Políticas de desarrollo ineficaces amenazan millones de vidas
Esta semana las organizaciones humanitarias han puesto en marcha el mayor llamamiento de emergencia hasta la fecha en África para recaudar fondos que permitan hacer frente a la crisis alimentaria que asola regiones de Kenia, Etiopía y Somalia. El hecho de que hayamos llegado a este punto me produce tristeza y cabreo.
Me entristece ver el sufrimiento que se extiende por toda la región. Un colega somalí me describía esta semana la imagen de cadáveres de animales muertos que siembran la orilla de las carreteras; las multitudes que intentan desesperadamente conseguir la poca agua que está disponible; y las familias que deben caminar dos o más semanas para tratar de encontrar comida, incluyendo niños debilitados por la desnutrición. Nadie debería verse obligado a sufrir de esta manera.
Pero también estoy cabreado, porque no existe ninguna razón para que en 2011 esto siga sucediendo. Me gustaría que no fuesen necesarias, pero las apelaciones de ayuda son vitales en este momento para salvar vidas.
Esta crisis -que ya constituye la peor crisis alimentaria del siglo XXI y tiene visos de empeorar con los meses secos que nos esperan por delante- ha sido causada en parte por la escasez de lluvia. En el norte de Kenia, los últimos 12 meses han sido los más secos desde hace 60 años. Algunas áreas apenas han tenido unas gotas de lluvia desde principios de 2010.
Pero las malas lluvias también han venido acompañadas de malas políticas.Las áreas más afectadas se encuentran entre las más pobres, las menos desarrollados y las que sufren mayor marginación política. Nada de esto es una coincidencia.
En regiones como Turkana y Wajir, en el norte de Kenia, hay muy poca infraestructura. No existen sistemas hídricos que permitan mantener el abastecimiento de agua durante las estaciones secas. Hay pocas carreteras en buen estado, lo que dificulta el acceso de las personas a los mercados. Los centros de salud y las escuelas también escasean. Esto significa que cuando llega una sequía como la actual, la gente tiene enormes dificultades para salir adelante.
Algunas políticas han debilitado de forma activa la capacidad de las personas para hacer frente a estos desastres. Las rutas tradicionales de migración y las tierras de pastoreo que los trashumantes han utilizado desde hace años en las temporadas secas se han vendido o se reservan para las empresas privadas, el turismo o la agricultura a gran escala. Las políticas de biocombustibles promovidas por la UE y los EEUU han hecho que las cosechas que la gente necesita desesperadamente alimenten automóviles en vez de personas.
El conflicto en Somalia ha empeorado las cosas, limitando el movimiento de personas y su acceso a los alimentos. En una de las ciudades de Somalia en las que trabajamos, la única clínica que podría estar ayudando a las personas que sufren la sequía fue destruidahace unos mesesdurante los enfrentamientos.
No podemos controlar el clima y sabemos que las sequías continuarán asolando esta región. Pero sí podemos asegurar que estas sequías no se traduzcan en una tragedia para millones de personas. En este momento precisamos ayuda de emergencia para salvar vidas, pero también tenemos que adoptar un enfoque a largo plazo e invertir en el desarrollo y las políticas que ayuden a las personas más vulnerables a cimentar su futuro. La construcción de una nueva carretera o de un centro de salud cuesta mucho ahora, pero en el largo plazo permitiría evitar los grandes llamamientos de emergencia. Y ya no tendríamos que contemplar en nuestros televisores las imágenes de niños hambrientos y animales muertos.
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