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Guedes da un giro de 180 grados a la economía de Brasil

Los deseos de reelección de Bolsonaro y la pandemia llevan al ultraliberal ministro de Economía a anunciar que se saltará el techo de gasto

El presidente Bolsonaro y su ministro de Economía, Paulo Guedes, el pasado 22 de octubre durante una comparecencia sobre el techo de gastos en Brasilia.
El presidente Bolsonaro y su ministro de Economía, Paulo Guedes, el pasado 22 de octubre durante una comparecencia sobre el techo de gastos en Brasilia.UESLEI MARCELINO (Reuters)

El banquero de inversión Paulo Guedes (72 años), al que Jair Bolsonaro le encomendó la economía de Brasil cuando llegó al poder, permanece a su lado una pandemia y tres años después pese a que ha tenido que olvidarse de su ambiciosa agenda ultraliberal. Pretendía adelgazar el Estado hasta dejarlo en el mínimo, simplificar la barroca normativa fiscal y recaudar miles de millones de dólares con privatizaciones. Promesas que con su aval ahuyentaron los recelos hacia el militar retirado entre empresarios y clases medias-altas. El coronavirus pulverizó los planes del zar económico brasileño, como el de sus pares en todo el mundo, pero él permanece ahí, a la cabeza de una política económica que ha tomado el rumbo opuesto. Un giro de 180 grados. Recuerda a la frase atribuida a Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

La Cámara de Diputados aprobó este jueves un proyecto de ley que permite a Guedes romper el pacto fiscal que garantiza la austeridad de las cuentas públicas.

Con ese aval para endeudarse, Brasil suma problemas extra a los que comparte con buena parte de los países, como la falta de componentes para la industria o de fertilizantes. La de Guedes es una gestión errática que, ante la presión política del presidente, se mueve al ritmo que más conviene a Bolsonaro, no al interés colectivo, según los especialistas consultados. Esa percepción llegó a los inversores internacionales. En un editorial, el diario Financial Times escribió esta semana que Guedes, “que ya fue un gurú de la ortodoxia fiscal, fue persuadido para liberar 14.000 millones de dólares extras el próximo año para ayudar a financiar la fiesta de gastos preelectorales”.

El último hito es un embate frontal a la política de austeridad de Brasil, consensuada en 2017, para responder a un anhelo electoral del presidente. Bolsonaro quiere llegar a las elecciones de dentro de un año con una paga contra la pobreza de 400 reales (60 euros, 70 dólares) para 17 millones de familias que no cabe en el presupuesto. Sería como el programa Bolsa Familia, pero vitaminada y ampliada porque el programa contra la pobreza emblema de los Gobiernos del Partido de los Trabajadores supone ahora una paga de 190 reales para más de 14 millones de familias.

El anuncio, a finales de octubre, hundió la Bolsa, desató una ola de dimisiones en su equipo y los rumores de que él podría irse también. Permaneció y salió a explicarse junto al mandatario: “Esto no altera los fundamentos fiscales de Brasil”, afirmó. Este jueves, tras la aprobación de fondos extras para el Gobierno, la Bolsa cayó otra vez.

El profesor de Economía Nelson Marconi explica que “el techo de gastos no era viable, y eso ya era tema de discusión. El problema es la manera en la que se hizo”. Y completa: “Tiene impacto en el cambio y puede volver a presionar la inflación y el Banco Central tendrá que subir más los tipos de interés”. Estos han subido del 2% en enero al 7,75% de esta semana en un intento de controlar la inflación. El mercado prevé nuevas alzas este año, lo que dibuja un horizonte muy nebuloso. El banco Itaú, uno de los mayores de Brasil, pronostica una recesión para el año próximo, con una caída del PIB de 0,5%. La economía brasileña debe cerrar este año con un crecimiento del 5%, por debajo de la mediana mundial (5,9%, según el FMI), y de América Latina (6,3%).

El economista Eduardo Moreira entiende que el Gobierno cosecha lo que plantó durante la gestión de la pandemia. Fue rápido en dar ayudas a bancos al inicio de la pandemia, y lento, en cambio, con las pequeñas y medianas empresas. Repartió ayudas sociales de manera discontinua, aunque fuera uno de los mayores programas de ayuda directa en el mundo. “Paulo Guedes tiene cabeza de dueño de empresa privada, no piensa en lo público”, recalca el economista.

Y recuerda que el Gobierno fue contrario al confinamiento mientras el presidente hacía campaña para que la gente saliera a trabajar. “Mientras los países se tomaban en serio las restricciones para entender mejor cómo lidiar con el virus, Brasil prorrogó los efectos de la pandemia”, dice Moreira.

El ministro Guedes incluso redujo la partida para combatir el coronavirus en el presupuesto de 2021 porque no creía que habría una segunda ola. Llegó y fue brutal. Brasil tuvo 4.000 muertos diarios de marzo a abril. “El mundo tiene un problema de inflación y desempleo, pero el nuestro es mayor”, subraya el economista Moreira.

Los últimos datos muestran que los empleos se van recuperando, pero especialmente los del sector informal. Más de 13 millones de brasileños están sin trabajo (un 13,2% el último trimestre) y 25 millones trabajan por cuenta propia (del conductor de Uber al entregador de comida, etcétera). La renta de los trabajadores se ha desplomado un 10% en el último año, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).

Sólo al agronegocio le ha ido bien, impulsado por el alza de las materias primas. La Asociación Brasileña de comercio Exterior (AEB) prevé exportaciones de 270.000 millones de dólares, buena parte asegurada por China, el mayor socio comercial de Brasil. “Es un sector que funcionó sin mayores complicaciones”, explica José Augusto Castro, presidente ejecutivo de la AEB. Ni la sequía en el suroeste (la peor en un siglo) afectó los resultados de las exportaciones de commodities. Sin embargo, incrementó un poco las importaciones.

Brasil tuvo que importar más derivados de petróleo para centrales termoeléctricas porque genera la mayoría de su energía en hidroeléctricas. Castro advierte de que las buenas noticias no se replicarán en 2022 porque China crecerá menos. “Venderemos lo mismo, pero a precios menores”, evalúa Castro.

Este Gobierno se vendió como amigo del mercado y Bolsonaro dio enormes poderes a Guedes. Prometían alumbrar varias reformas que los empresarios consideran imprescindibles hace tiempo. El primer año quedó marcado por la aprobación de la reforma de las pensiones, con una edad mínima de jubilación, pero las que prometían adelgazar la administración y simplificar los impuestos quedaron aguadas o aparcadas a medida que la relación con el Congreso se complicó.

Tras unas convulsas jornadas marcadas por el futuro del techo de gasto, turbulencias en los mercados y la acusación a Bolsonaro de crímenes contra la humanidad, el presidente y su ministro han vuelto a hablar de privatizar la joya de la corona brasileña, que ya tiene capital privado pero bajo control estatal. Guedes sostiene que es el momento de vender porque “en 30 años Petrobras no va a valer nada”, como otras industrias fósiles. “Solo me da dolores de cabeza”, añadió Bolsonaro.

El exmilitar pretende ser reelegido en 2022, un año que vendrá marcado por la crisis y la amenaza de recesión. Una coyuntura similar a la de 2002, último año del mandato de Fernando Henrique Cardoso, con estanflación, economía lenta e inflación alta. Cardoso quería impulsar como su sucesor a José Serra, que perdió entonces ante Lula da Silva, al que las encuestas colocan ahora como sucesor de Bolsonaro. Queda un año y se prevé que la evolución económica tenga una influencia capital en el voto.

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