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Ortega, Botín, Roig, Entrecanales: dinero y poder en España, una historia de familias

El tejido empresarial está dominado por un grupo de clanes que se perpetúan generación tras generación e invierten en nuevos sectores para diversificar su patrimonio

Familias con dinero en España
Daniel Diosdado
María Fernández

Emilio Botín Sanz de Sautuola y López murió el segundo día del otoño de 1993 en El Promontorio, un hermoso palacete de estilo inglés de la capital cántabra. Banquero, hijo y nieto de banqueros, durante los 57 años que dedicó al Banco de Santander convivió con la dictadura del general Primo de Rivera, la República, el franquismo y la democracia. Hoy su nieta, Ana Patricia Botín, preside el banco familiar, que tiene una capitalización de casi 60.000 millones y es una de las mayores empresas del país. Muchas cosas han cambiado desde los tiempos de su abuelo, pero otras siguen ahí, como la pervivencia de una cultura familiar adherida al proyecto financiero que continuó su padre y que ahora descansa en ella.

Ortega, Del Pino, Entrecanales, Grifols, Escarrer, March, Carceller, Koplowich, Díaz Tejeiro, Loureda… numerosas empresas del Ibex 35 están participadas por fondos de inversión, a menudo internacionales, pero un significativo porcentaje (hasta un 14% de la capitalización total) sigue en manos de las principales familias fundadoras o herederas de fortunas forjadas por sus antepasados. Fuera de la Bolsa hay auténticos imperios (los Roig en Mercadona, los Álvarez en El Corte Inglés, Andic en Mango, la familia Mahou…).

A veces, la permanencia en el tiempo de estas estirpes puede despertar recelos: “Este es uno de los países donde el dinero ha cambiado menos de manos en los últimos cien años”, decía a EL PAÍS el empresario José Elías Navarro (Audax) hace unos meses. Pero demostrar esa afirmación (o todo lo contrario) es una tarea prácticamente inabarcable, porque más allá de las fortunas conocidas, la mayoría de las familias empresarias tienen una fuerte propensión al anonimato, como señala Paloma Fernández Pérez, catedrática de Historia Económica de la Universitat de Barcelona y una destacada investigadora del fenómeno de la empresa familiar. “No suelen dejar las cosas por escrito, las suelen resolver en el comedor o mientras celebran el cumpleaños de la abuela”, sonríe .”Normalmente se habla de las grandes fortunas, las que salen en listados internacionales, pero son solo la punta del iceberg. Y en la piscina de las empresas familiares hay muchos icebergs”.

El rey Felipe VI saluda al presidente de Mercadona Juan Roig, en presencia de la presidenta del banco Santander Patricia Botín, en la inauguración del Congreso Nacional de la Empresa Familiar celebrado en Bilbao.
El rey Felipe VI saluda al presidente de Mercadona Juan Roig, en presencia de la presidenta del banco Santander Patricia Botín, en la inauguración del Congreso Nacional de la Empresa Familiar celebrado en Bilbao. LUIS TEJIDO ( EFE )

El Instituto de Investigación de Credit Suisse lleva desde 2006 analizando el modelo de negocio de 1.000 empresas familiares en todo el mundo. En sus informes afloran debates sobre cómo ese modelo puede influir en el apetito por el riesgo, la innovación, la productividad, o en cuestiones relacionadas con la sucesión, donde a menudo surgen discusiones y peleas. En su estudio de este año, al examinar la evolución en Bolsa encontraron que ese millar de empresas familiares cotizadas generan de media unas plusvalías anuales de alrededor del 3% desde 2006 en todas las geografías del planeta. “El desempeño es más fuerte en las empresas de generaciones más jóvenes (…) y las posteriores pueden enfrentar obstáculos al crecimiento debido a cuestiones relacionadas con la sucesión”. En cambio, hallaron que estas empresas gastan menos en investigación y desarrollo frente a sus homólogas no familiares.

Ocho billones

El índice de empresas familiares que elaboran EY y la universidad suiza de St. Gallen, también publicado este año, revela que las 500 mayores empresas familiares del mundo crecen más rápido que la economía global, casi el doble que las economías avanzadas y 1,5 veces la tasa de los mercados emergentes. Generan colectivamente 8,02 billones de dólares en ingresos (7,3 billones de euros) y emplean a 24,5 millones de personas. Casi la mitad son europeas y el 30% están situadas en Estados Unidos, aunque el número de grandes imperios asiáticos no ha dejado de crecer desde 2015. El sector del consumo sigue siendo el que reina en el universo familiar (un 37%), pero las relacionadas con la movilidad y la tecnología aumentan su peso año tras año.

