¿Está Guatemala mejor que Honduras?
Segunda entrada de Duncan Green en su viaje por Centroamérica, tras la que publicamos ayer sobre Honduras.
Foto: Picture Alliance DADP.
Desde Honduras, viajé a Guatemala por unos días. Aunque lamenté no tener la oportunidad de salir a las zonas rurales del país –uno de los lugares que más me fascinan de América Latina-, las numerosas conversaciones con ONG y académicos guatemaltecos ofrecieron un contraste interesante con el caso hondureño.
¿Qué es mejor en Guatemala? Comparado con Honduras, el panorama legal e institucional parece mucho más prometedor. Los Acuerdos de Paz de 1996 –que pusieron fin a una sangrienta guerra civil- han dejado un legado de instituciones como los Comités de Desarrollo, que unen a gobiernos locales y sociedad civil y tienen una influencia sobre las decisiones de gasto. Gobiernos anteriores aprobaron una Ley de Seguridad Alimentaria y diseñaron políticas de ‘desarrollo rural integrado’ que han sido apoyadas por el nuevo Presidente, el exgeneral derechista Otto Pérez Molina. Algunos activistas consideran que estas normas y otros ‘espacios de participación’ se limitan a drenar la energía de los movimientos sociales y de sus aliados sin que se logre nada concreto. Pero la mayor parte de la gente cree que tienen alguna influencia en las políticas gubernamentales y en la orientación presupuestaria, además de alterar la posición de la opinión pública en asuntos como los derechos de los indígenas (Guatemala es un país mayoritariamente indígena, pero los prejuicios raciales están extendidos entre la elites blancas y mestizas).
Fue interesante comprobar que existen análisis divergentes con respecto al nuevo gobierno. Algunos (incluyendo a grandes donantes, por lo que parece), lo ven como un paso adelante, a pesar de su orientación derechista. Puede aportar una disciplina militar y un deseo de enfrentar al arrogante sector empresarial de Guatemala. La reforma fiscal aprobada durante los dos primeros meses, que cierra algunos agujeros legales, parece apoyar esta idea. El país podría haber adquirido un Estado mínimamente eficaz, pero mi apuesta es que las aguas retornarán a la tradicional incompetencia y corrupción del sector privado una vez haya acabado esta luna de miel (mientras estaba allí se produjo la dimisión del Ministro de Finanzas, atacado por la oposición a propósito de la reforma fiscal).
El legado de los Acuerdos de Paz está vinculado a un segundo asunto que distingue a Honduras de Guatemala. Mientras en aquel país los movimientos campesinos ponen todas sus esperanzas en el gobierno nacional, en este existe un gran interés por parte de los movimientos sociales en involucrarse en la política municipal. En este momento existe una gran actividad organizada a través de consultas populares locales semiespontáneas en las que participan miles de personas de todo el espectro social rural (no solo campesinos). En ellas se discuten proyectos mineros y de grandes infraestructuras hídricas, a menudo para votar mayoritariamente contra ellos. Los votos de protesta cuentan en muchas ocasiones con el apoyo de alcaldes locales. Aunque los procesos no tienen ninguna capacidad vinculante, están ayudando a conformar la oposición en el campo.
En cuanto las similitudes entre los dos países, la brecha entre lo rural y lo urbano parece igualmente insalvable, con los movimientos campesinos poco interesados en encontrar aliados en la ciudad, y con los prejuicios urbanos contra los campesinos. Existen pocos signos de que el movimiento rural y sus aliados en las ONG vayan a adaptar su lenguaje o sus tácticas para construir puentes con las ciudades (por ejemplo, incluyendo el problema del precio de los alimentos entre sus demandas, junto con las reivindicaciones acerca de lo que reciben ellos en sus granjas).
[Las reflexiones acerca de Guatemala coinciden con la llegada a la capital de este país de una masivaMarcha Indígena-Campesinaque reclama el retorno de familias expulsadas de sus tierras y el cese del acoso contra los líderes campesinos.]
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