Hay que incluir al planeta
Sería un logro que se consolidaran teorías económicas se refiriesen al bienestar medioambiental
Kim Robinson, en su novela El ministerio del futuro, conduce al lector hacia un escenario utópico donde ya se han materializado los efectos del cambio climático. Comienza con una gran catástrofe en la India, a raíz de la cual se creará, dos años después, un organismo internacional para defender a futuras generaciones. Aunque a menor escala, catástrofes similares a la descrita en el libro ya se están produciendo. Sin embargo, no hay atisbos de un ministerio del futuro, nombre que un periodista le atribuye, y cuya creación estaría respaldada por el Acuerdo de París.
El del 2023 ha sido un mal verano para el planeta. En julio muchos bosques ardieron en Canadá y en el Mediterráneo. Grecia sufrió más de doscientos incendios en tres días, y las olas de calor se multiplicaron en Europa y Estados Unidos. En muchos puntos de España se registraron máximas por encima de los 40 grados durante más de 20 días y la sequía persistente ha dañado las cosechas. A ello hay que sumar las catástrofes en el norte de África, con el terremoto en Marruecos y las inundaciones en Libia.
Robinson habla no solo de cambio climático, sino también de economía y del papel de los bancos centrales en dirigir el cambio de paradigma. Partiendo de la definición clásica de economía —ciencia que estudia cómo asignar los recursos de la forma más eficiente posible para maximizar el bienestar de los agentes económicos—, el autor propone añadir “y del planeta”. Lo que se atreve a denominar “teoría monetaria moderna”, consistiría en reorientar los objetivos últimos de la economía hacia el bienestar del ser humano y del planeta. Este concepto se reconcilia parcialmente con la definición de economía del medio ambiente, aunque en lugar de referirse a maximizar el bienestar del planeta, ésta hace hincapié en maximizar el nuestro, eso sí, sin dañar al planeta. En ello profundizan investigadores alemanes en “un enfoque económico del bienestar a los límites planetarios” y también la Revisión de Dasgupta sobre la economía de la biodiversidad.
Sería un logro que se consolidasen teorías económicas disruptivas que incluyeran el bienestar del planeta entre los objetivos principales. De la clásica elección entre producir cañones o mantequilla que se nos planteaba en clase, deberíamos pasar a la elección entre dedicar recursos a contaminar el planeta o dedicarlos a descarbonizarlo y reverdecerlo. Eligiendo lo segundo, naturalmente. Mientras tanto, seguimos sin tener ni un impuesto global al carbono, ni un mercado de emisiones global, ni siquiera un acuerdo medioambiental global con obligaciones vinculantes. Con este panorama, ¿cómo vamos a evitar que los años treinta del siglo veintiuno no sean un infierno climático? Si la citada teoría disruptiva, que maximiza el bienestar humano y del planeta, tuviera la influencia necesaria, en 2030 estaríamos más cerca de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Pero no, se sigue produciendo petróleo y carbón a mansalva y los gobiernos siguen subvencionando las energías contaminantes. Los países del sur global culpan a los ricos de haber contribuido mayormente a la catástrofe climática en la que ya estamos inmersos. En un marco de justicia social, deberían ser los países ricos los que resuelvan el problema apoyando con desembolsos financieros generosos el desarrollo de energías limpias en el sur global. Los principales bancos centrales, deberían implicarse mucho más, al igual que los grandes inversores. Pero tampoco, las promesas de transferencias financieras hechas en las sucesivas Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocidas como COP, no se han materializado ni por asomo. Además, lo que se necesita para reducir las emisiones globales en un 45% para el 2030 es mucho más que los 100.000 millones de dólares anuales prometidos ya en 2009 (COP15) y solo parcialmente desembolsados.
António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, calificó como “ebullición global” la situación vivida en el verano de 2023 y abogaba el pasado sábado por medidas urgentes para rescatar los ODS y luchar por un futuro mejor. La próxima COP28 será crucial para fijar unos objetivos vinculantes. Estos serán indispensables para que los países se comprometan a reforzar los objetivos de 2030 en sus planes nacionales. Sólo así convergeremos al mensaje optimista que se lanza al final de la novela de Kim Robinson, después de que gobiernos y miles de personas se pongan manos a la obra para llevar a cabo los planes del ministerio del futuro.
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