¿Seguro que ha salvado usted a Costa de Marfil, M.Sarkozy?
GONZALO SÁNCHEZ-TERÁN conoce bien África, un continente en el que ha vivido cerca de diez años y al que viaja regularmente como experto en ayuda humanitaria. El blog de poesía que mantiene en la espléndida revista digital FronteraD ha buceado de forma sorprendente en la realidad de algunos de estos países. En su primera colaboración con 3500 Millones, Gonzalo ofrece una fotografía personal de Costa de Marfil en el día después de la detención de Gbagbo.
Llegué por vez primera a Costa de Marfil, desde la vecina Guinea, en vísperas del inicio de la guerra de 2002 y estuve por última vez en Abiyán hace unos meses. Entre medias viví y trabajé tanto en el norte del país dividido como en el sur. A lo largo de esos nueve años pude ver el derrumbe de su economía, el enconamiento de los odios entre grupos sociales, y la manipulación de esos grupos por parte de una clase política corrupta y violenta: todo ello frente a la atenta indiferencia del resto del mundo. Ha hecho falta sangre y destrucción para que los medios de comunicación occidentales le hayan dedicado algo de espacio a los desventurados costamarfileños. Ahora que Laurent Gbagbo ha caído la luz se volverá a apagar: hasta la próxima matanza.
En estas semanas las noticias de los periódicos y de la televisión resumían los hechos para consumidores apresurados: dos dirigentes, uno malo que ha perdido las elecciones y se resiste a abandonar el poder, y uno bueno, apoyado por la ONU, y la comunidad internacional, que las ha ganado. Todo ello sazonado con las imágenes de rigor: soldados de aspecto salvaje, cuerpos acribillados y mujeres en chanclas y camiseta huyendo. Podían haber cogido las del penúltimo conflicto africano y nadie hubiera notado la diferencia. El espanto en África lo explican las imágenes, nunca la historia, la economía o la geopolítica. Y sin embargo este drama, como casi todos, es eso: historia, economía y geopolítica.
El año pasado Costa de Marfil celebró el cincuentenario de su independencia. Su primer presidente, Felix Houphouët-Boigny, gobernó durante más de tres décadas. Fue un tiempo de enorme crecimiento económico auspiciado y protegido por Francia, la antigua fuerza colonial. Sin embargo nadie podía hablar contra el líder, ninguna institución democrática fue implementada, ningún partido autorizado: desarrollo equivalía a riqueza. Francia, dueña y señora de las armas y de una parte importante de la industria, jamás abogó por unas elecciones democráticas. Había dinero, trabajo y autocracia: un cóctel idóneo para unos y otros. Esa tradición dictatorial, esa negación de la alternancia nacida en la colonia y alentada tras la independencia, la mamaron los herederos de Houphouët-Boigny, el último de los cuales es Laurent Gabgbo. Tras medio siglo protegiendo déspotas, de pronto Occidente defiende las democracias africanas. Como diría Mario Benedetti, táctica y estrategia.
Costa de Marfil no es otro país subdesarrollado; de hecho, era una nación comparativamente rica. Lo más sorprendente es que su riqueza no se levantó sobre la minería o el petróleo, sino sobre la agricultura y una incipiente industria. En cuanto abandonas Abiyán te encuentras con los inmensos cultivos de cacao y café. El desarrollo agrícola exigió mano de obra barata y durante generaciones cientos de miles de inmigrantes se asentaron en el país procedentes del Sahel: inmigrantes musulmanes que laboraron duramente y tuvieron hijos y nietos. Esos hijos y nietos no recibieron documentos de identidad costamarfileños, fueron considerados extranjeros en su propio país y se les denegó el derecho a elegir a sus candidatos. A ninguna de las grandes multinacionales del cacao y el café que compraban en Costa de Marfil les preocupaba esta segregación. En el año 2002 una parte del ejército se levantó exigiendo igualdad para los ciudadanos del norte, se apropiaron de la mitad del país e instauraron un régimen corrupto y violento, idéntico al del sur. Mantener a poblaciones segregadas porque son diferentes acaba conduciendo a la violencia.
Cuando los dos bandos se embistieron, Francia, podrida de intereses financieros en el país y cómplice de los anteriores dictadores, se autoproclamó árbitro. Es su predio africano, como Estados Unidos, Inglaterra, antiguamente Rusia y crecientemente China, tienen el suyo. Su apoyo militar a Ouattara, por más justo que sea (ganó las elecciones pese a lo que digan algunos exaltados), es visto por mucha gente en Costa de Marfil como otra aventura neocolonial. E indudablemente algo de eso hay.
Neutralizado Gbagbo con toda probabilidad disminuirá el horror pero no desparecerá el conflicto. Al menos un tercio de la población considera a Ouattara un títere de Francia. Si bien el ejército de Gbagbo se ha desvanecido, en Abiyán quedan vivas sus milicias, fanáticas y violentas. El ejército de Ouattara es poco más que una banda de rebeldes habituada a la extorsión como medio de vida. En su avance hacia la capital han cometido matanzas y violaciones de los derechos humanos. Sería un grave error que los medios de comunicación se felicitaran de su victoria sin exigir que sean juzgados los responsables. El resentimiento entre los grupos sociales es profundo: si la comunidad internacional se limita a levantar el brazo del ganador y volver a los negocios tan solo se pospondrá la violencia.
Occidente lleva décadas manufacturando estados fallidos. No basta con acudir con mangueras cuando arden: tenemos que dejar de trabajar para el fuego.
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