El valor de las protestas
Las manifestaciones en las calles se multiplican en defensa de derechos fundamentales. Es una muestra de madurez democrática, pero también de desencanto
El aumento del número de manifestaciones de protesta en las últimas décadas en este país es probablemente un reflejo de una doble percepción: existe una mayor conciencia de los derechos a medida que se consolida la democracia, pero al mismo tiempo las insatisfacciones ciudadanas siguen siendo muy elevadas.
Un buen indicador del incremento del volumen de actos de contestación pública es que las manifestaciones han pasado de las 10.902 en 1994 a 53.726 en 2018. En 2023 se situaron en 31.715, según el Ministerio del Interior. En ese año, el mayor número correspondió a movilizaciones por temas laborales (9.652). En segundo lugar, las manifestaciones contra medidas políticas y legislativas (3.393), y en tercer lugar figuran las movilizaciones por cuestiones relacionadas con la sanidad (1.900).
Es significativo el papel esencial que siguen desempeñando la clase trabajadora y los sindicatos en la construcción de una sociedad democrática. Realidad a la que hay que confrontar con las dificultades para reducir el nivel de pobreza y exclusión social (que actualmente está enquistada en 26,5% de la población) o la imposibilidad de acceso a la vivienda para un segmento de ciudadanos cada vez más amplio.
Joan Vergés Gifra, profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Girona, analiza las causas del creciente papel de las protestas en La protesta i la queixa (La protesta y la queja), de la editorial Arcàdia. Por una parte, constata que el aumento de la contestación social es un fenómeno mundial que se ha disparado con acontecimientos como la Primavera Árabe, el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos o el 15M en España. Al mismo tiempo subraya que las acciones son cada vez más multitudinarias, como la huelga general en la India contra el plan del Gobierno de liberalizar la agricultura y el trabajo que movilizó a 250 millones de personas.
El profesor Vergés apunta una explicación general del aumento de las protestas y de por qué se registran en ciertos lugares: “La desigualdad socioeconómica, una causa que tenemos identificada desde Aristóteles”. En su reflexión lamenta la caída en desgracia del tercer elemento de la triada revolucionaria del proyecto ilustrado. “La libertad y la igualdad todavía tienen un papel en nuestro ideario político, pero la fraternidad, ninguno”. Sostiene que “pensar que aquel que evade impuestos no es solamente un delincuente al que la justicia ha de perseguir sino un traidor al proyecto colectivo, elevaría las posibilidades de la cólera propia de la rebelión”.
Con el aumento de las protestas han aparecido nuevas identidades como la del activista. Es el héroe moral que protesta por una causa humanitaria como la crisis climática o la falta de viviendas. Es importante, porque para que haya contestación social no es suficiente que exista desigualdad. Para Vergés, “lo que explica que haya contestación social es la percepción por parte de un colectivo de que una determinada desigualdad es injusta”.
A su juicio, la democracia funciona bastante bien con la protesta, pero tiene dificultades con la queja, que es el residuo que queda cuando no se logran las justas demandas. Sin fraternidad es imposible estabilizar ningún sistema económico.
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