Volviendo a España, las empresas familiares reinan en el tejido productivo del país. Generan el 67% del empleo (6,58 millones de puestos) y el 57% del PIB, según el el Instituto de Empresa Familiar (IEF). En cuanto a la supervivencia en el tiempo de las grandes dinastías, aproximaciones existentes hablan de que, entre mediados del siglo pasado y principios del XXI, la auténtica élite empresarial familiar española tenía intereses en el sector de la construcción, ingeniería, distribución comercial y servicios auxiliares y en menor proporción en empresas de alimentación, bebidas o minería. Era el tiempo de los Cros, Sarrió, Hidalgo, Osborne, Urquijo, Benjumea, Gut, Comas y Blanco, Ballvé, Lao, Lara, Pascual, Carbó, Aresti-Ortiz, Daurella, Fierro-Viña, Fluxá, Polanco, Ybarra, Antolín o Lladó. Algunas de estas dinastías han perdido poder sobre determinados negocios, pero en cambio han diversificado su patrimonio en otros.

Jesús María Valdaliso, catedrático de Historia de la Universidad del País Vasco, recomienda no olvidar que detrás de los apellidos hay una actividad empresarial que suele tener efectos “positivos” sobre la economía: “Todos los que acaban siendo grandes han hecho bien las cosas, han arriesgado en momentos de incertidumbre”. ¿Su permanencia en el tiempo debería preocupar a los creyentes en la meritocracia? “Una cosa es el poder duradero de las dinastías familiares y otra la meritocracia”, responde Valdaliso. “La figura del empresario fundador o hecho a sí mismo es uno de los mejores ejemplos de meritocracia. Pueden coexistir, y de hecho lo hacen. Las dinastías familiares necesitan un sistema meritocrático, puesto que suelen mezclarse y renovarse con la incorporación de outsiders a la familia”.

Antonio Garrigues Walker, presidente de honor del despacho que lleva su apellido, lo ha visto en muchos clientes. “El futuro de una empresa familiar depende de que se haga la siguiente pregunta: ¿cuándo dejar de ser familiar? Al principio la familia-empresa está poco desarrollada, pero cuando comienzan a aparecer muchas caras el tema se complica. Se generan apetitos, vanidades, ambiciones tremendas”. Pero hacerse esa pregunta no es nada sencillo. Cuando desde el Instituto de Empresa Familiar (IEF) preguntan a sus asociados por cuál es su primer objetivo, un altísimo porcentaje alude a la supervivencia. “Casi diría que consideran el proyecto empresarial como un ancla sobre el que gira el proyecto familiar”, reflexiona Esteban Sastre, director de Economía del IEF. “Los nucleos familiares cada vez más grandes tienen que generar ambientes que permitan convivir diferentes puntos de vista”.

Señala así un problema que es común a cualquier dinastía en cualquier lugar del mundo, según coinciden la quincena de expertos consultados. Pero si lo que se trata es de distinguir patrones en las familias empresarias españolas, Rafael Castro, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, identifica unos cuantos: “Si uno analiza las élites empresariales en los últimos 150 años, todas están ligadas a tres lugares: Madrid, Barcelona y el País Vasco. La primera, porque concentra el poder político y financiero y las segundas, por su peso industrial. Si analizamos a los 100 mayores empresarios encontramos que la mayoría son ingenieros, de buena familia, tienen muy tasada la sucesión y ven más allá del corto plazo”. También reconoce que están rodeadas de opacidad: “Creen que cuanto menos se sepa de ellas, mejor”. En cambio, desde la Universidad de Santiago de Compostela, el profesor Xoán Carmona cree que hay que derribar un mito diferenciador: “En los años 90, los libros de dirección de empresas distinguían a las españolas del resto. Hablaban de aquel tópico de que las italianas eran fuertes en diseño industrial, las inglesas en finanzas y las alemanas en tecnología. Puede que fuese cierto en el mundo de las pequeñas empresas, pero no de las grandes”.

