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Brecha salarial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Buscando a Ada

La segregación laboral de las mujeres en España nos cuesta cada año no menos de un 6% del PIB

Brecha salarial
Maravillas Delgado

Ada Lovelace vivió en la Inglaterra victoriana. Su mente fue privilegiada y, sin duda alguna, podemos catalogarla como brillante. Hija de Lord Byron, matemática y escritora, fue la madre de la informática. Su principal logro fue desarrollar el primer algoritmo de la historia. Como Ada, hemos tenido otras referentes a lo largo de la historia; mujeres que fueron capaces de romper los esquemas sociales establecidos que dificultaban o impedían su desarrollo personal y profesional. Entre los casos más conocidos, por ejemplo, está el de Marie Curie, pero encontramos algunos menos conocidos como es el de la actriz e inventora Hedy Lamarr, que desarrolló la primera versión del espectro ensanchado, tecnología pensada para guiar torpedos durante la Segunda Guerra Mundial y precursora del actual Bluetooth y WiFi.

Todas, además de liderar avances de la ciencia, aportaron riqueza. La posibilidad de potenciar y aplicar sus habilidades permitieron que participaran en la economía del momento, generando valor y bienestar. Muchas veces hablamos de “el Einstein” que se podría perder si no facilitamos la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación. De igual modo debemos hablar de las Adas que perdemos si no cerramos las brechas de género que limitan que las niñas quieran y puedan convertirse en lo que cualquier niño sueña. Y con ello debemos hablar del coste económico que esto supone.

Sabemos muy bien que las diferencias salariales medias entre hombres y mujeres nacen, en buena parte, de un tipo de discriminación arraigada en la sociedad. Pero a diferencia de lo que muchos piensan, la mayor parte de estas diferencias surgen de una diferente composición en las características que definen los salarios. Esto quiere decir que si comparamos a un hombre y a una mujer con similares características, similares niveles educativos y de experiencia, en empleos iguales y con responsabilidades idénticas, las diferencias salariales entre ambos prácticamente desaparecen. Si esto es así, lo obvio es que las diferencias salariales entre hombres y mujeres puedan explicarse por las dificultades que siguen encontrando estas para acceder a puestos de trabajo de remuneraciones mayores.

Así, buena parte de las diferencias salariales responden por pagos “complementarios” a la asunción de tareas o responsabilidades con mayor repercusión en la nómina. decir, pagamos diferente a quienes desempeñan tareas diferentes, siendo los empleos con tareas más feminizadas aquellos con menor remuneración. Habrán oído hablar de vocaciones, de techo de cristal o de suelo pegajoso. Habrán oído hablar de ese estudio en Dinamarca, luego replicado para varios países con igual resultado, donde encontraban que el salario entre hombres y mujeres no difería hasta que estas tenían el primer hijo. Todo ello nos manda un potente mensaje: que por ciertas razones, algunas identificadas y otras escurridizas al hundir sus raíces en lo más profundo del subconsciente social, cada año, cada día, perdemos a muchas Adas solo porque no sabemos cómo compensar las fuerzas que les limitan ser lo que potencialmente pueden ser. Y no solo pierden ellas, perdemos todos.

Un ejercicio ingenuo pero fácil de entender nos permite centrar cuantitativamente de cuánto hablamos. En España hay 8,7 millones de hombres asalariados y 8,2 millones de mujeres asalariadas. Sabemos que entre todos generan unas rentas de 576.000 millones de euros. Esto supone una remuneración media bruta (incluyendo otros costes laborales como impuestos y contribuciones) de unos 32.000 euros anuales. Si asumimos que la brecha salarial es de un 24,22%, podríamos asumir que la remuneración media de una mujer podría estar en torno a los 27.000 euros y la de un hombre en los 36.000. Y ahora hagamos la cuenta de la vieja. Si la remuneración de las mujeres aumentara hasta igualarse al de los hombres, las rentas crecerían en casi 74.000 millones de euros. Más de un 6% del PIB.

Dicho en otras palabras, la segregación nos cuesta cada año no menos de un 6% del PIB. Pero estaríamos hablando de un límite inferior. La igualación implicaría una serie de efectos indirectos e inducidos positivos por la más y mejor actividad profesional, el aumento en la participación laboral de las mujeres así como por las externalidades que esta generaría. En resumen, cualquier política que beneficie la plena integración de las mujeres al mercado de trabajo, incentive ciertas vocaciones profesionales y busque la igualación de las oportunidades a lo largo de la vida laboral y familiar tendría un efecto positivo que lograría rentabilizar cualquier inversión que se hiciera para ello. Lograríamos tener más Adas y, con ello, todos viviríamos mejor.

Manuel A. Hidalgo es profesor de la Universidad Pablo de Olavide y economista de EsadeEcPol.

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