La respuesta ética frente a la sobreproducción de sillas es ¿una silla más?
Algo así parecen pensar muchos de los diseñadores y productores actuales que se empeñan, año tras año, en presentar en Milán su idea de la silla definitiva. Ha vuelto a ocurrir este año. La empresa norteamericana Emeco que ya lanzó hace dos temporadas su famosa silla Navy fabricada íntegramente con botellas de cola recicladas, ha puesto en el escaparate la silla Broom de Philippe Starck. Como una escoba (broom), este nuevo diseño recoge las sobras de aserraderos y de plantas de tratamiento de plásticos para, combinando ambos deshechos, obtener un material sólido y resistente.
Starck, que lleva décadas produciendo catálogos enteros de sillas de plástico con todo tipo de ideas (a veces) y de retóricas (otras veces), se lanza ahora a convertirse en el máximo representante del diseño sostenible, reciclable y, por lo tanto, ecológico. ¿Podemos creerle?
Que Emeco es una empresa sólida no está en duda: lleva 150 años produciendo sillas de aluminio y cuatro décadas reciclando componentes - y extendiendo la vida de sus productos-. Que Philippe Starck haya sido una figura indiscutible en la historia del diseño, tampoco. Que uno pueda reinventarse resulta esperanzador. Pero que queda extraño que las notas que publicitan dos productos de un mismo autor lancen mensajes contradictorios es evidente. Así, que no se puede ser el primero en todas las carreras es algo que todos deberíamos aprender. Y admitir. Sobre todo cuando tal vez resulte que estamos ya demasiado cansados para empezar a correr de nuevo.
La pregunta no es si la silla Broom es reciclable –que parece que sí lo es, por lo menos reciclada-, la pregunta es si la silla Broom es necesaria. Y me temo que la respuesta es que dicha butaca representa más una moda que una solución. ¿Se le ocurrirá a algún productor admitir que la solución ante la sobreproducción de sillas no pasa por fabricar una silla más?
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Babelia
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