Andrés Villena, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense y autor de Las redes de poder en España, distingue que al calor de esas fortunas se ha desarrollado “una tecnoestructura”, a menudo de altos funcionarios, a menudo de abogados de Estado o técnicos comerciales y economistas, que sin ser exactamente ricos, se pasan al sector privado para administrar la riqueza de los grandes patrimonios.

Empresas cotizadas

Guste más o menos, en el mundo, el poder con mayúsculas está concentrado en las familias (y eso incluye a la política). En teoría, la apertura de las empresas al mercado a través de las Bolsas debería haber arrinconado el poder de los grandes linajes, repartiendo el capital entre una pluralidad de inversores. Pero, ¿realmente es así? Pese a la ausencia de estudios específicos al respecto, parece ser que no, aunque con matices.

El historiador económico y profesor de la Universidad Carlos III, Miguel Artola, reflexiona sobre lo importante que es el poder de decisión, más allá de dominar un pedazo de tarta más o menos grande en una compañía. “Hace 40 años tener un 2% de una empresa podía no ser decisivo, y ahora puede serlo. La lógica de la Bolsa nos dice que hay más accionistas institucionales, como los fondos del tipo Blackrock, que muchas veces no tienen un papel tan activo en la gestión”, y que dejan a otros el peso del gobierno. Raymond Torres, director de Coyuntura en Funcas, añade que son las empresas que quieren ganar tamaño las que forzosamente se acaban abriendo a otros inversores, y ahí se da el riesgo de la pérdida de control, pero al mismo tiempo les da una oportunidad de crecer que de otra manera no tendrían.

Paloma Fernández lo analiza con perspectiva europea. “En los años 70 los italianos, franceses o alemanes empezaron a dejar entrar a fondos de inversión en sus empresas. En España eso se produjo más tarde. Cuando España entra en la Unión Europea hay un know how importante detrás, por las experiencias de otros países. Es cuando se expande el negocio de la consultoría en España, con un objetivo teórico de aconsejar en la sucesión de empresas familiares, que en realidad tiene que ver con manejar el patrimonio de grandes fortunas en un mundo cada vez más abierto y global. Es cuando los bancos empiezan a abrir sus divisiones de banca privada”.

Se produce una evolución, las familias empresarias diversifican sus inversiones a medida que cada vez hay más herramientas financieras a su alcance. “La mayoría de las empresas familiares desaparecen antes del primer relevo. Que desaparezcan no es un problema, pero sí lo es que desaparezcan las familias empresarias”, cree Valdaliso. Quizá en el imaginario colectivo, esas familias empresarias ejercen, como describió César Molinas en su libro Qué hacer con España, un capitalismo castizo, basado en la captura de rentas y la proximidad a un poder típicamente madrileño. Aunque para su autor, por influyente que sea ese poder, hay que observarlo con cuidado. “Creo que la política en España es bastante independiente del poder familiar. Las grandes empresas familiares evidentemente saben a qué puerta llamar. Pero en esto no creo que sea tan distintas a las de otros países”.

Los dirigentes empresariales suelen lamentarse del poco reconocimiento social que entraña su figura, y quizá ese sea un aspecto muy engarzado con el papel de las familias empresarias en la historia. Alberto Gimeno, profesor del departamento de Dirección General y Estrategia de Esade, distingue entre las que se orientan a la creación de valor económico, para ellas y para la sociedad en la que están, y las que solo aspiran a conservarlo, que sintetiza en dos palabras: stay rich. “Estas últimas van perdiendo apetito empresarial y la capacidad de impactar en la sociedad. Son familias que invierten en el sector inmobiliario, en fondos, en deuda, en activos de diverso tipo que gestionan otros con mentalidad conservadora”. Luego están, dice, las que han llegado a un estado de trascendencia que buscan perpetuar su legado a través de fundaciones filantrópicas.

“Las familias empresarias y las grandes fortunas forman parte de la élite de nuestra sociedad. Me parece relevante, —y hablo en términos que utilizaría Ortega y Gasset—, saber hasta qué punto son más o menos virtuosas”. En su lectura, frente a esas élites virtuosas, estarían las “élites corruptas”, que construyen sociedades mediocres que dejan de creer en ellas. “Estamos en una sociedad que pierde la confianza. El capitalismo ha sido capaz de crear un nivel de riqueza inigualable, pero se ha transformado y buena parte carece de alma”, lamenta. Silvio Berlusconi o Donald Trump podrían ser buenos ejemplos de lo anterior. “Sin embargo he conocido a empresarios que en la crisis del procès se plantearon sacar su capital del país (legalmente). Pero decidieron que no, porque el dinero lo habían ganado aquí. Es un ejemplo de lo importante que es cierta reconstrucción moral”.

