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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La pertinaz sequía

El problema de la escasez del agua es más complejo que el del exceso de emisiones de gases de efecto invernadero

Sequia
Un bote recreativo en un embalse vacío cerca de Vic, el pasado 6 de mayo.NACHO DOCE (EL PAÍS)

El 26% del territorio de la Unión Europea está en alerta por sequía, con déficit de humedad en el suelo, y el 4% está en alarma, con estrés en la cubierta vegetal. El aumento sostenido de la temperatura combinado con olas de calor conlleva lluvias menos abundantes y más irregulares, sequías más frecuentes y severas que facilitan los incendios, pero también más tormentas e inundaciones. Además de que lloverá menos, lo hará cada vez menos a gusto de todos.

El estrés hídrico y térmico de las sequías afecta a toda la cadena productiva de la economía, especialmente al sector primario reduciendo el rendimiento agrícola y ganadero, aumentando sus costes y precios, pero también disminuyendo la disponibilidad de energía hidroeléctrica y favoreciendo el consumo de energía fósil, gestionable para atender picos de demanda mientras no se desarrolle el almacenamiento renovable. Y eso a corto plazo, porque en el medio-largo un entorno medioambiental más seco reasigna recursos hacia actividades menos intensivas en agua. Con ello adicionalmente se producen cambios de actividad, de empleo y, por tanto, de población en el territorio, migraciones. Naciones Unidas recuerda que el 10% del aumento de las migraciones globales está relacionado con déficits en la disponibilidad de agua en cantidad, seguridad y calidad suficiente, algo que, según el Banco Mundial, afecta a más de 2.000 millones de personas. El incremento de la demanda de agua y la alteración de la oferta por el cambio climático agravan su escasez, augurando más conflictos geopolíticos en un escenario no precisamente dominado por el multilateralismo y la colaboración.

Además, el problema de la escasez del agua es más complejo que el del exceso de emisiones de gases de efecto invernadero. Con el segundo se sabe lo que hay que hacer ante una externalidad negativa de alcance global y común, generada por un único tipo de producto. El problema es cómo implementarlo. Sin embargo, la escasez de agua es mucho más complicada de afrontar. Según su uso puede tratarse como un bien público —saciar la sed, higiene y salud, un derecho del cual no se puede excluir a nadie, lo que tiene mucho sentido “económico” por las externalidades negativas de no hacerlo— o privado —producción agraria, procesos industriales o de servicios—, con derechos de propiedad definidos y que se gestiona eficientemente, al menor coste, con el mecanismo de mercado.

En todo caso, hay que planificar políticas que aseguren una provisión de agua suficiente y de calidad. Políticas basadas en evidencias, empezando por revelar los costes de extracción, proceso, suministro y gestión del agua, de sus distintos usos, ajustando en caso necesario los precios. Se ha de conocer el valor del agua para no sobreexplotarla porque las sequías serán más pertinaces.

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