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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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China al asalto de Europa

El avance de la nueva potencia económica en algunos ámbitos estratégicos produce una gran preocupación, pero la necesidad de liquidez fuerza a determinados países a desentenderse de sus recelos iniciales

RAQUEL MARÍN

En un nuevo golpe de efecto diplomático, China ha exhibido una vez más su poderío financiero ante un mundo que continúa empantanado por la crisis. El pasado lunes, en el marco de la cumbre del G-20 celebrada en México, Pekín propuso una aportación adicional de 43.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI), en lo que sin duda supone un nuevo gesto de que el gigante está dispuesto a contribuir a sacar a Europa y al mundo occidental de su parálisis económica. Una ayuda que, sin embargo, no está dispuesta a prestar a cualquier precio.

Ese ha sido, de hecho, el discurso que China ha articulado en los últimos meses, desde el recrudecimiento de la crisis en el Viejo Continente. Y quedó convenientemente contrastado, por ejemplo, cuando el primer ministro chino, Wen Jiabao, desplegó en febrero ante Herman Van Rompuy y José Manuel Durao Barroso un discurso rotundo, firme e inflexible, mientras sus homólogos europeos trataban en vano de complacer al emperador mandarín. En ese teatro diplomático se escenificó el cambio de rumbo que desde el estallido de la crisis ha tomado la relación entre China y el Viejo Continente.

La Europa próspera y orgullosa, defensora en otros tiempos de los derechos humanos y las buenas prácticas en los negocios, ha cambiado aquel rol paternalista por el de un continente abrumado que solicita ayuda —como la que Pekín ofreció en el G-20— para salvar la Eurozona gracias a sus compras millonarias o a inversiones que impulsen el empleo.

El Viejo Continente, que defendía orgulloso los derechos humanos, pide ahora ayuda abrumado

Es en este contexto que las empresas chinas se han lanzado a una estrategia de adquisición de activos estratégicos por toda Europa, aprovechando los recursos a profundidad de sus bolsillos y la acuciante necesidad de liquidez de los europeos. Con ello China logra diversificar sus inversiones internacionales, despeja de obstáculos su acceso al mercado europeo y accede a la tecnología de la que carece. Las operaciones más sonadas han sido, entre otras, la entrada de corporaciones públicas chinas en las dos joyas del sector eléctrico portugués: Energías de Portugal y Redes Energéticas Nacionales, con participaciones del 21,3 y 25 por ciento, respectivamente. O la concesión por 35 años del puerto griego de El Pireo a la estatal china Cosco, a cambio de 3.400 millones de euros.

No son las únicas. Entre otras, el gigante asiático anda también detrás de otros puertos griegos, ha entrado en el sector vinícola de Burdeos y se presta a competir cuerpo a cuerpo con la todopoderosa Alemania, donde el gigante está adquiriendo compañías cuya tecnología le permita disputar la hegemonía mundial en sectores de alto valor añadido. Ejemplo de ello es la reciente adquisición de la china Sany de su rival Putzmeister, que convertirá al grupo chino en líder mundial en maquinaria de bombeo y proyección de hormigón.

Pero esto no es más que la punta del iceberg de un proceso imparable que irá en aumento los próximos meses. La inversión china en Europa acumulada ha pasado de 36.700 millones de dólares en 2010 a 52.100 millones en 2011, según The Heritage Foundation, y estas cifras podrían ser rápidamente superadas si se cuentan los más de 30.000 millones de dólares que Pekín ha inyectado en el fondo soberano China Investment Corporation (CIC), exclusivamente dedicado a sus adquisiciones en el Viejo Continente. Los ilimitados recursos financieros del país con las mayores reservas de divisas del planeta son un comodín de lujo en estos tiempos de austeridad.

¿Y todo esto a cambio de qué? Pekín sabe que tiene ante sí una ocasión de oro para influir sobre Europa. De ahí que se especule con las contrapartidas que Bruselas tendría que poner sobre el tapete en términos de precio político por la ayuda china, a lo que sin duda ha contribuido Pekín al vincular más o menos directamente el auxilio al reconocimiento de China como economía de mercado. En la citada cumbre entre China y Europa celebrada en Pekín, Herman Van Rompuy —girado en dirección a Wen Jiabao— no pudo ser más claro: “Quiero señalar que es la primera vez que incluimos en el comunicado conjunto de una cumbre China-UE un apartado que menciona la voluntad política de Europa” para avanzar en el reconocimiento del país asiático como economía de mercado.

