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Macroeconomía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro final de la abundancia es posible

La respuesta a este nuevo ciclo es sencilla de exponer: hemos de acostumbrarnos a menores tasas de crecimiento

Negocios 04/09/22
Maravillas Delgado

Los presidentes franceses tienen como virtud el poder generar grandes frases que, a veces sin un contenido preciso, suponen un indicador de las circunstancias en las que vivimos. Así, Sarkozy habló, en 2009, de la necesidad de “refundar el capitalismo”, y ahora, Emmanuel Macron ha definido el momento económico y político a través de otra frase afortunada, “el fin de la abundancia”. El presidente se refería, en este caso, al final de un ciclo económico en el que los precios de la energía, los recursos naturales y los bajos tipos de interés impulsaban un fuerte crecimiento, fundamento de nuestro progreso económico y social. La frase suena demoledora y advierte que debemos acostumbrarnos a vivir en un mundo donde la escasez sea la norma y no la excepción.

No es la primera vez que las economías occidentales se enfrentan a un ciclo de “final de la abundancia”. La crisis económica de 1973 tuvo consigo muchos factores, pero quizá el más recordado es el incremento del precio del petróleo, que se multiplicó por cuatro en apenas unos meses, llevando la inflación a cifras que, en el caso de España, alcanzaron el 25% en términos interanuales a finales de 1977. También entonces el mundo se tuvo que enfrentar a una importante subida de tipos de interés —que alcanzaron el 19% bajo el mandado de Volcker—, destapando una crisis de deuda que, en aquel momento, se focalizó en los impagos de las economías emergentes, como México, en 1982. El proceso inflacionario, que se combinó además con un estancamiento en el crecimiento, coincidió con la toma de conciencia sobre los límites del crecimiento, concepto que se popularizó gracias al informe que, en 1972, había desarrollado el recientemente creado Club de Roma. La crisis económica y de recursos naturales se combinaba con la primera constatación de los límites planetarios. Los treinta gloriosos habían acabado.

Ha querido la historia que Macron hablase del final de la segunda “era de la abundancia” el año en el que el informe del Club de Roma ha cumplido 50 años. En estos 50 años los estudios sobre la capacidad de carga de nuestra naturaleza y sobre los límites planetarios han avanzado mucho. El propio Club de Roma, ya sin su autora principal, Donella Meadows, sigue editando de manera periódica actualizaciones del informe original, en los que ha confirmado las intuiciones iniciales. Más recientemente, el equipo del Centro de Resiliencia de Estocolmo ha establecido un nuevo cálculo sobre los límites planetarios: de los nueve límites establecidos en su sistema, el ser humano habría superado ya cinco. El más conocido es el cambio climático, al que habría que añadir la integridad de los ecosistemas, el uso de la tierra, los contaminantes y el deterioro de los flujos biogeoquímicos.

La respuesta sencilla ante este nuevo final de la abundancia es, dado que los recursos económicos y físicos han dejado de estar fácilmente disponibles, acostumbrarnos durante un tiempo a menores tasas de crecimiento. Sencilla de exponer, pero socialmente inaceptable si no viene acompañada por una mejor distribución de la renta y la riqueza. La salida que encontramos a la finalización de la primera era de la abundancia fue la política económica de Reagan y Thatcher, que incrementaron notablemente la desigualdad económica, generando brechas sociales que todavía no habíamos restañado. La salida que encontremos ahora no puede ir en la misma dirección, por cuanto una nueva ronda de incremento de las desigualdades puede suponer un polvorín político y social que amenace nuestras democracias. Y, sin embargo, como han certificado los banqueros centrales, estamos abocados a un nuevo ciclo de políticas de ajuste. Así que estamos compelidos a hacer frente a este nuevo ciclo desde nuevos pilares: una transición ecológica justa y un nuevo contrato social deberían ser los puntos de partida de la nueva política económica. El reto fundamental que nos encontramos es hallar la manera de proteger a los sectores más vulnerables de los efectos de estas políticas de ajuste que, irremediablemente, vamos a tener que poner en marcha. Sera necesario actuar con rapidez, solvencia y seriedad, pero también con cierto grado de audacia y de asunción de riesgos. Así, el nuevo final de la abundancia debería ser diferente al de los años 70.

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