Los refugios impenitentes de las novatadas universitarias: engrudos de harina, vinagre y aceite por la cabeza para hacer amigos
Los responsables de los campus buscan nuevas formas de luchar contra estas actividades, que la nueva Ley de Convivencia castigará con hasta tres años de expulsión
Unos 60 o 70 jóvenes hacían botellón la semana pasada en las amplias explanadas de césped que separan las facultades de Telecomunicaciones, Educación y Ciencias de la Universidad de Valladolid. Bebían y charlaban, explica la Policía Municipal, sin rastro de las mascarillas —salvo algunas en los codos— y sin atender a las distancias mínimas que exige el contexto pandémico. Nada fuera de lo habitual. Incluido el grupo de estudiantes veteranos que se dedicaban a mojar rodillos y brochas en engrudos almacenados en cubos para manchar con ellos la ropa, la cara y la cabeza de los novatos. Cuando, disuelto el botellón, la policía preguntó a los muchachos embadurnados con el potingue, mezcla de harina, agua, vinagre y aceite, si se sentían vejados y querían denunciar, estos contestaron que no y se negaron a hacerlo. Todo había sido “consentido y autorizado”, aseguraron.
Se trata de una actitud muy habitual, identificada claramente por los especialistas, en la que las víctimas de las novatadas las disculpan, pero con la nueva Ley de Convivencia Universitaria que se tramita ya en el Congreso de los Diputados, dará igual quién justifique qué, pues serán consideradas como una falta grave y, por tanto, castigadas con la expulsión del campus entre dos meses y tres años para el que las perpetre.
Puede parecer que las novatadas son algo del pasado, un recuerdo de otros tiempos envueltos en historias de chavales que acaban con lesiones graves e, incluso, muertos por una de estas actividades que se fue de las manos. Pero no hace tanto tiempo, en 2013, murieron seis muchachos ahogados en una playa portuguesa a cuenta de una novatada. Y lo cierto es que, quizá sin llegar a esos extremos de gravedad y aunque pasen desapercibidos para muchos, siguen existiendo, como demuestra el caso de Valladolid. También lo muestran el plan que está impulsando la Universidad de Salamanca contra estas vejaciones, que incluye una campaña de concienciación en redes sociales y medios de comunicación, y la activación de un número de móvil para poder denunciar novatadas a través WhatsApp. El rector, Ricardo Rivero, admite que es una cuestión que le mantiene siempre alerta. “El año pasado, con la situación de la pandemia, parecía que iba a haber menos, pero yo tuve que expedientar a unos cuantos estudiantes”.
Julia Martín (19 años), delegada de alumnos en la Facultad de Traducción y Documentación de Salamanca, explica que las novatadas suelen tener que ver con el alcohol, esto es, con obligar a los novatos a consumir cantidades ingentes. Beber agua del váter, salir desnudo o travestido a la calle, intercambiarse bofetones y cocinar o limpiar para los veteranos son otros ejemplos de novatadas.
Son, en todo caso, muy variadas y cambiantes, explica la presidenta de la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (Creup) , Andrea Paricio, pero siempre tienen un denominador común: “La creación de una relación de poder, en algunos casos abusiva, de un grupo ante el otro”, señala. Y continúa: “En algunos territorios, se hace en residencias o colegios mayores, mientras que en otros se realizan en cada titulación y facultad”.
Este periódico ha contactado con numerosas asociaciones de alumnos para preguntarles por esta cuestión y muchas de ellas (por ejemplo, el Consejo de Estudiantes de la Universidad de Alicante y la Delegación de Estudiantes de Ingeniería Aeronáutica y del Espacio de Vigo) aseguran que no han tenido contacto directo con novatadas. Y, cuando lo han tenido, aseguran que no se trata de nada grave ni vejatorio. Enrique Garrido, delegado del campus de Colmenarejo de la Universidad Carlos III de Madrid, escribe lo siguiente: “En lo referente a las novatadas, debido a lo reducido y familiar de nuestro campus (poco más de 1.000 estudiantes), así como por estar alejada de grandes núcleos de población, las novatadas son un recuerdo del pasado”. Sin embargo, añade, muchos compañeros de otras comunidades que viven en colegios mayores le aseguran “que las novatadas no son lo que se cuenta o, al menos, lo que eran”. “Se lo pasan bien y son una forma de conocer gente, nadie nos ha confesado que en su colegio mayor lo haya pasado mal en este asunto”, explica.
