Ucrania pone a Europa frente al espejo: Bruselas ahora quiere sus propias armas
Bruselas busca aprovechar el aumento del gasto militar para fomentar su industria de guerra, pero no será nada fácil
La madrugada del 24 de febrero de 2022 no fue el inicio de la guerra en Ucrania. Las Fuerzas Armadas de media Europa ya estaban en alerta desde que, en 2014, los hombrecitos verdes (soldados rusos con uniformes sin insignias) invadieron y ocuparon la península de Crimea y partes de las provincias ucranias de Donetsk y Lugansk, manteniendo desde entonces un conflicto armado permanente en el que, según Naciones Unidas, perdieron la vida más de 14.000 personas. Para los ucranios, la invasión de febrero no fue sino la confirmación definitiva de una amenaza que muchos de ellos consideraban existencial desde su propio día de la independencia, hace más de 30 años.
“Hasta 2014, cuando se pensaba en las guerras que los países europeos debían luchar, se entendía que había que luchar contra el terrorismo”, explica por teléfono Lucie Béraud-Sudreau, directora del programa de gasto militar y producción de armamento del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, en sus siglas en inglés). “Crimea cambió esas prioridades. De una guerra expedicionaria se pasó a otra de defensa territorial. Pero la urgencia se notó de maneras distintas. No era lo mismo la que tenía España que la que tienen los países fronterizos con Rusia”.
Y eso se apreció en el dinero dedicado por los países europeos a sus Fuerzas Armadas. Entre 2014 y 2020, los ejércitos de la OTAN aumentaron sus presupuestos en 14.000 millones de dólares; en 2019, el gasto militar en la Alianza Atlántica superó por primera vez el billón de dólares, cantidad de la que no ha vuelto a bajar. Y, lo más importante: si en 2014 solo 3 de los entonces 28 miembros de la OTAN superaban el 2% del PIB en gasto militar, ese número había pasado a 10 (de 30) en 2020. La Comisión Europea quiere aprovechar este fuerte aumento del gasto militar para desarrollar su propia industria armamentística, pero el camino no se antoja fácil.
La puesta en marcha de lo que desde Moscú se ha dado en llamar una “operación militar especial” (y en la que las estimaciones más conservadoras calculan que han muerto más de 40.000 personas, entre civiles y militares), no obstante, ha supuesto un salto cuantitativo y cualitativo en la respuesta europea a la ofensiva rusa. Occidente ha respondido enviando dinero, ayuda humanitaria y armamento a Ucrania. Sin embargo, los países de la UE han sido mucho más generosos en lo primero que en lo último. Hasta agosto, según el Instituto Kiel para la Economía Mundial, los Veintisiete habían mandado aproximadamente 7.500 millones de euros en material militar, una tercera parte de lo que ha enviado EE UU.
Y esto es porque la Unión Europea, en su conjunto, se ha puesto a mirar su capacidad de respuesta ante una operación armada contra su territorio. Y aunque estaba sobradamente advertida de ello, lo que ha visto no le ha gustado. “Los ejércitos europeos han sido vaciados y descritos como ejércitos bonsái: parecen de verdad, pero se han encogido como versiones en miniatura”, afirmó el mes pasado el alto responsable de la política común y seguridad de la UE, Josep Borrell. Citando al jefe del Estado Mayor de la Defensa francés, Thierry Burkhard, Borrell recordó que el Ejército francés nunca había sido tan pequeño desde 1945 y que la fuerza aérea había recortado en un 30% su flota desde 1996.
Política de compras
“El sistema de adquisición de la industria europea se ha orientado a satisfacer las capacidades militares asociadas con crisis internacionales y misiones de paz”, explica Félix Arteaga, investigador del Real Instituto Elcano. “La defensa fronteriza no entraba en el planteamiento estratégico, así como las inversiones en defensa territorial”.
