La gran destrucción
Se empieza a pagar un precio creciente por la desigualdad desmedida. Unos generan empatías, y los otros, indignación
No se está cumpliendo la destrucción creadora de la que hablaba Schumpeter, como condición para la supervivencia del capitalismo. Según el economista austriaco, uno de los más influyentes del siglo pasado, el dinamismo del sistema se manifiesta en un proceso mediante el cual los elementos anticuados son constantemente destruidos y reemplazados por otros más modernos.
Al menos en España, en los últimos tiempos desaparecen muchísimas más empresas de las que nacen, generando un paro masivo. Y ello es un síntoma más de decadencia social de nuestro país. Schumpeter escribió que el vendaval perenne de “la destrucción creadora” dependía sobre todo de tres factores (véase La gran búsqueda, una monumental y heterodoxa historia de la economía, de Sylvia Nasar, recién publicada en castellano por editorial Debate): la innovación permanente —que está en franco retroceso en cuanto a su inversión pública y privada—, la calidad del empresariado del país —que con notables excepciones tampoco está a la altura de los tiempos, sino más bien al contrario— y la posibilidad de acceder a créditos baratos y abundantes, condición necesaria para la supervivencia del emprendedor. Pues bien, los niveles actuales de los préstamos son los más bajos en las últimas décadas, el grifo está totalmente cerrado y los bancos están dedicados a arreglar sus propios problemas.
Schumpeter opinaba que el capitalismo no se derrumbará bajo el peso de su quiebra, sino porque su éxito minará algunas de las instituciones y tendencias sociales que lo protegen, y ello creará “inevitablemente” las condiciones en las que no le será posible sobrevivir. Los principales enemigos del capitalismo son los propios capitalistas, que abusan de su inmenso poder cuando no tienen contrapesos suficientes en el mundo de la política.
Una de estas tendencias que ha exacerbado las contradicciones es la inmensa desigualdad (de oportunidades y de resultados) en el seno de los países, y que tanto ha cotizado en las recientes elecciones americanas. Los ciudadanos no han tolerado que un multimillonario como Romney aportase a la sociedad solo el 13% de sus ingresos en forma de impuestos.
Mientras que las clases bajas y medias se empobrecen aceleradamente, algunas élites tienen ganancias inimaginables desde el punto de vista de la razón. Se está empezando a pagar un alto precio por esa desigualdad desmedida. Si las familias pobres que lo están pasando mal suscitan la empatía y la solidaridad de la mayoría, las de arriba provocan cada vez más indignación. Antes, cuando las diferencias no eran tan exageradas o se ocultaban pudorosamente los signos externos, se entendía más o menos que los de arriba habían ganado lo que tenían. En esta crisis, aquel entendimiento tácito ha sido sustituido por el enfado ante su insensibilidad. Y ello pone en peligro la cohesión social y la propia esencia de la democracia.
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