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BANCA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fulgor y desastre del opante

Si al BBVA le toca repensar muchas cosas, al Sabadell le corresponde digerir su éxito

Xavier Vidal-Folch

El fracaso de la opa hostil contra el Sabadell es estrepitoso, sin paliativos. El pez chico ha sorteado el zarpazo del grande. El dictamen sobre el color de este resultado ni lo contemplaba, paradoja, el propio presidente del BBVA, el banco opante. Carlos Torres respondió, cortés, a preguntas de quien esto escribe, sobre qué consideraría un éxito, qué un fiasco, y qué un escenario manejable. Fue rotundo. La respuesta fue que no había tres opciones, que la cosa era binaria. Que si se adhería el 50% (más una acción) del capital, la opa triunfaba, porque quería controlar; menos que eso, se hundía.

La crueldad del nivel de aceptación es doble. Llega tras una supuesta “mejora”, de la que siempre perjuró, erosionando la confianza debida a un banquero sólido. Y la escasísima respuesta de aquellos cuyo apoyo veía garantizado al 100%, los fondos internacionales de inversión —en torno a un tercio del capital del banco vallesano—. Eso le augura una convivencia no muy cómoda con algunos de sus accionistas clave. Cuando suceden estos reveses chirría la consigna de que si no se triunfa “no pasa nada”. Y también mantener el rumbo y el capitán como si nada sucediese, porque rumbo y expectativas ya han cambiado: BBVA vuelve a ser un banco mexicano con sede en España, y deberá reinventar ahora la estrategia para reforzar su perfil español/europeo.

Una interpretación evidente de ese retranqueo del gran capital apela un antiguo aforismo: “Al dinero no le gusta el ruido”. A nadie le interesa meterse en un jardín la mayoría de cuyos propietarios (aunque no sean la mayoría del capital social) —los pequeños accionistas/clientes; los clientes a palo seco; el entorno de la sociedad civil y la práctica (e insólita) unanimidad de la política española, aunque con más o menos énfasis según los casos— rechaza esa entrada. Era contrariar a casi todos. Era entrar pisoteando las flores dominantes del paisaje, y sus semillas de futuro.

Tampoco entusiasma a nadie, en una vida financiera que se mueve en nanosegundos, el horizonte de una transición de tres años hacia la plena posesión del opado, sin activar desde el principio todos los ahorros de costes prometidos (sinergias). Y sin una explicación de la pérdida de los beneficios contables del fondo de comercio negativo (el badwill, que llegó a contabilizar en más de 2.000 millones de euros, y quedó en casi cero), merced al enorme alza en los resultados del rival. Además, algún inversor institucional debió preguntarse por la seriedad de quienes lanzaban promesas tan reiteradas (la negativa a mejorar la oferta) como incumplidas, amén de las que se adivinaron en el foco de lo probable (como la segunda opa, si los opados respondían al menos con un 30% de aceptaciones), con el riesgo financiero consiguiente para el banco de origen vasco.

Si al BBVA le toca repensar muchas cosas, al Sabadell le corresponde digerir su éxito: los pescadores en río revuelto deberán recordar cómo se ha mostrado inexpugnable. Sabe que su cotización puede flexionar algo a la baja temporalmente. Y que necesitará completar su resultado con algunos grandes proyectos: consolidación amistosa con otras entidades, pactos tecnológicos, banca electrónica…

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