El país asiático ha entrado en el sector eléctrico portugués y en el puerto de El Pireo

Dicho reconocimiento implicaría para Europa el sacrificio de su mejor herramienta jurídica de la que dispone para luchar contra el dumping chino en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Pero, como el país asiático asumirá el estatus de economía de mercado automáticamente en 2016 en virtud de su protocolo de acceso a esta organización, Bruselas probablemente opte por transigir y adelantarse. Ésta quizá sea la moneda de cambio más inmediata, aunque no la única.

La cuestión de los derechos humanos, por ejemplo, ha desaparecido por completo de la agenda bilateral, a diferencia de Estados Unidos, muy implicado en este asunto, como demostró el caso del abogado ciego Chen Guangcheng. Ello no deja de ser un logro importante para Pekín, porque la alusión constante a la violación de los derechos y libertades en China incomoda desde siempre al régimen comunista.

Particularmente reprochable es el silencio de Bruselas, París, Berlín o Madrid en un momento en que las organizaciones defensoras de las libertades civiles denuncian un recrudecimiento de la censura para silenciar las críticas. La directora internacional de la ONG Chinese Human Rights Defenders (CHRD), Renee Xia, ha llegado a decir que “2011 fue el año más represivo desde que el movimiento de defensa de los derechos comenzó en 2000”. Hace unos meses la Asamblea Legislativa china aprobaba una ley que legaliza las detenciones secretas extrajudiciales de disidentes por un plazo de seis meses.

El levantamiento del embargo de armas, vigente desde la masacre de Tiananmen de 1989, de la que se acaba de cumplir 23 años, es otra pretensión china. Pero, por el momento, parece que difícilmente podrá reunir la unanimidad de los 27 requerida para que salga adelante. En cualquier caso, lo que parece un hecho es la pérdida de fuerza de Bruselas en su poder de negociación —pese a ser el mayor socio comercial de China—; no digamos ya el de los estados europeos que ven al gigante asiático como el camino más corto para salir de la crisis. En este sentido, nadie es ajeno a la actitud complaciente de algunos países de la Europa periférica, ni a la paradójica consecuencia de que puedan acabar ejerciendo lobby en favor de Pekín. Eso incluye a España o Grecia, entre otros.

No sorprende que este avance de China en Europa produzca cierta preocupación en determinados círculos del Viejo Continente, sobre todo teniendo en cuenta que las inversiones chinas en el exterior alcanzarán el billón de dólares en 2020. No es casualidad que el Parlamento Europeo votara en mayo una resolución no vinculante para crear un organismo que supervise las inversiones foráneas; un ente inspirado en el Comité para Inversiones Extranjeras de Estados Unidos que, casualmente, ha vetado múltiples inversiones chinas en sectores estratégicos como el del petróleo o las telecomunicaciones.

Detrás de semejante iniciativa no está únicamente la percepción de una cierta vulnerabilidad propia, consecuencia de las urgencias europeas y de la necesidad de remontar el vuelo cuanto antes, sino que demuestra que las inversiones del gigante son vistas con recelo, pese a considerarse necesarias. Aunque es cierto que muchas inversiones chinas las acometen empresas del sector privado que no tienen, al menos en teoría, vínculos directos con el Estado chino, las empresas estatales siguen siendo los verdaderos arietes de la expansión internacional de China. Dichas corporaciones, que se benefician de subsidios de toda índole —encubiertos o no— y reciben financiación preferencial del Estado, son las que competirán —deslealmente— con las empresas europeas en el futuro.

Por si fuera poco, están los obstáculos que sufren nuestras empresas en China: mientras las europeas se topan con infranqueables barreras de acceso al mercado, el Imperio del Centro tiene vía libre para desplegar sus tentáculos en el mercado europeo.

Heriberto Araújo y Juan Pablo Cardenal, periodistas y autores del libro La silenciosa conquista china, trabajan en un nuevo libro sobre la relación del gigante asiático con Occidente.

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