Droga publicitaria para tiempos oscuros
Del anuncio de Carme Ruscalleda me emociona su explicación de por qué se negó a mover su restaurante de Sant Pol de Mar a Barcelona: no le daba la gana cambiar su vida de pueblo
Sintiéndome rodeado de despidos en ERE, desahucios mortales, desmantelamientos de la sanidad pública y todas las desgracias que comienzan por "des" en la España contemporánea, tiendo a recordar a Fresita, mítica ganadora de Gran Hermano 5. Me gustaría ser ella y vivir en ese estado permanente de alucinación flower power, en el que la felicidad reinaba y ninguno de estos espantos ni sus correspondientes culpables existían.
Como el superpoder de la transformación en otras personas aún no me ha sido otorgado –todo llegará–, me conformo con administrarme dosis de publicidad que me acerquen a su mundo de bondad e inocencia. No hablo de los anuncios, esas irritantes píldoras de medio minuto que interrumpen nuestras series, programas y publicaciones favoritas, sino de esos formatos largos e intelectualizados que cada vez más marcas ponen en circulación a través de Internet.
Hay dos vídeos que me han ayudado mucho esta semana, ambos protagonizados por chefs de prestigio. El primero lo ha grabado David Muñoz, del restaurante DiverXO, para Mercedes-Benz. Junto a las inevitables escenas de Muñoz conduciendo un carro de la marca, se intercalan otras más interesantes en las que esta especie de Mozart de la cocina española con piercings y peinado mohicano describe su filosofía. Carme Ruscalleda es la estrella del segundo, obra del Banco Sabadell. La jefa del Sant Pau nos cuenta qué es para ella el seny (sensatez o cordura en catalán) en el pantano de Sau, convertido en paisaje marciano por obra y gracia de la manipulación digital.
Oír a Muñoz defendiendo con contundencia los mercados tradicionales de comida frente al horror de las grandes superficies me reconcilia con el género humano: otro pollo de corral nos cantaría si los cocineros famosos se dedicaran a transmitir este mensaje en vez de colaborar en promociones de los híper. Del anuncio de Ruscalleda me emociona su explicación de por qué se negó en repetidas ocasiones a mover su restaurante de Sant Pol de Mar a Barcelona, donde habría ganado mucho más dinero: sencillamente, no le daba la gana cambiar su vida de pueblo.
Ya sé que todo es una fantasía promocional. Que Muñoz va a abrir restaurante en un Corte Inglés, que los coches son chimeneas de CO2 y que los banqueros tienen el mismo seny que un tiburón que ha olido sangre. Pero necesito drogarme con lo que sea para alcanzar cierta fresitización, aunque sea pasajera. Que si no, estos tiempos no hay Dios que los aguante.
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