Con el objetivo definido por la Alianza Atlántica en su documento final de la cumbre de Madrid en la mano, los países europeos deben actuar y actuar ahora. El centro del compromiso está en ampliar los grupos de respuesta rápida situados en la frontera rusa de grupos de batalla (más o menos del tamaño de un batallón español) a brigadas, hasta un total de 300.000 efectivos. “Donde y cuando sea necesario, respaldados por refuerzos de confianza rápidamente disponibles, equipo preposicionado y comando y control mejorados”, explica el documento. “Mejoraremos nuestros ejercicios de defensa colectiva para estar preparados para operaciones de alta intensidad y garantizar que podemos reforzar a cualquier aliado en poco tiempo”. “Nuestros ejércitos deben poder manejar tanto la defensa territorial como la guerra asimétrica fuera de nuestras fronteras”, consideró en su día Borrell. “Tenemos que hacer eso en el marco de la OTAN, de hecho, y más cuando casi todos los Estados miembros de la UE ahora son miembros [de la Alianza]”.
Todo esto está por encima de las capacidades actuales de la mayoría de los países de la OTAN, que se han comprometido a compensar el tiempo perdido y a elevar su gasto militar a un 2%, y los que ya destinaban esa cifra han garantizado que aportarán aún más. Algunos, como los países bálticos, se han puesto como objetivo cumplir con sus planes a finales de este año o en el que viene. Otros pretenden llegar allí a finales de esta década, como España.
No basta, sin embargo, con dinero. “Para ahorrar gastos, muchos ejércitos habían reducido stocks, especialmente en los equipos más caros”, recuerda Arteaga. “Mientras había situaciones de misiones internacionales, todos confiaban en que alguien les prestara de su dotación. Pero ahora ya no se trata de material para misiones voluntarias, ahora tienen la obligación de tener ese equipamiento. La UE ahora va a necesitar hacer un esfuerzo para comprar material moderno”.
Además, la Comisión Europea, como en otros ámbitos, quiere que el dinero que pone tenga un propósito. Bruselas ha visto en la respuesta eléctrica de los países europeos a la invasión de Ucrania una oportunidad para ejercitar su músculo geopolítico. “También debemos poder confiar más en nosotros mismos y demostrar nuestra responsabilidad estratégica cuando nuestros intereses de seguridad están en juego en nuestras fronteras y más allá”, siguió afirmando Borrell. “Esta es la razón por la cual los Estados miembros de la UE deben invertir mejor y juntos y cooperar mucho más en defensa”. “El primer movimiento que pretende la Comisión es reforzar las capacidades estratégicas de forma que se pueda enfrentar a unas amenazas que se preveían y que se han materializado”, apunta Jesús Sánchez, presidente y consejero delegado de Thales España.
Y es más: la Comisión está buscando la manera de incorporar esta oleada de gasto militar para reforzar la industria de defensa europea, un negocio que, según la patronal continental ASD, facturó 119.000 millones de euros en 2020 y daba trabajo directamente a 462.000 personas. Especialmente cuando gran parte de la industria está especializada en productos de alta tecnología que son exportables y forman parte de la economía del conocimiento y la técnica que desde Bruselas se busca impulsar. “Lo que ha demostrado la historia reciente es que todo lo militar siempre es civil, y todo lo civil es también militar”, señala por teléfono Ángel Escribano, presidente de Escribano Mechanical and Engineering.
El problema fundamental está en que la industria europea, salvo excepciones, no está acostumbrada a trabajar como tal. “A pesar de que el sector es, por norma general, competitivo, existen lagunas”, explicaba un informe acerca de la industria europea de defensa, publicado por la Comisión en abril. “Las empresas todavía están estructuradas principalmente en el ámbito nacional, beneficiándose de una estrecha relación con los gobiernos. Esta estructura del mercado, combinada con un bajo gasto de inversión, ha dado como resultado que varios actores operen en mercados pequeños y, por lo tanto, produzcan volúmenes pequeños. Una serie de pasos de consolidación nacional y europeo han estado muy por debajo de la consolidación industrial estadounidense”.
Históricamente, esta independencia se debe a razones de seguridad nacional y, en muchos casos, al orgullo de cada país fabricante. Pero en las últimas décadas, también pesa que la producción de defensa se ha convertido en el último refugio de sectores industriales que no pueden competir en el mercado civil. Y eso son puestos de trabajo, en algunos casos en regiones deprimidas, y, en consecuencia, una patata caliente política que los Estados evitan tocar. “Los ministerios no están interesados en fomentar la tecnología ni la industria militar, sino las capacidades militares nacionales”, afirma Arteaga.
