina, pero que hoy se enfrenta a una grave crisis de segregación clasista derivada de su creciente privatización a la vez que se devalúan su prestigio académico, dada su incapacidad meritocrática para favorecer la carrera profesional de los mileuristas titulados.
Esto determina que también haya hecho crisis el modelo de juventud iniciado con la transición a la democracia, cuando los jóvenes de ambos sexos comenzaron a diferir su acceso al mercado de trabajo y la formación de familia para anteponer la prolongación de su escolaridad, a fin de mejorar sus oportunidades de ascenso retrasando sine die su salida del hogar progenitor. Pero así se inició un ciclo de prolongación de la dependencia familiar de los jóvenes que, tras bloquearse su proceso de emancipación a causa de la crisis, ha terminado por impedir que aprendan a responsabilizarse de sí mismos, hasta el punto de crear una generación perdida solo entregada al panem et circenses del botellón y las descargas gratuitas, mientras su fracción más crítica se congrega en los enjambres indignados del 15M. Esto explica que el ciclo expansivo de nuestra pirámide demográfica, iniciado en los 70 con el cese de la emigración exterior e interior, y proseguido después por la creciente inmigración de efectivos foráneos, también haya entrado en regresión, cruzándose el año pasado su punto de inflexión cuando la balanza migratoria arrojó saldo negativo tras reiniciarse la migración al exterior de nuestro titulados incapaces de seguir aquí su carrera profesional.
Los jóvenes desertan hoy de las instituciones que integraron a sus predecesores
Y es que, cuando se frustran las expectativas de ascenso de la juventud, todo el sistema social entra en una nueva fase de desplome por desclasamiento, invirtiendo el sentido de su principio rector centrado en la movilidad ascendente. De ahí la involución del metabolismo generacional, que mueve a las actuales cohortes juveniles a desertar de todas las instituciones que articularon la integración social de sus predecesoras. Esto explica que hoy los jóvenes no puedan reconocerse en las instituciones excesivamente maduras que antaño articularon la transición: el sistema de partidos, las centrales sindicales, la prensa escrita… Así es como al coincidir transversalmente las diversas crisis que se realimentan en espiral, entran en resonancia generado una emergente crisis sistémica. Pero los ordenamientos sociales no son cuerpos vivos predestinados a morir sino entramados institucionales cuyas crisis de madurez pueden resolverse con éxito mediante su reestructuración organizativa, lo que exige cambiar las reglas de juego tras pactarlas con amplio consenso. Es el decisivo reto que hoy nos aguarda en España y en Europa occidental como tarea prioritaria y cada vez más urgente.
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