La interminable espera de los familiares
La feria de muestras de Madrid se convierte en una morgue improvisada
A media mañana, llegan a Ifema los primeros féretros. El pabellón 6 es un recinto de más de una hectárea adonde los servicios funerarios transportan a las víctimas. En este espacio diáfano, los forenses examinarán los cuerpos antes de que sus familiares los identifiquen.
A la misma hora, los familiares de las víctimas empiezan a entrar por la puerta norte de Ifema, desde donde son conducidos hasta alguna de las salas habilitadas en la primera planta. Allí se encuentran a los miembros de los servicios de urgencia trabajando frenéticamente para preparar las salas donde recibirlos. Se trata de habitaciones amplias, bien iluminadas, donde a los familiares les esperan sillas, mesas, comida, bebida y muchas horas de angustia.
La espera
Poco después, las salas están llenas y los voluntarios se afanan en mantener en pie el ánimo de las personas. Psicólogos, trabajadores sociales, médicos, enfermeras y sacerdotes de diversas religiones intentan ayudar en lo que pueden para que la moral no se rompa. Pero la espera es angustiosa, y el tiempo juega en contra de quienes esperan encontrar vivos a sus familiares.
Dentro, el silencio se mezcla con el llanto, el llanto se mezcla con la esperanza y la esperanza despierta cuando suena el timbre de un móvil. Una mujer descuelga el teléfono y escucha la voz de su hijo al otro lado. Está bien. No puede contener un grito de alegría y empieza a comentar con el resto de personas la noticia. No se da cuenta de que su felicidad acrecienta la desazón del grupo. La mujer se va, y los demás siguen esperando.
Más tarde, un miembro de Protección Civil entra en la sala para mostrar la lista de nombres de heridos que han recopilado en los hospitales. "La de fallecidos no está todavía preparada", explica. Los familiares se agolpan alrededor y buscan el nombre de su pariente. No está.
Begoña, una psicóloga del ayuntamiento, explica que todavía no conoce a nadie que haya encontrado a sus familiares en estas listas, aunque nadie pierde la esperanza. Manuela, una enfermera del Hospital de La Paz, tiene una explicación: "Han recorrido los hospitales antes de llegar a Ifema", dice. Están angustiados y cansados, y se produce en ellos un "bloqueo": "Por una parte quieren saber qué ha pasado con su familiar", explica la enfermera, "Por otra, no".
Una laboriosa identificación
Antes de identificar a las víctimas, los familiares deben hacer cola para informar sobre la fisonomía de la persona desaparecida a los miembros de la policía científica. Estatura, color de pelo, de ojos, marcas de nacimiento, joyas... cualquier dato es importante para que los forenses puedan localizar a los difuntos del pabellón 6 que coinciden con la descripción suministrada.
Si esta coincidencia es razonable, un psicólogo acompaña a un miembro de la familia -sólo uno- a una habitación donde se le advierte sobre el aspecto que puede presentar el cuerpo y se le prepara psicológicamente para la posibilidad de que la identificación sea positiva. Después, se le muestra el cadáver.
Según los psicólogos, la tarea de identificación es difícil por doble partida: el estado en que se encuentran los cuerpos hace muy difícil su reconocimiento; además, los familiares se aferran con todas sus fuerzas a la esperanza de que el difunto no sea su hijo, su hermana, su padre... Siempre cabe la posibilidad de que se encuentre inconsciente, amnésico o aturdido en cualquier hospital de la Comunidad de Madrid.
Con o sin esperanza, cuando la persona vuelve a la sala su cara es el reflejo de su angustia. Los familiares se abrazan, lloran y siguen esperando, porque la identificación no ha sido positiva. O porque lo ha sido, pero todavía hay esperanza.
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