Competencia interna
Además, está la competencia que se hace dentro de la propia UE. Según ASD, el 80% de la industria está concentrada en seis países, cinco de ellos en la Unión Europea (Alemania, España, Francia, Italia y Suecia) y otro recién salido de ella (Reino Unido). “El problema para las industrias y los Estados es en qué eslabón de la cadena de valor quieren estar”, apunta Arteaga. “Si hay una competencia por el mercado europeo, ahora mismo los únicos que están en condiciones de competir son las grandes, y todas van a coger el dinero y forrar su cuenta de resultados”.
Los seis grandes productores de la UE son los llamados “países de declaración de intenciones” porque son los que tienen la capacidad de integrarse en consorcios internacionales. Y estos consorcios compiten entre sí. El ejemplo más claro en este momento es el de los cazas de sexta generación. En 2019, España se incorporó al programa europeo Futuro Sistema Aéreo de Combate, en el que también están empresas alemanas y francesas. Hay otro proyecto, también llamado Futuro Sistema Aéreo de Combate, centrado en el Reino Unido y en el que también participan Italia y Suecia, miembros de la UE.
“Cada país quiere su propio sistema”, explica por teléfono Jan Wille, socio de Strategy&, el equipo de consultoría estratégica global de PwC. “Hay cooperación entre empresas, pero esta cooperación siempre es temporal. Cortamos los programas en trozos para dar trabajo a cada uno de los socios. El Eurofighter tiene cuatro ordenadores de control de vuelo, y cada uno de ellos, el elemento más importante del avión, se hace en un país distinto”.
“La beneficiada es la industria estadounidense como Lockheed, porque todos quieren el F-35″, señala Wille. “La industria europea no se está beneficiando de este aumento de los gastos. Por el contrario, está fragmentada”. La industria estadounidense es el ejemplo, la competencia y la pesadilla de los fabricantes europeos, respaldada por un gigantesco gasto militar, superior en términos absolutos al de cualquier país europeo.
“La industria europea es una de las más capaces, pero los estadounidenses van por delante porque uno recoge en relación con lo que siembra”, considera Escribano. “Ellos dicen ‘vamos a comprar el nuevo vehículo de combate’, sacan un programa, y gastan millones de dólares. Europa gasta 10 veces menos, por un suponer”. Ese potentísimo gasto militar permite además a las empresas privadas estadounidenses ver el lado de defensa de sus negocios como un respaldo a su negocio civil, y no al revés. Boeing pudo entrar de lleno en el negocio de los reactores civiles gracias al respaldo financiero que le suponía su posición como fabricante militar. “La mayor parte de las industrias de defensa europea dependen, sobre todo, de su negocio civil, salvo algunas excepciones”, recuerda Arteaga. “Si el sector civil se desvincula del militar porque no le resulta atractivo, el proceso de innovación puede acabar en fracaso”.
Porque Estados Unidos, además, invierte mucho más en innovación que las Fuerzas Armadas europeas. Y la sinergia con el sector privado y las universidades es uno de los factores de un mecanismo de producción científica y técnica que desde Bruselas se ve con admiración. “La idea es invertir en espacio, seguridad, defensa, no por los outputs que produce, sino porque en el proceso hay unas sinergias entre el sector industrial y el civil que mejoran la capacidad tecnológica, aumentan las economías de escala y permitirían desarrollar productos mejores”, señala Arteaga. “Pero en la industria de defensa ese riesgo es algo que no se quiere asumir, y el sector privado pide compartir riesgos. La Comisión se ha ofrecido a compartirlos”, añade.
Sobre todo, las economías de escala les permiten tener productos antes y a menor precio que los europeos. Y, en las urgencias provocadas por la invasión rusa, lo ya disponible es lo más valioso. “Muchos países del este compraron armamento estadounidense porque estaba disponible”, recuerda Béraud-Sudreau. “Los proyectos europeos son más a largo plazo”. “Si de lo que se trata es de material útil para Ucrania, lo lógico es comprar lo que está en la estantería”, considera Arteaga. Ante todo esto, los esfuerzos de la Comisión son un primer paso, pero, según los expertos, insuficiente. “La Comisión ha acertado en el diagnóstico, pero las medidas que ha tomado están en rodaje o en cuestión”, afirma Arteaga. “Hay una distancia entre lo que se dice y lo que se hace. En el plano operativo, todos esos grandes equipos, todos los multiplicadores, no están todavía en manos europeas”.