Paricio, de Creup, admite que “a lo largo del tiempo se han ido suavizando las actividades que se obligan a hacer”, pero advierte: “Persisten otras mucho más graves que rozan el acoso”.
Muchos miembros de la comunidad universitaria, de hecho, las circunscriben ya a ciertos ámbitos muy concretos, que son universitarios, pero en zonas adyacentes, como la tuna (cuyas pruebas de entrada preocupan especialmente al Defensor del Universitario de la Universidad de Alcalá de Henares, Gonzalo Pérez Suárez) o los colegios mayores. De hecho, las residencias universitarias son señaladas una y otra vez por alumnos, profesores y responsables universitarios como uno de los últimos reductos para las novatadas.
Una portavoz del Consejo de Colegios Mayores Universitarios (que representa a 120 centros de toda España) rechaza esta idea, asegurando que el fenómeno, que preocupa y por supuesto se persigue, está en las residencias de la misma manera que está en otros ámbitos de la educación superior. “¿Sigue siendo un problema? Sí que lo es, es un problema que existe. También es verdad que creo que hay más conciencia por parte de la gente y más capacidad de denuncia”, señala el presidente del Consejo de Colegios Mayores Universitarios, Juan Muñoz. Se trata de un problema que hay que erradicar, añade, pero para ello no basta con las medidas punitivas: “La experiencia nos dice que tú puedes perseguir, y que evidentemente hay que sancionar cuando corresponda, pero solo con eso no acabas con el problema, hay cuestiones que se resuelven a base de educación, de formación, de concienciación, de que la gente se dé cuenta de que lo que está haciendo no es una pequeña broma, sino que es una cosa grave”.
Esa experiencia de la que habla Muñoz incluye el trabajo hecho por sus predecesores en la dirección del Colegio Mayor Chaminade de Madrid, donde, asegura, lograron acabar con las novatadas hace ya décadas. ¿Cómo? Utilizando los instrumentos democráticos de participación de los alumnos, abriendo el debate sin tapujos en la asamblea del centro, que votó, después de una dura discusión, prohibirlas. “Si se habla abiertamente, se acaba con el ocultamiento y se rompe el miedo. Cuando uno tiene que dar razones públicas de sus actos y ponerlos encima de la mesa, son actuaciones indefendibles”.
Pero mientras, sin embargo, dos jóvenes volvían el pasado martes a su residencia de estudiantes en Valladolid con la ropa y el pelo embadurnados de pringue, evidencia de que acaban de recibir sus novatadas. Los dos amigos, con una N marcada con pintura negra de cera en la mejilla, tenían restos de “harina, vinagre, ketchup y orégano” en su ropa y el su pelo, una receta que no les amargaba, sin embargo, la tarde: “Los veteranos se han portado muy bien, no nos han forzado a nada”, aseguraban. Cuentan que los mayores no les habían obligado a beber alcohol y habían sido comprensivos para intentar que, más allá de estos rituales, los nuevos universitarios no sufrieran demasiado. Ninguno de los dos quiso dar su nombre.
Fin a una disciplina obsoleta
La Ley de Convivencia Universitaria, que el Gobierno pretende aprobar en el Congreso, pretende poner fin a un decreto franquista de 1954 que no respeta los principios constitucionales ni garantiza los derechos de los estudiantes (a los profesores se les juzga con el reglamento de los funcionarios). Se aboga por la mediación en dos órganos distintos para la solución de los conflictos dentro de la comunidad universitaria, más que por el castigo, pero hay penas que han sido tipificadas.
- Penas muy graves: las novatadas que menoscaban la integridad, la falsificación de documentos oficiales, la violencia física o psíquica, la suplantación o el plagio en las tesis doctorales van a castigarse con penas de dos meses a tres años de expulsión o la anulación de parte de la matrícula.
- Graves: copiar en un examen, acceder a los servicios informáticos de la universidad o hacer un escrache supondrá hasta un mes de expulsión (no en exámenes) o la anulación de la inscripción de la asignatura afectada. Como en el caso de las faltas leves, se puede sustituir la pena por trabajos para la comunidad.
- Leves: se castigan con una amonestación privada; lesiones al patrimonio cuando no son de relevancia o entrar en zonas restringidas.
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