El gran dilema europeo por las materias primas
La dependencia del suministro de productos de primera necesidad rusos, no solo energéticos, pone a la UE en un brete de dimensiones gigantescas
Resulta alarmante contemplar las gráficas de la evolución de los precios de las materias primas (desde el petróleo y el gas hasta el polisilicio pasando por el carbón, la electricidad, multitud de metales y los productos agrícolas). Las puntas que marcan, que en el caso de los combustibles se suceden desde el pasado julio (es decir, desde la situación prebélica que había llevado a las restricciones en la venta de gas y al aumento del precio de la electricidad), son cada vez más altas desde la invasión de Ucrania. Una situación impulsada por el aumento de la volatilidad en los mercados tras el anuncio de sanciones que Occidente anunció contra Rusia, notables en el caso de los de metales industriales, por la amenaza de que se produzcan interrupciones del flujo de materias primas en un momento en que los inventarios están en mínimos, y de los productos agrícolas como el trigo, maíz, soja o girasol.
La incertidumbre alimenta la volatilidad, intensificada por el repunte de los precios del carbón y el petróleo, que ha llegado a cotas no conocidas desde 2008, y después de que la Administración Biden prohibiera las importaciones estadounidenses de crudo ruso, decisión que secundó el Reino Unido, haciendo olvidar el desplome que sufrió por la pandemia del coronavirus. La guerra está suponiendo la remodelación de la perspectiva global de los precios de la energía, con el gas en el epicentro y sus consecuencias (sanciones, los altos precios de la energía y la interrupción de muchas instalaciones productivas) han provocado un aumento de los precios de la mayoría de los metales industriales.
En el caso del acero, preocupa que el aumento del coste de la energía provoque nuevas paralizaciones de centros industriales, como ya han advertido en España las patronales sectoriales Unesid y Aege (de grandes consumidores). El aluminio, en el que la producción rusa representa el 6% mundial, también ha alcanzado máximos históricos y la industria europea se puede ver afectada por el aumento de los costes de la energía. El paladio, clave para fabricar catalizadores de automóvil, elementos de precisión y baterías, ha seguido la misma senda, dado que su principal productor mundial es Rusia con una cuota de alrededor del 40%. Por su parte, el zinc y el níquel, en los que también es una potencia, superaron los precios de los últimos 11 años por los costes de transporte más altos y demoras en los envíos, y el polisilicio, fundamental en la industria de paneles solares, ha experimentado una escalada desde el año pasado hasta niveles máximos. Por no hablar del potasio, fundamental para los fertilizantes.
Con los alimentos pasa algo parecido. Al ser Rusia y Ucrania productores y exportadores de materias primas agrícolas, el precio del trigo, soja, girasol, maíz..., se ha disparado, lo que tendrá un efecto inmediato y considerable en la inflación, sobre la que el BCE ya ha adelantado que se mantendrá alta durante varios meses encareciendo la cesta de la compra y sin mucho nivel de reacción.
Con ese cuadro clínico se reunieron los líderes europeos esta semana en el Palacio de Versalles, cerca de París, para alcanzar una solución que haga frente a las consecuencias del conflicto, que precisamente pasa por reducir la dependencia de los combustibles fósiles y de la importación de productos agrícolas.
La alarma, además del conflicto en sí, radica en que se ha puesto en entredicho los planes de descarbonizar la economía eliminando progresivamente la producción de combustibles fósiles y la dependencia del gas ruso. Cualquier interrupción en los flujos del gas ruso a Europa tendría un efecto de ajuste inmediato a nivel global. El 45% del gas que consume la UE llega de Rusia; la dependencia del carbón es del 46% y en petróleo alcanza el 27%, mientras para EE UU y RU apenas supone una pequeña parte de sus compras. Eso explica la resistencia de algunos países con fuerte dependencia del suministro ruso, caso de Alemania (el 55% del gas que consume proviene de Rusia) y países de ese entorno. Para Rusia, por su parte, son fundamentales los ingresos que obtiene (por encima de 700 millones de euros) para financiar su asedio.
La guerra ha pillado con el pie cambiado a la UE, que se lamenta de no haber tomado decisiones alternativas para el abastecimiento de gas por otras vías, una de ellas pasaría por aumentar la conexión por los Pirineos desde la Península Ibérica, donde además existen ocho plantas de regasificación (siete en España y una en Portugal). Ahora entran las prisas. Queda pendiente. La Comisión Europea ha planteado, además de reducir la demanda de gas, incentivar que los países de la UE redistribuyan entre los consumidores los ingresos procedentes de los beneficios de las empresas energéticas por las recientes subidas del precio del gas (beneficios caídos del cielo) y por el comercio de emisiones, intensificar las medidas de eficiencia energética para reducir la demanda de gas en el sector de la construcción y reforzar los planes de contingencia de la UE para la seguridad del suministro, incluyendo el almacenamiento mínimo de gas para octubre de 2022.
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