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De estar condenado al fracaso escolar a estudiante universitario: “Éramos lo peor del ‘insti’, pero tuve la suerte de encontrar algo que me gustó”

El cacereño Saúl Barroso cuenta su trayecto desde el programa de enseñanza profesional alternativo a la ESO a la carrera de Magisterio

Saúl Barroso, estudiante de Magisterio de 24 años, el miércoles en Santibáñez el Bajo (Cáceres).
Saúl Barroso, estudiante de Magisterio de 24 años, el miércoles en Santibáñez el Bajo (Cáceres).ROBERTO PALOMO
J. A. Aunión

A Saúl Barroso, un joven cacereño de 24 años, le llegó “la edad del pavo un poco fuerte”. Cuenta que un día, en el instituto, él y otro compañero descolgaron la pizarra de la clase y la tiraron por la ventana. Entonces, entre sanciones y suspensos, con 13 y 14 años, ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de estudiar una carrera. Pero ahí está, una década después, terminando Magisterio. Ha llegado a ese punto por el camino largo, el que lleva de los cursos alternativos a la ESO, pensados para los chavales en serio riesgo de fracaso escolar, a la FP de grado medio, de allí a la FP de grado superior y, finalmente, a la universidad. El caso de Saúl es poco común, pero da la razón a quienes llevan años defendiendo que los caminos educativos alternativos, para aquellos que no encajan en el esquema general, no deben cerrar ninguna puerta, sino que, muy al contrario, han de facilitar que el que quiera pueda seguir avanzando en sus estudios.

Barroso se matriculó en un PCPI (programa de cualificación profesional inicial, así se llamaban estos cursos, hoy es la FP de grado básico) de jardinería, después de repetir el segundo curso de la secundaria obligatoria, la ESO. Fue por decisión de su padre, profesor y educador social del mismo instituto en el que estudiaba, el Gabriel y Galán, en el municipio cacereño de Montehermoso.

Allí daba clases Rubén Gonzalo en estos programas alternativos (hoy lo sigue haciendo) que ofrecen los rudimentos básicos de un oficio a la vez que se avanza en las materias instrumentales de lengua, matemáticas y ciencias. “Cuando llegan, les pregunto qué saben hacer, en qué son buenos, y la mayoría responde: ‘En nada”, explica Gonzalo. “Así que, lo primero que hay que conseguir es que recuperen la autoestima y, después, la emoción y las ganas de aprender”, añade.

Entre los últimos coletazos de esa violenta edad del pavo, los padres de Saúl tuvieron que pelear mucho aún para que terminara los dos cursos del programa. “Éramos lo peor del insti los que estábamos allí, la gente problemática. La verdad es que a mí me resultó fácil aprobar”, cuenta Barroso.

Todo, tanto lo académico como lo profesional, está adaptado en estas enseñanzas a un alumnado que llega con importantes carencias de aprendizajes previos y graves problemas de actitud. Y por ahí vienen algunas de las críticas que se vierten contra ellas desde su creación hace más de tres lustros: que, casi regalados, estos títulos se puedan convertir en puertas falsas para acceder a cada nuevo escalón educativo, devaluando el sistema en general. Por el lado contrario, el otro gran reproche es el de quienes creen que se trata de vías de segregación para quitarse de encima a los alumnos más difíciles.

Las cifras, en todo caso, apuntan más hacia posibles problemas de segregación, de los que advierte el profesor de la Universidad del País Vasco Pello Aramendi (el 16% de los alumnos de FP básica son extranjeros, mientras que son el 9,8% en la ESO), que al coladero que temen algunos. De media, se deriva a la FP básica en torno al 8% de los alumnos, según las últimas cifras del Ministerio de Educación. De ellos, lo terminan poco más de la mitad.

Jesús Alemán Falcón y María A. Calcines Piñero, especialistas del grupo de investigación de Educación Inclusiva de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, defienden lo que consideran una buena herramienta que, con las adaptaciones y mejoras que se han ido introduciendo, “refuerza la equidad del sistema educativo e incrementa su capacidad inclusiva”.

El último cambio normativo establece que los que lo aprueben consiguen automáticamente el título de la ESO; hasta hace dos años, podían obtener ese diploma, pero solo si los profesores consideraban que el chaval había alcanzado un nivel equivalente al de la secundaria obligatoria; si no, el título de FP básica daba acceso al grado medio, pero no al bachillerato. Sin cifras oficiales sobre unos y otros, lo cierto es que el 61,8% de los titulados en un grado básico hace cuatro cursos se matricularon inmediatamente en el siguiente escalón de la FP (algo más de 11.000 personas) y un 1,2% en bachillerato (unas 230 en toda España).

Saúl Barroso, en su casa de Santibáñez el Bajo, Cáceres.
Saúl Barroso, en su casa de Santibáñez el Bajo, Cáceres. ROBERTO PALOMO

Cuando Saúl Barroso empezó a estudiar un grado medio en Plasencia (se desplazaba cada día desde su pueblo, Santibáñez el Bajo, a 27 kilómetros), él era el único que llegaba desde un ciclo básico (el resto se había sacado la ESO por la vía ordinaria). Empezó, de nuevo, empujado sobre todo por la presión paterna. Pero en un ámbito que ya había elegido él mismo y que le apasiona desde pequeño (era un ciclo de Técnico en Actividades Físicodeportivas en el Medio Natural), pronto empezó a sentir un impulso propio, una motivación nueva. “Tuve la suerte de encontrar algo que me gustó. La verdad es que me encantó —yo siempre he sido muy deportista— y me lo saqué a la primera. Y era duro, ¿eh?, nos exigían… Pasamos 10 o 12 de toda la clase”, cuenta el joven.

