La ciberresurrección del cruzado Uribe
El expresidente de Colombia afronta el síndrome de abstinencia de poder con su Twitter Recuperar el mando pasa por el desgaste del presidente Juan Manuel Santos, su otrora delfín
La pérdida de la presidencia de Colombia interrumpió abruptamente las dosis de adrenalina consumidas a diario por el abogado Álvaro Uribe (Medellín, 1952) durante sus ocho años al frente de la convulsa nación latinoamericana y lo ha empujado hacia una adicción paliativa, el Twitter, para afrontar el síndrome de abstinencia del poder. Alejado de las responsabilidades y sobresaltos de sus dos mandatos (2002-2010), una panoplia de atentados, secuestros y asesinatos que redujo drásticamente, Uribe Vélez ha encontrado en el mundo de las redes sociales la agitación necesaria para sobrellevar su aparente dependencia emocional del ordeno y mando. La bulla ciberespacial desarrollada por el expresidente es un gotero vivífico que no ha sorprendido a su esposa, Lina Moreno, consciente de que no matrimonió con un ganadero de los valles de Antioquia como pensó de novia, sino con un político de los pies a la sobaquera, porque Uribe es un hombre de armas tomar, resolutivo, temerario, acostumbrado a las empresas arriesgadas. Retomar el poder dentro de dos años con un nuevo partido a sus órdenes es la última.
“Yo muchas veces le digo: Uribe, con calma, con serenidad… Pero eso es como tratar de tapar un volcán con una mano. El sí es muy voladito. Yo no voy a negar que es ofuscado y que es bravo, pero tiene una cualidad: se le baja el ofusque y no sigue rumiando su rabia y su rencor”, confesaba hace dos años Moreno a la periodista de Semana María Luisa Rueda. El día de la entrevista con el semanario, su esposo le hizo cambiar de vestido y pintarse un poco los labios para la foto. A ella le daba igual. Por eso, cuando llegó el traspaso de poderes, en agosto de 2010, Lina se frotaba las manos imaginándose libre, de vaqueros, inmersa en realidades sencillas y gratificantes. Aunque momentáneamente la familia, incluidos sus hijos Tomás y Jerónimo, debiera domiciliarse en un búnquer porque muchos se la tienen jurada a su marido. “Viviremos con tranquilidad, como ciudadanos normales, no vamos a vivir camuflados; eso quiere decir que tendríamos que enterrarnos, y eso no lo vamos a hacer”. Nada más lejos de las intenciones de Uribe que enterrarse en sus dos fincas inventariando vacas cebú y pardo suiza.
Su esposa, la licenciada en Filosofía Lina Moreno, es más progresista que su consorte en asuntos como la despenalización del aborto o la conveniencia de un debate sobre la legalización de las drogas
Clamando contra las supuestas blandenguerías de su sucesor, Juan Manuel Santos, el cruzado Uribe desenfundó su Magnum diseño Blackberry y dispara contra todo aquel que se mueva sin su asentimiento político. Igual opina sobre la erupción del volcán Galeras que sobre el aumento del salario mínimo. El frenesí del apóstol de la Seguridad Democrática solo amaina rendido por los accidentes o la devoción: por la potranca que le baldó la pierna izquierda en los establos de la finca El Ubérrimo o por la relectura de la tercera encíclica de Benedicto XVI, Caritas in veritate, que aborda las amenazas afrontadas por la humanidad. Y para Álvaro Uribe, las políticas de Santos se ciernen amenazantes sobre su legado de tolerancia cero contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El teatral comportamiento del exmandatario durante la entrevista del pasado mes de mayo con el canal SOITV en Miami certificó las dificultades afrontadas para asumir su preceptiva salida del palacio de Nariño con una popularidad cercana al 80%. La Corte Suprema le prohibió convocar un referéndum para modificar la ley que impedía su candidatura a un tercer mandato, que hubiera ganado, y desde entonces no pierde ocasión de incordiar a su sucesor, Santos, que fue su ministro de Defensa y a quien tilda de traidor.
El nuevo jefe de Gobierno es también conservador, pero menos visceral que Uribe, más político, en sus juicios sobre el presidente venezolano, Hugo Chávez, sobre el terrorismo guerrillero o sobre cómo afrontar la pacificación de Colombia.
Los soliloquios y gestos de Uribe en el estudio de SOITV fueron reveladores no tanto de su genio como de sus ambiciones. Nada escapa al visionario escrutinio de un político en permanente campaña. “¡Espere y le pongo otro twitterazo! (…). ¡Me va a tener aquí disparándole hasta la medianoche!”. Alterado, levantándose de la silla donde era entrevistado, el idólatra de la seguridad (su padre fue asesinado por las FARC) se movía de un lado a otro volcado sobre el teclado de su móvil, soltando metralla de 140 caracteres contra Santos después de que un palmero le soplara al oído que el jefe de Gobierno había aludido críticamente a su administración.
Uribe recorre pueblos, escucha a los aldeanos, calza camisetas con eslóganes de conveniencia y cuelga vídeos en YouTube. Solo su querida Lina puede abroncarle sin disimulos
Pese a que la licenciada en Filosofía Lina Moreno, más progresista que su consorte en asuntos como la despenalización del aborto o la conveniencia de un debate sobre la legalización de las drogas, niega que el rencor y la iracundia de su marido sean de largo recorrido, la ofensiva contra el presidente es kilométrica porque la resurrección política de Uribe pasa por el desgaste de Santos. Y como la vigilancia nacional del cruzado no admite dilaciones ni asuetos, Uribe dedica las vacaciones a multiplicarse mediáticamente. Una batería de veinte emisoras regionales y cadenas de televisión pudieron entrevistarle telefónicamente y acercarse a sus fincas de Antioquia y Córdoba durante las festividades navideñas. Incansable, habló de lo divino y de lo humano, y al no tener prisa, algunas radios dieron entrada a preguntas de los oyentes.
Álvaro Uribe Vélez recorre pueblos, escucha a los aldeanos, calza camisetas con eslóganes de conveniencia y cuelga vídeos en YouTube. Solo su querida Lina puede abroncarle sin disimulos, como el día en que le reprochó la ridícula beatería de no atreverse a llamar a las relaciones sexuales por su nombre cuando pidió a los jóvenes colombianos que dejaran “el gustico” para después de casarse. “Viejita, ¿pero qué otra palabra iba a usar? ¿Cómo iba a usar la palabra sexo”, se justificó. Y yo le dije: “¿Pero para qué fue a meterse en ese tema? Ese no es un tema suyo, usted no es el papá del país. Por lo menos debería haber usado la palabra que tocaba. De lo contrario, quédese callado”. Imposible. La locuacidad es una de sus herramientas de seducción. En ella sigue, impelido por la adicción a la adrenalina del poder.
Al día siguiente de su matrimonio, hace 28 años, la pareja de desposados acudió a un mercado de terneros. Uribe terminó saludando a toda la plaza. “Yo pensé que era de querido, pero no, era de político”. Aquel madrugador chute de aceptación fue el primero de una seguidilla que acabó enganchando al joven ganadero.
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