Soplones y denunciantes
La Agencia Tributaria española asegura que hay una escalada de chivatazos ciudadanos contra presuntos delincuentes fiscales
La Agencia Tributaria, un grupo de funcionarios bien pagados que deberían esmerarse en sembrar el terror entre los defraudadores fiscales, acaba de informar de una escalada, al parecer imparable, de chivatazos ciudadanos contra presuntos delincuentes tributarios. Las cuentas están claras, aunque parezcan turbias: en nueve meses de 2012 la Agencia ha iniciado 997 inspecciones basadas en denuncias; transformadas en fría tasa, suponen un aumento del 50% respecto a 2011 (646 denuncias). Celebra el equipo hacendístico que se haya roto la tendencia delatora, demasiado plana, de unos 600 chivatazos por año. El secretario de Estado de Hacienda atribuye esta inflexión a que “a los ciudadanos les molesta cada vez más que el que está al laso cometa fraude fiscal”. Es más probable que en tiempos atribulados prosperen esas pequeñas miserias que van desde la cólera inmoderada o la descortesía pública hasta la delación.
Celebrar el aumento de los delatores es una osadía mientras no se conozca con exactitud cuántas de las denuncias son públicas y cuántas son anónimas.
Nada más loable que una acusación, a cara descubierta, de un ciudadano contra un presunto defraudador; nada más inquietante que la denuncia anónima (basta con rellenar un impreso sin filiación), por la desmoralización social que evidencia, por la irresponsabilidad del denunciante y por la cantidad de información inútil que hay que desbrozar antes de llegar a hechos probados. Es la diferencia eterna entre ciudadano y soplón. Es inevitable, además, que proliferen los chivatazos contra operaciones de menor cuantía (contra el fontanero o el pintor), alentadas por la prohibición de pagar en metálico más de 2.500 euros y sigan brillando por su ausencia las denuncias contra las grandes operaciones de evasión fiscal.
Pero la Agencia Tributaria no informa sobre el porcentaje de soplos en las denuncias habidas. Los ciudadanos sueñan con un poder público capaz de perseguir el dinero negro mediante una legalidad implacable e inspectora insobornables. Pero esta Agencia presume de convertirse en una réplica de la policía y de tejer una red de confidentes. Que nos lo expliquen con calma.
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