El regreso de las clases en Valencia tras la dana: “Ha sido como la reapertura después de la covid”
Medio centenar de centros reabre sus puertas, pero todavía quedan otros tantos cerrados. La normalidad educativa está lejos de recuperarse en la zona más afectada
Cuarenta y siete centros educativos valencianos, de los 92 que permanecían cerrados por los efectos de la dana, han reabierto este lunes. “La sensación que hemos tenido ha sido como una mezcla del primer día que reabrimos después del covid y un reinicio de curso después de unas vacaciones. He visto a muchos, sobre todo de primero y segundo, abrazándose, felices”, afirma Carlos Justo, director del colegio público Sant Joan Baptista de Torrent. Para muchos niños y sus familias ha supuesto también un enorme alivio. Como para Mae Rubio, 40 años, auxiliar de ayuda a domicilio y madre de un crío de 10 años que ha vuelto al Sant Joan Baptista: “Le ha sentado muy bien, porque es hiperactivo y estos días sin poder salir casi a la calle han sido caóticos”. Para muchos docentes, de su colegio y de otros, añade Justo, ha sido difícil, porque los desplazamientos entre municipios de la comarca de L’Horta Sud siguen siendo endiablados; recorrer menos de ocho kilómetros puede costar más de dos horas. Y porque muchos, como los niños y sus progenitores, se han visto afectados por la dana, con la destrucción de casas o coches, y, en los casos más graves, con la pérdida de familiares o amigos.
La normalidad educativa está lejos, además, de haber regresado a la zona afectada por la dana. Los centros que han retomado este lunes la actividad se hallan en municipios que fueron afectados por el temporal, pero no con la intensidad que tuvo en la zona cero. O que lo fueron más bien en los accesos y vías de comunicación, como Torrent, lo que ha llevado a mantenerlos cerrados hasta ahora. Según la última circular que la Consejería de Educación emitió el domingo pasadas las seis de la tarde, hay otros 50 colegios e institutos que irán reabriendo de forma progresiva en las próximas dos semanas. Y hay, aparte, según el mismo documento, 20 centros más cuyo estado requiere una actuación mucho más intensa ―en algunos casos demoler y construir uno nuevo―, y la consejería clasifica como “desplazados” a otras ubicaciones. Que lo ponga en el papel no significa, sin embargo, que ya haya ocurrido, al menos en parte de ellos. En tres de las escuelas que figuran en el listado de desplazados y que ha visitado este lunes EL PAÍS, el colegio público Lluís Vives y el Ausiàs March, en Massanassa, y el Vil·la Romana de la vecina Catarroja, los niños todavía no han sido realojados, y permanecen, en muchos casos, sin escolarizar.
Este periódico ha preguntado a la consejería cuántos estudiantes siguen sin poder ir a clase, pero no ha recibido hasta el momento respuesta. Fuentes de la federación de familias FAMPA Valencia, que ha criticado este lunes la “descoordinación” y la “confusión” con la que en su opinión está gestionando el asunto la consejería, aseguran que la semana pasada Educación les dijo que los alumnos de los centros afectados sumaban 24.722. Y este lunes han vuelto a funcionar menos de la mitad. Las mismas fuentes admiten, al mismo tiempo, que resulta imposible para ellas determinar cuántos de las escuelas catalogadas como desplazadas han empezado efectivamente hoy las clases en sus nuevas ubicaciones. Y también cuántos niños y adolescentes se hallan desplazados a título individual, en centros públicos y privados que llevan acogiendo chavales matriculados en otros desde poco después de la catástrofe, gracias a un mecanismo extraordinario que la Generalitat prorrogó este domingo. Muchos están yendo a clase de municipios cercanos a los suyos, viviendo en casa de familiares, en segundas residencias o en hogares de compañeros de clase. Pero también los hay matriculados en poblaciones distantes, como Cullera o Dénia, señalan desde Fampa Valencia.
Una de las niñas que sigue sin estar escolarizada se llama Abigail, tiene 3 años y justo ahora parece contenta porque acaba de encontrarse por la calle a su maestra del colegio público Ausiàs March de Massanassa, la docente enfundada en ropa de trabajo y manchada, como casi todos en la zona, de barro. “La niña está mal porque no puede jugar con otros niños. Nosotros intentamos distraerla como podemos, pero es difícil”, comenta su madre, Andrea Gradolí, de 30 años. Su escuela, el centro público de infantil Ausiàs March, está al final de la calle y parece completamente destrozado. De momento, nadie trabaja en él, lo que contrasta con la gran actividad de limpieza de barro y escombros que está teniendo lugar en las calles. En la circular de la consejería se indica que los niños de dicha escuela serán trasladados a un colegio de la población de Alcàsser. Gradolí espera que la solución de la Generalitat llegue antes del día 15, cuando ella tendrá que incorporarse a su empresa. “El 18 reabrimos. Trabajo en una empresa de compraventa de coches. Y la gente de aquí necesita poder comprar coches”, afirma, antes de despedirse frente al portal de su casa.
