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GLOBALIZACIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Replantear las palancas del PIB global

Diversos acontecimientos de los últimos años obligan a reconsiderar la globalización y la tecnología

PIB
Tomás Ondarra

Los dos principales motores de la economía mundial en las últimas tres décadas han sido la globalización y la tecnología. Los resultados en términos de crecimiento agregado del PIB han sido, con claridad, positivos. Pero diversos acontecimientos recientes, así como la constatación de ciertas consecuencias del modelo de crecimiento, han activado el debate sobre la necesidad de replantear sendas palancas.

En el caso de la globalización, el estallido de la pandemia de la covid-19 evidenció la vulnerabilidad que implica contar con los centros de producción a miles de kilómetros de distancia del punto de ensamblaje final o de venta. Las ventajas competitivas de un menor coste de mano de obra no son tales si se materializan los denominados “cuellos de botella”. Aunque a otra escala, la guerra en Ucrania también ha puesto de manifiesto el impacto negativo de un corte de suministro de materias primas o de alimentos desde los países productores. La globalización funciona si no se rompen las cadenas globales ni se producen shocks exógenos sobre los que no se puede tener control. Pero, además, tras más de dos décadas desde la incorporación de China a la OMC, es evidente el aumento de desigualdad de renta y patrimonio que ha generado la globalización. En especial en los países que, en teoría, más se iban a beneficiar; es decir, los que han externalizado la producción e incrementado el consumo. Como ya advirtió Ontiveros en 2018, “la globalización está en entredicho. Y quienes la cuestionan en más medida son algunos de los ciudadanos de los países más ricos”.

Pero, junto a la vulnerabilidad y a la desigualdad, la globalización tiene otro inconveniente: su huella de carbono. El consumidor podría rechazar la compra de un bien producido en un país que no cumple las exigencias de su país de residencia. O podría valorar, y exigir información al respecto para tomar una decisión, las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas al transporte del bien que está considerando adquirir. Esta ecosensibilidad (extensible a aspectos como los derechos de los trabajadores o las políticas de igualdad de género) es más reciente, pero es posible anticipar su intensificación en el futuro, configurando así un “tridente reivindicativo del retroceso de la globalización”: vulnerabilidad, desigualdad y sostenibilidad. Al proceso de “pasos hacia atrás” el FMI lo ha denominado slowbalisation.

Respecto al desarrollo de la tecnología, el replanteamiento procede de fuentes diferentes. Por un lado, la caída del índice bursátil Nasdaq, que para algunos es una señal de alarma. Tras la cesión del orden del 30% desde los máximos de noviembre de 2021, se encuentran motivos de fundamentos económicos, como el alza de los tipos de interés. Aunque las compañías tecnológicas no están endeudadas, sus cotizaciones estaban aupadas por el efecto de menor tasa de descuento (la rentabilidad del bono a 10 años de EE UU llegó a ser del 1%). Ahora, con tipos de interés en la zona del 3,5%, el atractivo de una promesa de crecimiento futuro del beneficio por acción (BPA) se reduce en gran medida. Es decir, en nuestra opinión, la subida de los tipos de interés no cuestiona tanto la rentabilidad de la tecnología (su ROE no está vinculado al apalancamiento) como la valoración relativa y, con ello, el flujo inversor. Es verdad que, a diferencia del resto de índices, en 2022 hemos asistido a una caída del BPA del Nasdaq (del 5,7%), pero no es menos cierto que en 2023 se anticipa una recuperación del 7% que lo situaría en máximos históricos. Consideramos que la caída de los beneficios y los anuncios de despidos en ciertas big tech podrían estar más asociados a la finalización de la pandemia (sin duda, estas compañías fueron las más beneficiadas en 2020) que a un punto de inflexión de su rentabilidad. Es obvio que la caída de Silicon Valley Bank (SVB) ha incrementado la intensidad del foco hacia la tecnología, pero es importante señalar que su quiebra nada tiene que ver con la mora de los créditos concedidos a las empresas tecnológicas. Sus problemas de solvencia están asociados a una incorrecta gestión del riesgo de tipo de interés y a una mala modelización del ritmo de salida de los depósitos por parte de sus clientes. El menor flujo inversor hacia las start-ups derivó en una necesidad de estas de retirar sus depósitos, a lo que SVB tuvo que reaccionar vendiendo sus posiciones en deuda pública, materializando así las pérdidas. Una incorrecta política de comunicación, así como la concentración de los clientes son otras claves de la caída de SVB. Insistimos en que no es una señal de crisis tecnológica.

Son otros los enfoques que podrían alimentar el debate sobre “la tecnología en entredicho”. Entre ellos, las dudas sobre si hemos llegado al punto en el que la innovación tecnológica se ve ralentizada por las propias limitaciones de la ciencia. Estaríamos entrando en una suerte de “invierno”, a la espera de encontrar algún nuevo descubrimiento que vuelva a acelerar la innovación. Sin llegar al tecnooptimismo de Kurzweil, Diamandis, Kotler y otros, no compartimos el pesimismo reciente de algunos analistas y consideramos que no hemos entrado en ningún tipo de ley de rendimientos decrecientes de la tecnología: persiste el proceso de convergencia de tecnologías exponenciales.

Otro enfoque complementario tiene argumentos más sociales o antropológicos. Algunos autores comienzan a advertir del inicio de una fatiga tecnológica según la cual el consumidor estaría empezando a demandar experiencias más humanas, más alejadas de las pantallas. Otros apuntan al miedo que generan las nuevas tecnologías: “¿No estaremos avanzando demasiado?”. Héctor Velázquez Fernández [1] introduce la ética en el debate y lo plantea en un caso extremo de desarrollo tecnológico: ¿es moral el transhumanismo? ¿Sería un poshumano una especie diferente al Homo sapiens? ¿Es la bioética el límite para el desarrollo tecnológico? Sin llegar al extremo, otros limitan la innovación tecnológica a la seguridad, es decir, a la vulnerabilidad que implica “estar permanentemente conectado”.

Por último, al igual que la globalización, algunos agentes están en contra de una nueva oleada de innovación tecnológica por el aumento de la desigualdad que generaría (aquí ya no solo económica, sino también de uso), así como por su huella de carbono. En definitiva, como sucedía con la globalización, vulnerabilidad, desigualdad y sostenibilidad, pero también fatiga y debates éticos y bioéticos como “factores limitantes de la innovación tecnológica”.

En conclusión, diversos acontecimientos de los últimos años (muchos de ellos interrelacionados) obligan a reconsiderar las dos grandes palancas del PIB global. Y hacerlo desde enfoques no sólo económicos. En nuestra opinión, tanto la globalización como, sobre todo, las innovaciones tecnológicas seguirán aportando crecimiento, si bien lo podrían hacer a una menor tasa ante la exigencia de garantizar la seguridad y el suministro continuo, al tiempo que se reduzcan la huella de carbono y la desigualdad, y volviendo a situar al ser humano en el centro. Como señala Claudio Feijóo [2], “se deben introducir elementos adicionales tales como la sostenibilidad, la ética o el humanismo de la tecnología”.

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