Integración
La integración de las empresas es, coinciden todos, fundamental. “Europa cuenta, afortunadamente, con un sector de defensa competitivo en el panorama mundial”, apuntan desde Airbus. “Pero el progreso vendrá condicionado, en última instancia, por nuestra capacidad para forjar unas estrechas alianzas estratégicas, sobre las que se han basado los éxitos de nuestro sector en el pasado”.
Una cosa, al menos, es favorable: Estados Unidos, aun con la apuesta industrial de Joe Biden, no quiere desanimar las ambiciones de la industria europea. “El objetivo estadounidense es China”, recuerda Béraud-Sudreau. “Quiere que los europeos se pongan de su parte contra Rusia”. Una de las esperanzas es que, como se hizo con las vacunas en 2020, Europa apueste por la compra conjunta de material. Pero las expectativas no son muy halagüeñas. “Va a ser poco dinero y hay mucha oposición de los Estados”, apunta Arteaga. “Además, hay mucha renuencia estructural: las empresas de defensa tienen dificultades de acceder a financiación”. Según este experto, las empresas de defensa están etiquetadas de tal forma en los índices éticos (cada vez más importantes) que los inversores las ven con recelo.
“Vamos demasiado despacio”, sentencia Wille. “Promover la cooperación es la idea clave. Tras la invasión de Crimea, la Comisión se puso como plazo 2032, 18 años. Han pasado seis y no hemos avanzado lo suficiente. Necesita ser más proactiva y poner más presión”. ¿Cómo se cambia esa dinámica? “La experiencia es que a Bruselas se la escucha cuando pone dinero”, comenta Arteaga. “Para una situación de guerra como la de Ucrania hace falta una economía de guerra. Como no se ha hecho eso ni se va a hacer, especulo que, lo que va a pasar, como se hizo en 2014, las realidades, las elecciones, las situaciones económicas serán las que realmente pesen. Las inversiones reales serán principalmente en programas viejos o en compras nacionales. En lugar de producir juntos, cada uno va a intentar sostener su industria. Pero a lo mejor me llevo una sorpresa”. “Los obstáculos van a venir de la propia industria”, apunta Béraud-Sudreau. “La pregunta es quién va a hacer qué. Deberá ayudar el que los Estados miembros son en su mayoría parte de la OTAN”.
Un punto de inflexión con el Gobierno dividido
En 2022, España cumplió 40 años desde su adhesión a la Alianza Atlántica. Originalmente, la pasada cumbre de Madrid tenía previsto servir de conmemoración de la efeméride —que, en su momento, fue políticamente muy disputada—, pero la eclosión de la guerra de Ucrania convirtió lo que iba a ser un evento importante en uno de los puntos de inflexión de la historia de la OTAN.
Y, también, puso el foco en la voluntad y la capacidad de España de responder a los nuevos desafíos que la invasión de Ucrania impone a los socios, tanto de la Unión Europea como de la Alianza Atlántica. La última revisión de la Estrategia de Seguridad Nacional, aprobada en diciembre del año pasado, hace solo una mención de pasada a la posibilidad de la defensa territorial y a la renovación de los arsenales, con otros objetivos, que siguen siendo importantes, como la ciberseguridad y la desinformación como prioridades. En ese sentido, España buscó (y, en gran medida, obtuvo) confirmación de la OTAN de que, aun con el auge de la amenaza en la frontera oriental, no se descuidaría el flanco sur, la frontera que corresponde cuidar a España.
Durante la cumbre, el Gobierno español prometió aumentar el gasto militar hasta el 2% del PIB hasta 2029, pero la cifra es engañosa. Hasta que se empiecen realmente a modernizar las Fuerzas Armadas españolas, primero hay que rellenar lo que se ha enviado a Ucrania y compensar décadas de desinversión. “Tapar agujeros”, respondió a este periódico un mando militar cuando se le preguntó en qué usarían las Fuerzas Armadas el aumento presupuestario.
