Cataluña y Euskadi: disimilitudes
Cuando los nacionalistas de un territorio buscan la ruptura, los otros se muestran moderados
Hace un tiempo que el País Vasco ha dejado de ocupar las primeras páginas de los periódicos nacionales. El final del terrorismo es una causa principal de esta saludable ausencia, pero también debemos reconocer que la acción del último Gobierno Vasco ha contribuido considerablemente a consolidar esta "normalidad", tan anhelada durante mucho tiempo. La derrota de ETA, aunque todavía no hayamos celebrado su funeral, nos deja ver una realidad oculta tras las bombas, los asesinatos y las extorsiones de la banda terrorista. Durante todos estos años, con más claridad y ninguna justificación plausible desde el 78, la violencia terrorista ha proyectado una imagen distorsionada de la sociedad vasca, que no pocos vascos han disfrutado con satisfacción incomprensible. Así, Javier Arzalluz, imbuido del espíritu del “Cura de Santa Cruz” pasado por el Lazarillo de Tormes, se lamentaba hace años, “con la boca pequeña”, de que los vascos solucionáramos nuestros problemas a tiros mientras que los catalanes, más mediterráneos, más civilizados, lo hicieran negociando. Jordi Pujol le recordó que no siempre había sido así y que la historia nos decía otras cosas.
En el País Vasco se vive un periodo de confusión, en el que los derrotados quieren imponer su relato histórico
Efectivamente, si buceamos en el periodo histórico de la industrialización nos encontramos una sociedad vasca que sufre cambios radicales en sus fundamentos más básicos y ancestrales —el nacionalismo es producto incontestado de este fenómeno— y sin embargo la reacción es distinta a la provocada en otras tierras de España que igualmente sufrieron cambios de parecida identidad. En Cataluña adquiere fuerza el anarquismo, primero político y posteriormente sindical, con la CNT como expresión mayoritaria, en el País Vasco la UGT y el sindicato nacionalista y católico, Solidaridad. En Cataluña la lucha de clases adquiere tintes violentos, los asesinatos de empresarios no son infrecuentes, siendo su reacción proporcional y de la misma naturaleza, como si ambos comportamientos arraigaran en el pretérito bandolerismo catalán, del que ya hablaba Cervantes en la segunda parte del Quijote cuando Barcelona se convierte en el escenario de la novela española más universal; mientras, en Vizcaya los conflictos sociales tienen características menos revolucionarias, más pragmáticas, la lucha obrera es más sindicalizada, más parecida a la que surgía en la Europa industrializada. En el País Vasco nacen grandes empresas mineras, metalúrgicas y navales muy relacionadas con el impulso expansionista británico, y como consecuencia de todo ello aparecen grandes bancos que muy pronto se extienden por el resto de España; en Cataluña tenemos que acercarnos a finales del siglo XX para encontrarnos con una entidad financiera de parecidas características —no está de más recordar el esfuerzo primitivo y fracasado de Jordi Pujol por crear un banco catalán—.
La burguesía vasca muy pronto se instaló en Madrid, la catalana decidió hacer más grande Barcelona y paradójicamente intentó desde finales del siglo XIX cambiar España con propuestas regeneracionistas. Todo ello nos indica unas clases dirigentes económicas muy distintas: los atlánticos nunca vieron incompatibilidad con el resto de España, era su mercado nativo, los mediterráneos vieron más una oportunidad que una expansión natural. Solo el terrorismo etarra unido a una falta de vocación por la historia real, muy al gusto de los españoles que nos movemos mejor entre la leyenda y el “presentismo”, nos ha impedido ver lo que había detrás de las primeras páginas de los periódicos: dos realidades muy diferentes y distantes. Hoy en día seguimos con las disimilitudes entre las dos comunidades, según desaparecían las noticias sobre el País Vasco de los diarios, éstos ocupaban sus primeras páginas con los llamamientos insurgentes, pronunciamientos radicales y posiciones rupturistas de los dirigentes políticos catalanes, todo ello en medio de un estruendoso silencio de su clase empresarial, en un conflicto extenuante entre sus intereses, sus afectos y sus miedos.
Las posiciones rupturistas de los políticos catalanes chocan con el silencio de la clase empresarial
En Euskadi existen motivos para el desasosiego, la derrota de ETA no ha significado todavía hoy nuestra victoria. Vivimos un periodo de confusión, en el que soterradamente los derrotados quieren imponer su relato histórico y la alternativa adolece de fuerza y coherencia suficiente para imponerse. Las víctimas dudan sobre como construiremos el futuro y el consuelo en esta situación es difícil, más si tenemos en cuenta que el resultado de las últimas elecciones autonómicas ha ratificado como segunda fuerza a los herederos de la banda terrorista. Todo es hoy complejo en el País Vasco, abigarrado, pero podemos ver algunas pautas que nos acercan a la esperanza. Los nacionalistas vascos han realizado una campaña electoral muy moderada, confundiendo a sus adversarios cuando dieron la espalda a los cantos de sirena que venían desde Cataluña, su objetivo prioritario durante la campaña electoral fue la superación de la crisis económica, haciendo lo imposible para que no les confundieran con los herederos de ETA. Sus dos retos políticos de envergadura, la liturgia del enterramiento de la banda terrorista y el famoso y difuso “nuevo status”, necesitan de consensos muy amplios.
El primer reto requiere la colaboración protagonista del gobierno de la nación —los próximos meses veremos un acercamiento entre el PNV y el PP tan necesario para hacer el relato de estos últimos años como incómodo para el ejecutivo de Rajoy—, el segundo, en palabras de Urkullu, necesita un acuerdo amplio entre las fuerzas políticas vascas, y la premisa del líder nacionalista complica su consecución y asegura un equilibrio tranquilizador. También puede suceder lo contrario, pero hoy y aquí me he querido referir a la posibilidad mejor que tiene la sociedad vasca, hurtada durante más de cincuenta años por la banda terrorista. La esperanza consiste en que la decisión es posible y es nuestra, de los vascos.
Igual que siempre, cada uno por su lado, mientras los nacionalistas vascos necesitan acuerdos, creo más en la necesidad que en la virtud en la vida pública, para conseguir sus próximos objetivos, en Cataluña, después de las elecciones autonómicas, en las que todos hemos ganado un poco de tiempo para enfocar los problemas planteados, los nacionalistas de CiU parecen optar por el conflicto, desde luego pacífico, y por el desacuerdo cuando optan por ERC como socio y la autodeterminación como objetivo tras perder doce escaños.
Nicolás Redondo Terreros es presidente de la Fundación para la Libertad.
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