El Ausiàs March requerirá reparaciones, pero por lo que las autoridades han trasladado hasta el momento, será reparado. El que, en cambio, no tiene arreglo y será demolido y vuelto a construir es el vecino (pared con pared) colegio público de primaria Lluís Vives de la misma ciudad de Massanassa. Cuando dos días después del desbordamiento del Barranco del Poyo, junto al cual se alza el centro, su director, Salvador Crespo, entró con la secretaria de la escuela a comprobar su estado se le cayó “el alma a los pies”. Su objetivo era coger los portátiles y la dotación de robots que habían adquirido a base de ayudas para poner en marcha un proyecto de robótica educativa y ponerlas a salvo de posibles saqueadores en la sala con puerta blindada que tiene el Lluís Vives, la antigua aula de informática. “Ver la nueva biblioteca, el aula de naturaleza, el patio, que renovamos hace poco con ayuda de las familias, todo destruido, con los robots flotando por el barro, devastado y sin muros, la verdad es que fue una sensación indescriptible”, recuerda. La escena sigue hoy sobrecogiendo. La planta baja, con los libros de la biblioteca tirados por el suelo, formando bloques compactados por el lodo, y marcas de agua en los pasillos que alcanzan los dos metros de altura, contrasta con la primera planta, donde algunas de las clases permanecen perfectas. Las sillas sobre las mesas, las fechas de los próximos exámenes apuntados en la pizarra, todo ordenado y pulcro.
En esta planta alta se refugiaron la noche de la dana las encargadas de la limpieza del centro y también Teddy Shiferaw, el conserje, su mujer y su hija de dos años, que vivían en una casita integrada en el colegio, también arrasada. Shiferaw, que tiene 55 años, y llegó en 1989 a España desde Etiopía, es conserje municipal, así que en principio tiene el trabajo garantizado. Pero desde que se desencadenó la tragedia ―y él y su familia salvaron la vida por poco; el agua hacía imposible abrir la puerta, que se iba filtrando e inundando cada vez más su vivienda, hasta que entre las limpiadoras del centro y otros vecinos tumbaron la puerta desde fuera y consiguieron salir― no encuentra casa. Han pasado ya por los apartamentos de cuatro amigos en distintas localidades. “Ahora veo lo importante que es la casa. Tener un hogar”. En Massanassa no encuentra nada por menos de 900 euros, un precio impensable no hace mucho. “En estos días hay mucha solidaridad”, dice, frente a unas calles en las que, junto a militares y policías, continúan trabajando decenas de voluntarios, la mayoría jóvenes. “Pero también hay quienes… como aquel hombre, aquí en el pueblo, que vendía las botellas de agua a siete euros, cuando cuestan 70 céntimos”.
El Lluís Vives de Massanassa figura como uno de los centros desplazados en la circular de Educación. La Universidad de Valencia ofreció a la Generalitat las aulas de la antigua escuela de Magisterio, situada en la ciudad de Valencia, y allí se trasladarán sus 450 alumnos, si toda va bien, en los próximos días. Crespo, que ya ha estado en las instalaciones este lunes preparando la llegada, destaca la cantidad de donaciones, de todos los lugares de España y también del extranjero, que está recibiendo su centro. En principio, acabarán en la antigua sede de Magisterio el curso, acudiendo cada mañana en autobuses desde Massanassa (lo cual, no será sencillo; este lunes el atasco de entrada y salida a la ciudad por la entrada natural desde Massanassa, la pista de Silla, era monumental).
Lo ideal, prosigue el director, es que en cuanto la escuela sea derruida y la parcela quede limpia, se instalen aulas prefabricadas en su propio municipio mientras se construye un colegio nuevo. La principal preocupación ahora de docentes y familias es que la solución temporal se enquiste, dice Maria Àngels García, la presidenta del AMPA. “Nuestro mayor temor es que tengan a nuestros hijos yendo y viniendo muchos años a Valencia, porque ya llevábamos siete años esperando a que reformaran el antiguo centro”.
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