Al menos, está el consuelo de que no se parte de cero. Según la patronal Tedae, el sector en España facturó 11.594 millones de euros en 2021 (de lo que un 47% se exporta) y proporciona casi 50.000 empleos directos. “La situación de la industria es evidentemente positiva”, explica el presidente de Tedae, Ricardo Martí Fluxá. “El punto de inflexión fue en los años ochenta, cuando entramos en los grandes consorcios internacionales”.
Sin embargo, la industria española es más que los consorcios internacionales. Como en otros sectores, las pymes representan un papel fundamental en el sector. El 72% de las empresas son pequeñas y medianas y se extienden por todos los ámbitos, desde turbinas de última generación hasta raciones de campaña, pasando por sistemas de control de artillería y calzado. “Los grandes consorcios ayudamos a las pequeñas empresas”, explica Martí Fluxá. “Uno puede tener un centenar de compañías en uno de ellos”.
Para Félix Arteaga, investigador del Real Instituto Elcano, la industria nacional sufre de problemas similares a los de los otros grandes países europeos: un mercado muy cerrado, poco financiado y muy fluctuante, dependiente más de objetivos políticos que militares. “El objetivo es integrarse en cadenas europeas de valor, que liderarán los grandes campeones nacionales”, apunta. “Si ese hueco no se garantiza, los países seguirán poniendo dinero para mantener empleos y conservar capacidad industrial. Lo que se quiere es integrar empresas en ese tejido. En la práctica, solo entran las que ya están integradas”. “Necesitamos tener previsibilidad, y eso se ha de reflejar en los Presupuestos”, complementa Martí Fluxá. “No solo hay que invertir más. Hay que hacerlo mejor”. En julio, el Consejo de Ministros aprobó un crédito extraordinario de 1.000 millones de euros para el Ministerio de Defensa. Pero, para cumplir con esos objetivos, el primer escollo está en los Presupuestos Generales del Estado.
Comunicación errática
Y es aquí donde entra la principal dificultad: convencer a una buena parte de la ciudadanía de los efectos positivos del gasto militar, en especial cuando la crisis económica marca otras prioridades. “Ni la inflación ni el desempleo se van a resolver sembrando Europa con más ojivas nucleares o con más buques de guerra”, afirmó en junio en el Congreso de los Diputados Gerardo Pisarello, de En Comú Podem, partido que forma parte de la coalición de gobierno, lo que da señal de lo complicadas que van a ser las negociaciones.
“No hemos sido capaces de comunicar bien lo que hacemos”, apunta Martí Fluxá. “Este es un problema común a prácticamente todos los países europeos. Nuestro sector es resiliente a las crisis. El empleo que creamos es de calidad y está bien remunerado”. “En España, el sector de la defensa tiene un inmenso potencial tractor y de generación de valor añadido”, consideran por correo electrónico desde Airbus. “El gasto en defensa es útil porque estamos fortaleciendo los valores democráticos de España”, explica por teléfono Francisco Javier Romero, director de Estrategia de Navantia.
“Tenemos que quitarnos los prejuicios de país”, apunta Ángel Escribano, presidente de Escribano Mechanical and Engineering. “Hay que empezar a colaborar más en serio y creerse más las cosas. Todo el mundo se lo tiene que creer”, subraya.
Y, sobre todo, como en muchas otras industrias, insistir en que el producto español es comparable o mejor que otros de fuera. “La mayor fortaleza que tenemos en España es la capacidad de adaptación, la capacidad de colaboración, reinventarnos a diario si es necesario”, apunta Jesús Sánchez, presidente de Thales España. “Nuestra debilidad más importante es que, siendo capaces de ser de los buenos, después no nos creemos capaces o nos vemos inferiores a otros. Posiblemente, uno de los mayores problemas que podemos tener es que teniendo las generaciones más preparadas, no seamos capaces de creernos igual de buenos que los demás”.
Sigue la información de Negocios en Twitter, Facebook o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.