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Crecimiento
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿España va bien?

En la sociedad hay grandes bolsas de vulnerabilidad y se ha consolidado el aumento de la desigualdad de la riqueza

NEGOCIOS 06/04/2025 LAB 01

Las previsiones de crecimiento económico para España en 2024 fallaron, quedando lejos de la cifra finalmente alcanzada (3,2%). Esa tasa, cuatro veces mayor que la de la eurozona, se situó muy por encima de la de las principales potencias económicas europeas. Las predicciones internacionales auguran que ese diferencial positivo se mantendrá en 2025.

No es extraño que se prodiguen los artículos internacionales sobre el éxito económico español, alabando no solo los buenos resultados, sino también el modelo de crecimiento. Si bien sigue habiendo una fuerte dependencia del turismo y de algunas actividades de valor añadido bajo, la fortaleza de nuestra infraestructura de energía renovable y la integración de la población inmigrante como factor de crecimiento se unen a la buena evolución de los indicadores sobre la productividad total de los factores. Esta combinación ha permitido mantener un patrón virtuoso de crecimiento apoyado en las mejoras de la eficiencia productiva y en la creación de empleo.

Podría objetarse que los precios siguieron creciendo, pero su aumento (2,8%), prácticamente el mismo que el de la UE-27, fue menor que el de 2023 (3,1%). La evolución del déficit público fue asimismo positiva, al reducirse por primera vez desde la crisis de 2008 a un nivel similar al del promedio europeo.

Los datos más relevantes para los agentes económicos también dibujan un panorama favorable. Los grupos empresariales presentes en el mercado bursátil incrementaron sus beneficios más de un 20%. Dentro de ellos, la gran banca registró su tercer ejercicio récord consecutivo, al ganar un 20,5% más que en 2023. Aunque esos beneficios no fueron ajenos al aumento de los tipos de interés, son indicio de una mayor actividad económica, más préstamos concedidos y menor morosidad.

La evolución del empleo también ha sido positiva, con el máximo histórico en el número de ocupados, rozando los veintidós millones. La tasa de desempleo disminuyó en tres puntos porcentuales en solo dos años, aunque todavía sigue siendo la mayor de la UE-27. Se detuvo el proceso de pérdida de poder adquisitivo de los salarios, impulsado en años anteriores por la alta inflación. Cabe citar, además, mejoras sociales importantes, como el aumento de más del 60% del salario mínimo interprofesional (SMI) desde 2018, la reducción de la temporalidad al 15% desde la reforma de 2021 y la mejora de la cobertura de algunas prestaciones tras la revalorización de las pensiones y el aumento de las cuantías del ingreso mínimo vital (IMV), si bien en este último caso sin llegar todavía a un alto porcentaje de los beneficiarios potenciales.

Dada esta evolución, es difícil negar que si hablamos de los principales indicadores macroeconómicos la economía va bien, o al menos así sucedía hasta la llegada a la presidencia de Donald Trump, que ha disparado la incertidumbre en la economía mundial. Otra realidad bien distinta es cómo perciben los hogares esta evolución. Según el primer barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas de este año, casi el 60% de los encuestados calificaban la situación económica del país como mala o muy mala. Al mismo tiempo, el 65,4% valoraba su situación económica personal como buena o muy buena.

Esta discrepancia evoca la famosa sentencia de Groucho Marx de a quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos. Algunos han interpretado esta aparente inconsistencia como una manifestación de disonancia cognitiva. Existen, sin embargo, razones más relevantes que podrían explicar la diferencia entre la evolución de la economía y su percepción. Muchos ciudadanos juzgan la situación económica basándose en informaciones muy específicas en lugar de prestar atención a datos macroeconómicos generales. Podría cumplirse también la teoría de que las expectativas se adaptan a los ciclos económicos, ajustándose al alza en tiempos de bonanza.

En el contexto político actual pesan más las explicaciones que ponen el énfasis en cómo los medios de comunicación, las redes sociales y los discursos moldean la percepción de la economía, en un marco de creciente polarización. La discrepancia también puede deberse a un efecto anclaje por el que muchas personas siguen afectadas por el impacto causado por shocks anteriores, como la Gran Recesión o la pandemia, por lo que no perciben las mejoras, aunque objetivamente existan. El ejemplo más claro es el de la inflación, cuyos efectos suelen persistir no solo en la percepción, sino en el comportamiento de los agentes económicos. Pese a la contención del aumento del precio de los bienes básicos, el veloz incremento que registró hace no mucho tiempo puede hacer que mucha gente siga sintiendo que está perdiendo capacidad adquisitiva.

Con independencia de estas hipótesis, hay otro tipo de datos que rebajan el optimismo general. En algunas ocupaciones, los salarios no han crecido al mismo ritmo que la inflación. La tasa de involuntariedad del empleo a tiempo parcial es todavía muy elevada —más del doble que a principios de siglo— y, pese a que el empleo crezca con fuerza y las diferencias salariales se estén estrechando, algunos indicadores de la calidad y la intensidad del tiempo de trabajo registran una creciente desigualdad. Además, persisten grandes bolsas de vulnerabilidad, ha aumentado la cronicidad de la pobreza infantil, la incidencia de los problemas de carencia material sigue siendo elevada y se ha consolidado el aumento de la desigualdad de la riqueza, más perceptible para muchos hogares que la que afecta a la distribución de la renta, que se ha reducido. A esto se añade que algunas políticas públicas apenas llegan a la clase media, que, por el contrario, soporta un alto gravamen sobre sus salarios.

Finalmente, los problemas de acceso a la vivienda afectan directamente a los hogares y determinan decisivamente su percepción de la economía. La combinación de bajos salarios y alquileres muy altos se ha vuelto cada vez más explosiva. Por otra parte, mientras que para la mitad de la población la vivienda principal está dejando de ser su principal activo por los problemas de acceso, el capital inmobiliario se ha convertido en el primer componente de la riqueza del 10% más rico de la población.

Para los afectados por este otro tipo de indicadores no puede decirse que sus ojos les estén engañando. Aunque es cierto que se necesita una mejor pedagogía de los logros económicos, más importante es todavía el desarrollo de nuevas políticas que contribuyan a mejorar el bienestar de la mayoría de los hogares.

Luis Ayala es catedrático de Economía en la UNED


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