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Ofensiva de Rusia en Ucrania
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Se acabaron los dividendos de la paz?

El horroroso ataque a Ucrania debería recordar incluso al más pacifista que el mundo puede ser duro e impredecible

Guerra en Ucrania
Tomás Ondarra

La brutal invasión rusa a Ucrania debiera ser una llamada de atención para los políticos, líderes empresariales y economistas occidentales que promueven un futuro ambientalista y equitativo, pero carecen de sentido práctico o estratégico para lograrlo. Independientemente de las tácticas de corto plazo que usen Europa y Estados Unidos para responder a la crisis actual, su estrategia de largo plazo tendrá que poner la seguridad energética a la par de la sostenibilidad ambiental y la financiación de la disuasión militar al mismo nivel que las prioridades sociales.

La Unión Soviética colapsó en 1991 en gran medida debido a que los líderes rusos, principalmente el presidente Boris Yeltsin y sus asesores económicos, reconocieron que el complejo militar industrial comunista soviético no podía seguir el paso del poderío económico y las proezas tecnológicas superiores de Occidente. Actualmente, considerando que el tamaño de la economía rusa es menos de una veinteava parte del tamaño de las economías combinadas de EE UU y la UE, esa misma estrategia de superar vastamente el gasto en defensa de Rusia debiera ser mucho más fácil de lograr. Desafortunadamente, muchas sociedades occidentales dudan, especialmente los sectores de izquierda, en admitir que el gasto para la defensa es a veces una necesidad y no un lujo.

Durante muchas décadas el nivel de vida occidental gozó del impulso de gigantescos “dividendos de paz”. Por ejemplo, el gasto para la defensa de EE UU cayó del 11,1% del PIB en 1967, durante la guerra de Vietnam, al 6,9 % del PIB en 1989, el año en que cayó el muro de Berlín, a apenas por encima del 3,5 % del PIB en la actualidad. Si la proporción del PIB dedicada a la defensa de EE UU se mantuviera aún en los niveles de la época de Vietnam, los gastos correspondientes en 2021 hubieran sido 1,5 billones de dólares más, por encima de lo que el Gobierno gastó en seguridad social el año pasado y casi el triple del gasto gubernamental en consumo e inversión no dedicados a la defensa. Incluso si a finales de la década de 1980, el gasto de defensa hubiera sido 600.000 millones mayor al actual, se hubiera podido financiar el coste adicional con más impuestos y endeudamiento, o reduciendo el gasto en otras áreas.

Desde hace mucho tiempo, el gasto europeo para la defensa es muy inferior al de EE UU. En la actualidad, el Reino Unido y Francia gastan apenas por encima del 2% de su ingreso nacional en esta partida, y Alemania e Italia, solo cerca del 1,5%. Además, los intereses nacionales y el cabildeo interno implican que el gasto europeo para la defensa sea extremadamente ineficiente: el total resulta significativamente menor a la suma de sus partes. Me sorprende la cantidad de mis amigos, quienes por lo demás están bien informados, que preguntan por qué Europa no responde con más fuerza militar al ataque ruso a Ucrania y a la amenaza que se avecina para los Estados bálticos. Parte de la respuesta, por supuesto, reside en la dependencia europea del gas ruso, pero el motivo más importante es su atroz falta de preparación.

Sin embargo, gracias al presidente ruso, Vladímir Putin, es posible que todo esto cambie. El canciller alemán, Olaf Scholz, anunció el 27 de febrero que Alemania aumentará el gasto en defensa a más del 2% del PIB. Esto sugiere que Europa finalmente empieza a comportarse como debe. Pero esos compromisos tendrán importantes implicaciones fiscales que, después de los grandes estímulos presupuestarios de la era de la pandemia, pueden ser difíciles de digerir. Mientras Europa reformula sus normas fiscales, los responsables políticos deben tener en cuenta la forma de generar un margen de maniobra suficiente para lidiar con intensificaciones militares inesperadas a gran escala.

Muchos parecen haber olvidado que los aumentos repentinos en los gastos en épocas de guerra fueron en algún momento una de las principales causas de la volatilidad en el gasto gubernamental. En una guerra no solo los gastos gubernamentales y déficits presupuestarios suelen aumentar bruscamente, también a veces lo hacen los tipos de interés. En la actualidad, los responsables de las políticas (junto con muchos economistas bienintencionados) se han convencido de que los grandes impactos económicos mundiales, como las pandemias o crisis financieras, inevitablemente reducirán los tipos de interés y harán que las grandes deudas sean más fáciles de financiar; pero en épocas de guerra la necesidad de anticipar gigantescos gastos temporales puede elevar fácilmente los costes del endeudamiento.

Ciertamente, en el complejo mundo actual de drones, guerra informática y campos de batalla automatizados, la forma en que los gobiernos usen sus presupuestos para la defensa es muy importante. De todas formas, suponer que cada vez que se recorten los presupuestos para la defensa los planificadores militares compensarán la diferencia con mejoras en la eficiencia es pensamiento mágico.

También ayudaría si Occidente logra evitar errores adicionales en la política energética como los que nos trajeron a esta situación. Alemania, en especial, que depende de Rusia para obtener más de la mitad del gas que necesita, parece haber cometido un error histórico con el desmantelamiento de todas sus plantas de energía nuclear después del desastre de Fukushima en 2011. Por el contrario, Francia —que produce el 75% de sus necesidades energéticas con energía nuclear— es significativamente menos vulnerable a las amenazas rusas.

En EE UU, la decisión de cancelar la propuesta del oleoducto Keystone XL puede haber estado basada en sólidos argumentos medioambientales, pero ahora parece poco oportuna. Las medidas para proteger al medio ambiente no son buenas si generan debilidades estratégicas que aumentan la posibilidad de guerras convencionales en Europa, dejando de lado la contaminación radioactiva a gran escala que tendría lugar si se usan bombas de neutrones o armamento nuclear táctico.

La firme resistencia ucrania, las rápidas y duras sanciones económicas y financieras, y la oposición interna aún podrían obligar a Putin a reconocer que su decisión de invadir Ucrania fue un espectacular error de cálculo. Pero incluso si se apaga la crisis actual, el horroroso ataque a Ucrania debiera recordar hasta al defensor más comprometido con la paz que el mundo puede ser duro e impredecible.

Todos deseamos una paz duradera, pero los análisis desapasionados sobre la forma en que los países pueden lograr un crecimiento sostenible y equitativo requieren reservar espacio fiscal —incluida la capacidad de endeudamiento para emergencias— para los costes de protección contra agresiones externas.

Kenneth Rogoff fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional, y es profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard.

© Project Syndicate 1995–2022

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