Descubrió Alibaba, fracasó con WeWork y ahora reta a Nvidia: así piensa redimirse el ‘ángel caído’ de la tecnología
Masayoshi Son, el multimillonario fundador de SoftBank, aspira a hacerse con una parte del pastel de la IA después de que algunas de sus grandes apuestas acabaran en sonoros fracasos
A mediados del pasado mes de diciembre, Masayoshi Son apareció por sorpresa en Mar-a-Lago (Florida, EE UU) junto a Donald Trump. El fundador del grupo japonés SoftBank prometió invertir 100.000 millones de dólares en EE UU en los próximos cuatro años. El presidente electo bromeó diciendo que quizá SoftBank quisiera duplicar ese objetivo hasta los 200.000 millones de dólares. Son aceptó el órdago y respondió con una amplia sonrisa: “Lo intentaré”.
Puede sonar a farol, pero quizás no lo sea. El empresario japonés lleva tiempo planeando en silencio una de sus características apuestas empresariales. Son ha desarrollado una obsesión singular: construir la próxima Nvidia y acceder a un mercado milmillonario. El objetivo de Son es tener el primer lote de chips para uso en inteligencia artificial (IA) listo en 2026, según fuentes próximas al magnate.
Son, de 67 años, se considera un pionero de la IA y, sin embargo, ha visto cómo Nvidia acapara todas las miradas en este campo. La empresa estadounidense de chips tiene casi el monopolio de los semiconductores que se utilizan para entrenar modelos de IA como ChatGPT de OpenAI, lo que ha elevado su capitalización bursátil por encima de los tres billones de dólares. El dueño de SoftBank quiere recuperar el tiempo perdido y convertirse en su mayor competidor. Para ello cuenta con una amplia cartera de start-ups y una participación del 90% en Arm Holdings, la tecnológica británica cuyos diseños de chips se ganaron un cuasi monopolio para los teléfonos inteligentes por su eficiencia energética.
Con una fortuna superior a los 15.000 millones de dólares y consciente de que algunas inversiones fallidas han enturbiado su leyenda durante los últimos años, Son está decidido a desarrollar sus propios chips para llevar la IA a todos los sitios imaginables, más allá de los centros de datos. Sabe que un punto débil de esta tecnología es su gran consumo energético y para reducir esta dependencia cuenta con la colaboración de Arm y el gigante taiwanés TSMC como fabricante.
Además, otra de las palancas para acelerar su crecimiento en el campo de la IA podría ser Intel. A principios de 2024, Arm planteó la compra a la empresa estadounidense. Su entonces consejero delegado, Pat Gelsinger, se negó en rotundo. Pero el directivo ya no es un obstáculo tras ser destituido hace unos meses por el consejo de Intel.
Aunque la hoja de ruta para competir con Nvidia empieza a ser pública, por el camino quedan muchas dudas por despejar. Entre ellas, las fuentes de financiación de esta nueva apuesta, ya que SoftBank tiene una deuda muy abultada. Desde la empresa quitan hierro al elevado apalancamiento. El director financiero de SoftBank, Yoshimitsu Goto, asegura que su jefe ya no tiene limitaciones financieras para sus ambiciones: “Estamos dispuestos a entrar con todo el dinero que Son necesite. Siempre podemos encontrar la manera de hacer frente a las inversiones. No sería sensato poner límites a un proyecto que acaba de empezar”.
Cambio de imagen
SoftBank, además de entrar en un negocio millonario, necesita un cambio de imagen. La última vez que Son hizo una promesa de inversión a Trump en 2016, el Vision Fund con el que bombeó más de 100.000 millones de dólares en cientos de start-ups de todo el mundo, alimentó una de las mayores burbujas en el sector del capital riesgo que se recuerdan. Esa burbuja terminó con la implosión de empresas como la plataforma de trabajo compartido WeWork, la constructora Katerra, el fabricante de ventanas inteligentes View, la empresa de venta directa al consumidor Brandless y la empresa de reparto de pizza robotizada Zume. Aunque los dos fondos Vision se han recuperado de la peor parte de sus pérdidas, han dañado el legado de Son. Hasta entonces, el empresario japonés, que pasó de la pobreza a codearse con los más ricos del mundo, era considerado una especie de rey Midas con apuestas que abarcan el lanzamiento de iPhones en Japón, un despliegue pionero de banda ancha en el país asiático y ser uno de los que primero apostó por el gigante chino del comercio electrónico Alibaba. En la actualidad, Arm es el activo más valioso de la cartera de SoftBank: pagó 32.000 millones en 2016 y ahora el grupo desarrollador de chips tiene un valor de 195.000 millones.
