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Tres alumnas de un pueblo de Zamora hicieron corregir a la UE una publicación contra los refugiados

La Defensora del Pueblo Europeo admitió que una página comunitaria vinculaba a los migrantes con el terrorismo

Desde la izquierda, Esther Martín, María Pérez y Paula López, en el instituto público Aliste, en Alcañices (Zamora).
Desde la izquierda, Esther Martín, María Pérez y Paula López, en el instituto público Aliste, en Alcañices (Zamora).Víctor Sainz

Las escaleras del instituto público Aliste albergan una intensa charla entre tres adolescentes. Un sol primaveral caldea un debate sobre aporofobia, refugiados, derechos humanos y perspectivas de futuro rural mientras la campana decreta la hora del recreo. La estampida de estudiantes hace resonar las sillas y mesas antes de huir hacia el patio y el exterior del centro educativo de Alcañices (Zamora), un pueblo de 1.000 habitantes. Tres chicas saludan a sus colegas que están saliendo de clase mientras explican cómo han conseguido poner colorada a la Unión Europea (UE) por “fomentar el odio” a los refugiados. La Defensora del Pueblo Europeo, Emily O’Reilly, ha admitido estas críticas por un contenido en la web oficial comunitaria, ya modificado, que vinculaba las oleadas de migrantes con el terrorismo sufrido en los últimos años.

Esther Martín, María Pérez y Paula López son las tres únicas alumnas de Economía en segundo de Bachillerato. Les interesa tanto la asignatura que el profesor, Chema Mezquita, se las ingenia para ir más allá de los libros de texto. El curso pasado charlaban sobre el club europeo y visitaron el apartado de Historia de la web de la UE. La página establecía que ante la reciente llegada de refugiados por el extremismo religioso y la inestabilidad en África u Oriente Próximo “la UE no solo se enfrenta al dilema de cómo atenderlos, sino que también es objetivo de varios ataques terroristas”. Les chirrió. Incluso en aquellos meses de educación a distancia la reducida clase coincidió en la injusticia de esas palabras. Paula López, de 18 años, considera que “ponía la cruz” a ese colectivo vulnerable y esgrime que “la UE debería representarnos a todos”. Esther Martín, de 17, recalca que estos discursos enfocan a quienes llegan en patera y no en avión: “Es aporofobia y racismo”.

Las amigas quisieron actuar y, antes de nada, informarse. María Pérez, de 18, subraya que para conseguir cambios no basta con “hablar y debatir”, sino intervenir con argumentos. Su compañera Martín remata: “No somos de leer y callarnos”. Por eso se empollaron la Declaración de Derechos Humanos y los valores que promulga Europa. La primera queja se la dirigieron a los responsables de la página, pero no hubo respuesta.

Esther Martín, Maria Pérez y Paula López junto a  su profesor Chema Mezquita.
Esther Martín, Maria Pérez y Paula López junto a su profesor Chema Mezquita.Víctor Sainz


Las reclamaciones sobre este “texto ofensivo y discriminatorio con los refugiados y personas de otras religiones”, lo remitieron a la Defensora del Pueblo Europeo, sin mucha fe, pero con la conciencia tranquila. Hasta que llegó el premio: hace unos días recibieron en su correo electrónico un mensaje con la bandera azul y estrellas amarillas. La UE admitió el error y cambió la página en las 24 lenguas comunitarias. Ahora pone que “la UE se enfrenta al reto de cómo cuidar de ellos [los refugiados] salvaguardando al mismo tiempo su bienestar y respetando sus Derechos Humanos”. Ya no aluden al terrorismo. La directora de la Dirección General de Comunicación de la Comisión Europea, Lene Naesager, les detalló en su escrito que los servicios de la Comisión aceptaron que “la redacción previa podría ser confusa”. “Me complace informarle que dicho texto ha sido actualizado, en línea con nuestra práctica editorial, de cara a eliminar cualquier posible conclusión que apuntase a una asociación entre refugiados y terrorismo”, añadió.

Las chicas celebran que con esfuerzo por combatir las desigualdades hay resultados. “Con empeño se pueden cambiar las cosas. No necesitamos grandes políticos, incluso desde un instituto en [la comarca de] Aliste se puede”, reivindican. El docente alaba el “pensamiento social desarrollado” de esas zamoranas que le han pedido ir al Congreso de los Diputados y con quienes ha lanzado múltiples proyectos. Los carteles feministas que abundan en el instituto tienen detrás a estas adolescentes, que saltan cuando en su entorno escuchan algún comentario machista u homófobo. Martín enumera sus preocupaciones aparte del colegio: “El mundo LGTBI+, la cultura rural, el feminismo, los refugiados…”. Ellas lamentan el estigma de que en los pueblos son unos ignorantes y sostienen que “lo rural no es solo agricultura y ganadería”.

Les quedan unos meses para acceder a la universidad y presumen de la enseñanza rural: “Estamos igual o más de preparadas”. Martín sopesa estudiar Derecho y Políticas, a Paula le gusta Psicología y María medita elegir Relaciones Laborales. Todas asumen que tendrán que abandonar sus pueblos, pero inciden en un matiz: tener la capacidad de regresar. No les gustaría que la falta de prestaciones y de servicios, como la atención sanitaria, las sucursales bancarias o el internet precario, les impidiera elegir dónde asentarse en el futuro. “Aquí hay oportunidades, pero si nadie las aprovecha, se agotan”, sentencian. Les aterra que esta desigualdad siga afianzándose y que ellas, esta vez, no puedan hacer nada para evitarlo.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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