La reinvención del capitalismo exige más ciudadanía corporativa
El mundo de la RSC está en crisis y necesita abordar procesos de resignificación en las empresas
La ciudadanía corporativa necesita de nuevos impulsos. Esta idea, surgida de la experiencia de un número cada vez mayor de empresas que quieren incrementar las obligaciones, derechos y compromisos que tienen con la sociedad de la que forman parte, requiere nuevos impulsos y formulaciones. Las empresas han dejado de ser sujetos pasivos para ser entes activos a la hora de promover una ética de colaboración colectiva que fija propósitos comunitarios que acompañan sus actividades negociales de producir bienes u ofrecer servicios.
Maximizar la cuenta de resultados no puede ser un fin en sí mismo. Debe enmarcarse dentro de fines superiores que dan un sentido convivencial más profundo a la actividad empresarial. Los motivos están en la experiencia de las propias empresas y en las exigencias de compromiso colaborativo que se abren paso en la sociedad. Esta ha cambiado. Y, con ella, los retos que tenemos por delante si queremos abordar con éxito los desafíos que nos plantea el siglo XXI de forma descarnada y directa como una interpelación ética ineludible.
Afrontar la emergencia climática, combatir la desigualdad y promover la diversidad, entre otros objetivos que tiene ante sí nuestra sociedad y el conjunto de la humanidad, exige de nosotros, y también de las empresas, más decisión que voluntad, más acciones que compromisos. La ciudadanía corporativa nace de esta sensibilización que está a flor de piel en la gente. Las empresas —como agentes que contribuyen a la evolución de nuestras condiciones sociales, económicas y políticas— han de ser uno de los pilares del cambio que la ciudadanía demanda de todos a la hora de enfrentarse a los retos que antes mencionábamos.
Walter Benjamin dejó escrito en su colección de escritos Calle de dirección única que “la construcción de la vida se encuentra actualmente mucho más en el poder de los hechos que de las convicciones”. De hechos, precisamente, saben mucho las empresas, pero también de convicciones, pues estas son las que mueven a viabilizar las ideas que hacen surgir los modelos de negocio. Por ello, en la batalla actual que libran en múltiples frentes tanto la ciudadanía personal como la corporativa, es más necesaria que nunca la suma de fuertes convicciones con hechos muy tangibles. Algo que solo es posible con más perseverancia y menos improvisación, más conocimiento de campo para poder decidir y menos información para salir del paso.
Recientemente la agencia de comunicación Evercom presentó un estudio junto a Roberto Barbeito, profesor de Sociología de la Universidad Rey Juan Carlos, sobre cómo las empresas españolas desplegaban iniciativas en ciudadanía corporativa. La muestra evaluó más de 400 de ellas a través de cuatro grandes campos de cumplimiento o compromiso empresarial. La principal conclusión es que en torno a un 30% de nuestras empresas visibilizan una ciudadanía corporativa plena. Más allá de considerar el porcentaje como un suspenso o un aprobado, lo que demuestra la cifra es que la empresa española tiene por delante el desafío de encontrar qué papel quiere desempeñar en una sociedad que demanda más colaboración en la consecución de compromisos sociales y globales con el planeta y el conjunto de la humanidad.
¿Qué es más importante para una empresa cuando manifiesta su ADN ciudadano? ¿Que su negocio crezca a triple dígito o una política de integración de la diversidad funcional o de género de sus empleados? Sin duda, salvaguardar el beneficio empresarial es imprescindible, pero ¿a cualquier precio? En este sentido, ¿qué cifra demuestra más el compromiso corporativo de una organización empresarial? ¿El dividendo que reparte entre sus accionistas o los impuestos con los que contribuye al bienestar general de las sociedades en las que opera? ¿Qué demuestra mayor éxito para una empresa: la explotación de datos digitales y el desarrollo de plataformas de e-commerce o el esfuerzo de ciberseguridad que garantice que aquellos no se vean lesionados en su privacidad o en el derecho al olvido de los titulares?
Las estrategias de responsabilidad social corporativa del pasado eran el medio con el que las empresas excepcionalmente manifestaban su ciudadanía más allá de una funcionalidad productiva o empleadora. Hoy no es suficiente. El mundo de la RSC está en crisis y necesita procesos de resignificación que transformen el soporte de su relato corporativo. Ya no puede ser algo excepcional o marginal. Debe incorporarse directamente a la visión de la empresa como una misión de compromiso del negocio con la ciudadanía.
Por eso, afortunadamente, la medición es un instrumento que, con independencia de su discusión metodológica, representa una oportunidad para hacer posible que los cambios que el mundo requiere se conviertan en fines de las propias empresas. Sobre todo porque esos cambios manifiestan una nueva modernidad capitalista que trata de sintonizar con los valores democráticos que críticamente operan a nivel planetario al defender la sostenibilidad, la igualdad o la diversidad. Valores que también las empresas hacen suyos para dar un sentido hacia dentro y hacia fuera cuando desarrollan las actividades que les hacen ganar dinero. Son valores reputacionales que complementan y dan un nuevo sentido a la cuenta de resultados. El pulmón de las compañías, esto es, su capacidad para hablar y explicarse dentro de un mercado competitivo, no puede ser más importante que su corazón: la manera en la que una empresa impulsa su misión en el mundo. En este sentido, por seguir con la metáfora, el cambio de calidad del oxígeno cívico que empieza a respirarse en las sociedades democráticas más avanzadas exige que las empresas adapten sus pulmones al nuevo paradigma de respiración que se extiende, sobre todo dentro de la llamada generación Z, en la ciudadanía.
Una última reflexión. El estudio de Evercom que mencionábamos más arriba demuestra que el tamaño —especialmente en las empresas del Ibex 35— contribuye de forma significativa a retratar las manifestaciones de ciudadanía a través de las políticas de retribución salarial, de género o de aportación de valor económico al entorno, entre otros muchos indicadores, que asumen cotidianamente. Pero, aunque la dimensión es importante, no puede seguir siendo una excusa para los más pequeños. Es necesario que todas, grandes, medianas y pequeñas empresas, contribuyan por igual a la reinvención del capitalismo como instrumento de generación de riqueza que no solo sea eficaz en términos de prosperidad acumulada, sino también en términos de prosperidad cualitativamente ética. Entre otras cosas, porque la complejidad y las dificultades estructurales del siglo XXI nos exigen no sólo sostenibilidad ambiental, que también, sino, sobre todo, sostenibilidad ética y cívica.
José María Lassalle, director del Foro de Humanismo Tecnológico de Esade, y Alberte Santos, consultor de comunicación y socio de Evercom.
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