Son y el consejero delegado de Arm, Rene Hass, quieren entrar en el coto privado de Nvidia, los aceleradores de IA. Las unidades de procesamiento gráfico de la empresa cofundada y dirigida por el taiwanés Jen-Hsun Huang están muy por delante de la competencia en términos de capacidad y facilidad de uso. Sin embargo, Son sabe que el enorme esfuerzo inversor que necesita la IA abrirá un hueco para los rivales de Nvidia, que por sí sola no podrá satisfacer la creciente demanda de procesadores.
“Hay margen para nuevos competidores precisamente porque el mercado va a crecer mucho y a cambiar mucho”, afirma Chris Miller, autor del libro Chip War: The Fight for the World’s Most Critical Technology. “No es sorprendente que SoftBank, dadas sus ambiciones y su escala, también esté mirando este mercado”, añade.
Cuando SoftBank compró Arm en 2016, Son calificó a la empresa con sede en Cambridge (Reino Unido) como su bola de cristal para adivinar el futuro de la tecnología. La apuesta fue recibida con recelos en un principio, pero cuando el empresario logró captar fondos por valor de 60.000 millones de dólares procedentes de Arabia Saudí y Abu Dabi, las voces críticas se fueron apagando. Eso le daba una gran potencia de tiro para acelerar el crecimiento de cientos de start-ups en todo el mundo y replicar los megaéxitos del pasado, como las inversiones en la ya mencionada Alibaba o en Yahoo.
Sin embargo, la realidad fue menos triunfalista que los cálculos en su hoja de Excel. El despliegue de tanto capital inversor en tan poco tiempo había dado lugar a selecciones erróneas. La falta de proceso de análisis detallados (due dilligence) sobre las compañías adquiridas y el hecho de que la apuesta mínima era de 100 millones de euros amplificaron el efecto bola de nieve. El resultado no se hizo esperar: en marzo de 2022 las pérdidas en las que incurrían los fondos de Vision Fund sumaban 20.000 millones de dólares. En otoño de ese año, Son asumió todas las responsabilidades y se quitó de la primera línea de la gestión para delegar en sus lugartenientes. “No pude dejar de llorar durante días”, dijo a los accionistas de SoftBank el pasado mes de junio. Tras el fracaso de sus apuestas, Son corría el riesgo de pasar a la posteridad como un mediocre gestor de compañías. Y esa imagen le aterraba. “Quiero ser un arquitecto del futuro, aunque muera mientras trazo los planos”, reconocía en ese evento.
El momento ‘eureka’
Como parte de su prometida revancha, y entre bastidores, Son trabajaba con Haas para transformar Arm. Durante la mayor parte de su historia, la compañía se había centrado en ser un mero vendedor de licencias, cobrando centavos de dólar por cada dispositivo que utiliza su tecnología. Pero bajo la batuta de Haas, y con el apoyo de Son, Arm comenzó a subir en la cadena de valor, convirtiéndose en un desarrollador integral de chips.
En junio de 2024, Son tuvo su momento eureka a las cuatro de la mañana. Envió un mensaje de texto al chat que compartía con sus directivos más cercanos en un estado próximo al éxtasis. Horas después, durante la junta anual de accionistas, comparó su euforia con la resolución de una compleja ecuación tras haber trabajado en ella día y noche durante un año. “Confíen en mí. Vamos a lograrlo”, fue su enigmático mensaje, sin entrar en detalles.
Más tarde, instó a los miembros del chat a revisar cada semana cualquier plan de negocio. Tendrían que ser flexibles y estar preparados ante cualquier escenario. La nueva aventura de este visionario de la tecnología fue bautizada como Izanagi en honor al dios japonés de la creación y la vida. La batalla por el cetro de Nvidia acababa de comenzar.