En este punto ya se había animado del todo, así que la decisión de saltar después a un curso de Técnico Superior en Actividades Físicodeportivas fue ya plenamente suya. Como lo fue la idea que se le metió un poco más tarde en la cabeza: llegar a la universidad.

“Solicité plaza para Ciencias del Deporte en toda España, pero no me cogieron. Eché también para Fisioterapia, pero tampoco me daba la nota. Y en la tercera opción, Magisterio, es la única que me cogieron, así que me fui a Burgos, a pasar frío”, bromea. Igual que el título de FP de grado medio da acceso directo al grado superior, este lo da a la universidad, pero compitiendo, con la nota media obtenida en el ciclo, por las mismas plazas en cada carrera contra los que llegan del bachillerato y la Selectividad.

Pueden presentarse a la EBAU, a los exámenes voluntarios, para subir nota, pero Saúl lo descartó: “Ni me lo planteé. [Llevaba] desde segundo de la ESO sin dar muchas cosas…, no tenía base”. Confiesa que, después de cuatro años estudiando Magisterio en la especialidad de Educación Especial, y a falta de un puñado de asignaturas para terminar el próximo curso, lo que más le ha costado son las matemáticas y el inglés.

El profesor Rubén Gonzalo suele contar una historia personal a sus alumnos para animarles a saltar sin miedo de la FP a la universidad, como hizo él mismo: “El primer año lo van a pasar fatal, pero si aguantan, el segundo año van a ser de los mejores, en cuanto lleguen las asignaturas aplicadas. Eso me pasó a mí en Ingeniería [Técnica Agrícola]: del montón de abajo, pasé a sacar matrículas de honor, porque yo estaba harto de estar con los mecánicos desmontando motores y mis compañeros no sabían ni lo que era un pistón”.

En el ámbito educativo, en el que las expectativas de los estudiantes y de sus familias influyen tanto, la falta de referentes puede convertirse en un serio problema, y más en un contexto que suma despoblación, aislamiento y falta de oportunidades. Saúl, sentado en la terraza de un bar de Santibáñez (un pueblo de 748 habitantes), repasa lo que han ido estudiando sus amigos y la mayoría se decantó en su día por la formación profesional; casi nadie se planteaba los estudios universitarios y, los que al final lo han hecho, han llegado, como él, a través de la FP. “Aquí hay poco trabajo y lo que hay es sobre todo en el campo”, explica el joven

Según las últimas cifras disponibles, el 65,3% de los alumnos que terminan la FP básica se matriculan en los tres años siguientes en un grado medio. El 47,3% de los graduados en estos últimos pasan al grado superior y un 26% da el último salto hasta la universidad. Sin estadísticas al respecto, es fácil suponer que serán muy pocos los que hayan hecho el camino completo, como Saúl.

En todo caso, aunque insiste en recordarles a sus alumnos que, si quieren, tienen ese recorrido abierto, Gonzalo reivindica la FP como fin en sí mismo, su atractivo propio por unas salidas laborales que, incluso, han hecho que cada vez haya más titulados universitarios estudiando después grados superiores. “Yo quería dejar de estudiar porque me aburría. Y sacaba buenas notas. Al final me metí a la FP y me alegro cada día porque me cambió la vida”, dice el profesor del instituto público de Montehermoso, un pueblo de 5.600 habitantes a 21 kilómetros de Santibáñez el Bajo.

Si es necesario que el profesorado de FP básica “conozca bien a sus estudiantes y muestre cercanía hacia los mismos”, como recalcan los especialistas canarios Alemán y Calcines, a Gonzalo no hace falta que se lo digan. Sabe perfectamente que sus alumnos “aprenden haciendo” y que en general solo hay que esperar un poco para que sienten la cabeza y quieran ya formarse para poder trabajar: “En cuanto se echan novia y se quieren sacar el carné del coche”.

Cada año, Gonzalo usa una herramienta que se llama “mapeo del territorio aula”. “Empiezo a preguntarles: ¿qué música te gusta? ¿Qué aficiones tienes? ¿Qué haces cuando sales de aquí? ¿Con quién vives, con tus padres, tus abuelos? Saco información muy buena. Por ejemplo, a mí no me gusta la pesca, pero al que le guste le pregunto que cómo están los lucios…”, explica.

A Saúl Barroso le ha gustado siempre el boxeo y las artes marciales. Y cuando se le pregunta por su idea de convertirse en maestro, inmediatamente le viene a la cabeza un profesor de Educación Física que, en el instituto, le solía hablar del tema, le preguntaba, le daba folletos y artículos… “Se llamaba Javi y me motivó muchísimo, muchísimo. Siempre se paraba a hablar un ratito conmigo”. También se acuerda de Ángel Luis, el profesor de Anatomía del grado medio que estudió en Plasencia ―”tenía 50 años y era un armario. Controlaba muchísimo. Realmente captaba tu atención en las clases”―, de Mamen ―“una persona magnífica”―. Se queda pensando, y remata: “He tenido muchos buenos profesores, la verdad”.

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Sobre la firma

J. A. Aunión
Reportero de El País Semanal. Especializado en información educativa durante más de una década, también ha trabajado para las secciones de Local-Madrid, Reportajes, Cultura y EL PAÍS_LAB, el equipo del diario dedicado a experimentar con nuevos formatos.

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