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Columna
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Empeorando

Nunca hay que bajar la guardia en la defensa de nuestros valores, aunque parezcan sólidos y obvios

Rosa Montero

Con nuestra habitual estrechez de miras, tendemos a pensar que el momento histórico que vivimos es el más moderno y sofisticado de todos los tiempos. Como si el progreso fuera algo inevitable y nosotros mismos la cúspide del desarrollo humano. Nada más lejos de la verdad; los logros sociales son resbaladizos y volátiles y a menudo se producen regresiones: por ejemplo, la situación de la mujer era mejor a principios del siglo XIX que 100 años más tarde. Nunca hay que bajar la guardia en la defensa de nuestros valores, aunque parezcan sólidos y obvios. A veces los pueblos eligen la involución e incluso el suicidio, como sucedió con la Alemania nazi.

Digo todo esto ante la coincidencia en las últimas semanas de noticias homófobas. La muerte en el civilizado Chile de Daniel Zamudio, de 24 años, tras haber sido torturado durante seis horas por ser gay; la entrada en vigor de la nueva ley rusa contra los homosexuales, a quienes compara con los pedófilos; o las palabras del obispo de Alcalá de Henares, que no pasarían de ser una mentecatez petarda si no fuera porque las dijo en una misa, o sea, revestido de su poder de brujo, y porque para soltar una homilía así tiene que sentirse socialmente amparado y acompañado. Sí, me temo que damos demasiadas cosas por seguras. Por ejemplo, que los gays ya no tienen ningún problema en Occidente; o que el machismo está superado y hablar de los derechos de las mujeres es una anticualla; o que no existe ningún antisemitismo en España sino indignación por la cuestión palestina (y es verdad que el maltrato a los palestinos es un escándalo, pero además creo ver un antisemitismo creciente y preocupante). Y así, mientras nuestros valores se llenan de polvo arrumbados en una estantería, los retrógrados medran. Y, para peor, en el caldo de cultivo de una recesión. Cuidado con las crisis: engordan a las bestias.

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