Las ambiciones de Son de construir su propio imperio de chips han recibido un impulso adicional gracias a su relación con el consejero delegado de OpenAI, Sam Altman. Los dos habían mantenido el contacto después de su primera reunión en 2019, cuando Son ofreció a OpenAI 1.000 millones de dólares en inversión, una propuesta que nunca se materializó. Cada chip de Nvidia cuesta decenas de miles de dólares. En respuesta a su elevado precio y el largo proceso de espera para recibir una unidad de procesamiento gráfico, Son y Altman se plantearon la posibilidad de crear sus propios chips de IA. El fundador de SoftBank sugirió que necesitarían 3.000 millones de dólares para hacerlo con éxito, el gurú de OpenAI elevó la cifra a 7.000 millones, según publicó The Wall Street Journal.
En cuanto al soporte técnico, Son recurrió a Arm. Desde su fundación en 1990 por un pequeño grupo de ingenieros, la compañía ha crecido hasta convertirse en propietaria de la tecnología de microprocesadores más utilizada del mundo. La idea es que los ingenieros de Arm puedan repetir el éxito que tuvieron hace 35 años, guiados por la visión de Son sobre lo que necesita un chip adaptado a la IA.
Las ambiciones de Haas de transformar Arm en una empresa de chips diferente y más grande coincidían con las de Son. Sin embargo, los dos empresarios no siempre han estado de acuerdo. Haas, que antes trabajaba en los productos informáticos de Nvidia, es plenamente consciente de los retos que plantea el diseño de chips y de las dificultades de fabricación del sector. Después de recibir repetidas negativas de Haas, un frustrado Son exigió en un momento dado hablar con otros ejecutivos de Arm, a lo que Haas se negó. A pesar de las diferencias, los dos siguen hablando a diario, y Haas se ha convertido en el encargado de bajar a la tierra las grandes ideas del japonés.
Sin embargo, SoftBank no es el único que aspira a una porción de la creciente tarta de los chips de IA. El gigante californiano AMD, que argumenta que sus chips son mejores que los de Nvidia, planea una actualización de sus aceleradores (los chips aceleradores de IA son microprocesadores especializados, diseñados específicamente para acelerar cálculos complejos de inteligencia artificial) el año que viene. Por su parte, Amazon, que inventó las operaciones de computación en nube con hardware hecho a medida, también está utilizando sus economías de escala para competir con Nvidia. Los ingenieros de Jeff Bezos están trabajando para ofrecer su acelerador de IA Trainium a los centros de datos durante los primeros meses de 2025.
Gran competencia
Los veteranos de la industria de los chips han observado con perplejidad los esfuerzos de SoftBank para avanzar en este campo a pesar de esta creciente competencia. Las habilidades comerciales de Son le han servido a lo largo de su carrera para la venta de software, la publicación de revistas, el despliegue de redes móviles y el apoyo a jóvenes emprendedores, pero nunca ha sido puesto a prueba en el reino de los nanómetros y las salas blancas de la fabricación de chips. Incluso Nvidia estuvo a punto de hundirse varias veces antes de alcanzar la cima de este negocio.
Al final, las posibilidades de éxito de SoftBank dependen en gran medida de la propiedad intelectual de Arm. Otras armas en el arsenal de Son incluyen la base de clientes de SoftBank —aunque es solo una fracción de la de Amazon— en un país como Japón, que está ansioso por pagar mucho dinero para ponerse al día en IA. El grupo tecnológico también opera proyectos de energía renovable en EE UU que ayudan a alimentar los centros de datos de Google y otros hiperescaladores. Son también tiene un equipo de expertos en inversión en su gestora Vision Fund a la caza de empresas y tecnologías que necesita para dar la batalla en la IA.
Durante la junta de accionistas de SoftBank, uno de los asistentes preguntó por el informe de Bloomberg sobre el proyecto Izanagi y cuánto se había avanzado en su desarrollo. Son sonrió. “No hablemos de cosas concretas”, dijo. “No queremos mostrar nuestras cartas demasiado pronto”. La partida por el trono de la IA no ha hecho más que comenzar y el enfant terrible de la tecnología confía en llevar esta vez una buena mano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.