El Kilimanjaro
Robert Guédiguian subraya la otra cara de la economía, aquella que surge de las vivencias de los perdedores, que son los más
Para Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), que en sus declaraciones disecciona con un bisturí esterilizado la necesidad de más reformas (ya se sabe lo que significa este concepto para los ciudadanos) con “transparencia y celeridad”; para los que vieron y hasta estudiaron películas tan extraordinarias como Inside job, Margin call o Enron, los tipos que estafaron a América con el fin de conocer bien los mecanismos del expolio y a algunos de los golfos apandadores que nos han llevado hasta donde hemos llegado; para los que fueron a las salas de proyección y en la soledad de las mismas comprendieron lo que les podía ocurrir con filmes como The Company Man o Up in the air, en los que se desarrollan los mecanismos del paro colectivo y cómo estos pueden llegar incluso a quienes antes despidieron a los despedidos; para los que lloraron contemplando los estragos del desempleo en la dignidad de la gente, en Los lunes al sol, la profética cinta dirigida por León de Aranoa y producida por Elías Querejeta (es de 2001, un lustro largo antes de la llegada de la Gran Recesión, cuando parecía que lo peor que podía pasar era un proceso de desindustrialización).
Para todos ellos y para los demás se recomienda otra pieza para la reflexión y el análisis: Las nieves del Kilimanjaro (nada que ver con la película de Ava Gardner y Gregory Peck, basada en la novela de Hemingway), del director francés Robert Guédiguian, que subraya la otra cara de la economía, aquella que surge de las vivencias de los perdedores, que son los más.
La crisis trata de enfrentar a los pobres con los más pobres, que envidian a los primeros por la protección social
Una pequeña empresa de la ciudad de Marsella presenta un expediente de regulación de empleo (ERE) que afecta a una veintena de sus trabajadores. La elección de los mismos se realiza por sorteo y en ella se incluye uno de sus representantes sindicales (de la Confederación General del Trabajo), pese a que por su puesto en el sindicato estaría exento del despido. A partir de ese momento se desarrolla una serie de contradicciones, lealtades y dilemas morales que forman parte de la vida real de tanta gente. Entre ellas, los que enfrentan a los pobres con los más pobres, a los que todavía tienen derecho a la protección de la jubilación con los que apenas tienen indemnización por su juventud y rápidamente quedan en una situación de marginalidad y violencia.
Las nieves del Kilimanjaro es una historia de perdedores dignos en un tiempo de excesos, en los que hay una generación, la de los más jóvenes, que no tiene trabajo ni sueños y que ve a los que aún disfrutan de un sistema de protección —el Estado del bienestar, que es la mejor utopía factible de la humanidad— como una especie de pequeña burguesía a la que envidia.
Olvidemos las escenas pastel que recuerdan a Frank Capra y concentrémonos en las secuelas de esta espantosa crisis económica en términos de desesperanza, paro, empobrecimiento de la sociedad, mortandad de empresas y de calidad de la democracia.
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