El caso de Rockefeller

Quizá el presente no se distinga tanto del pasado. John D. Rockefeller, uno de los más ricos de todos los tiempos, utilizó ingeniería financiera para crear sociedades pantalla a las que controlar cuando le obligaron a fragmentar Standard Oil. Lo mismo hicieron otras dinastías, desde los Ford a los Mellon, para mover el dinero rápido y de formas imaginativas. “En España durante el franquismo, muchos hijos de familias adineradas enviaron a sus jóvenes herederos a estudiar a escuelas de las islas Jersey para conseguir visados con los que abrir allí cuentas corrientes”, recuerda Paloma Fernández.

Otras dinastías, en cambio, consiguieron sobrevivir a sacudidas mundiales gracias a tener un compromiso con el territorio donde operaban. “Después de una gran guerra o una pandemia se demuestra que las familias empresarias son mucho más productivas que las que no lo son. Sakichi Toyota se podía haber arruinado después de la Segunda Guerra Mundial, pero durante los periodos más duros ofreció a sus empleados, con los que tenía una relación de semi familiaridad, cultivar legumbres en el suelo de la fábrica”. Tras la guerra, todos ellos regresaron para ayudarle a reconstruir la empresa. Quizá en España ese clima de colaboración no ha estado tan presente, y de ahí la memoria colectiva de explotación o la falta de vínculos estructurales de apoyo recíproco en épocas duras. Y quizá el buen clima del diálogo social que patronal y sindicatos han desplegado en los últimos años sea el punto y aparte en esa relación a veces tormentosa entre trabajadores y empresarios.

Control sindical

Una información fechada el 1 de abril de 1979 en este periódico hacía públicos varios listados con lo que los españoles pagaban a Hacienda. Lo encabezaba José María Ruiz Mateos (Rumasa), y lo continuaban el industrial guipuzcoano José María Aristrain, Ramón Areces (El Corte Inglés), el banquero Ignacio Coca (absorbido por Banesto) y el segoviano Nicomedes García Gómez (Whisky DYC).  Seis páginas que hoy serían irreproducibles por la ley de protección de datos ponían nombre y apellidos a la élite social que desembarcaba en una democracia recién estrenada. 44 años después, las reflexiones sobre el poder siguen suscitando un debate amplio. “Uno de los avances civilizatorios de la democracia está en que el poder no sea permanente, pero nos encontramos con que el económico es más permanente, y eso genera el problema de la captura de  reguladores, políticos, de las puertas giratorias”, piensa Carlos Martín, diputado de Sumar. “Creo que el siguiente salto civilizatorio, como defienden Thomas Piketty o Gabriel Zucman, es plantear que ese poder sea más temporal. Ya lo hemos conseguido en la composición musical, en donde se han acortado los tiempos de uso de las patentes. ¿Por qué no hacerlo con la propiedad de los medios de producción?”. En su relato, Martín introduce la propuesta del pacto de Gobierno para incorporar a representantes de los trabajadores en los consejos de administración empezando por las grandes compañías, algo que funciona desde hace años en países como Alemania y que la patronal ha rechazado para España. “Si el progreso nos lleva a un mundo cada vez más robotizado donde conseguimos liberarnos del trabajo, en ese nuevo mundo tendremos que articular formas nuevas de participar en los beneficios que se generen de los medios de producción”, desarrolla. Pero incluso así, apunta  Andrés Villena, quizá solo se consiga incoporar a la élite sindical a los consejos, y no facilitar un control real de la base de trabajadores. 

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Sobre la firma

María Fernández
Redactora del diario EL PAÍS desde 2008. Ha trabajado en la delegación de Galicia, en Nacional y actualmente en la sección de Economía, dentro del suplemento NEGOCIOS. Ha sido durante cinco años profesora de narrativas digitales del Máster que imparte el periódico en colaboración con la UAM y tiene formación de posgrado en economía.

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