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Ignacio Ezquiaga: “La vivienda es la asignatura pendiente de la crisis de 2008”

Un estudio del economista publicado por Funcas bucea en los orígenes de la burbuja inmobiliaria para explicar los problemas actuales de acceso a la vivienda

Ignacio Ezquiaga
El economista Ignacio Ezquiaga, este martes en Madrid.Samuel Sánchez
José Luis Aranda

El economista Ignacio Ezquiaga (Madrid, 63 años) ha sido cocinero antes que fraile. Del mundo académico saltó a la banca, donde trabajó en puestos de relevancia de varias entidades durante la burbuja inmobiliaria de principios de siglo y en la larga crisis que siguió. Ahora vuelve a la investigación con un trabajo que Funcas (el servicio de estudios de las antiguas cajas de ahorros) presenta este jueves y en el que trata de explicar las causas de la crisis de accesibilidad a la vivienda que padece España. “Es la asignatura pendiente”, afirma con rotundidad. Y sabe de lo que habla porque, en su búsqueda de motivos, se ha ido a un mundo que conoce bien: el de las finanzas y la manera en que las entidades concedían créditos a los promotores dos décadas atrás.

El estudio, titulado El sistema ya no financia burbujas: escasez de vivienda y caída del crédito, detiene gran parte de su recorrido por la primera década de siglo. “Estamos hartos de escuchar mucha moralina de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades y en el fondo cualquier bum tiene que ver con eso, pero a mí me inquietaba investigar el origen último de la crisis de 2008 por sus efectos tan devastadores”, explica el autor. Esa causa profunda la encuentra no en las hipotecas, sino en la manera en que los bancos prestaban dinero a espuertas al sector inmobiliario. “Lo que demuestra el estudio es que ya en la burbuja vimos un desmadre del canal crediticio”, relata, “lo grave es que se dieron muchos créditos a promotores que luego no llegaban ni a hacer las viviendas”.

Ezquiaga, al que el estallido de la burbuja pilló en Cajamurcia, tiene una visión hasta cierto punto indulgente de aquellos años, pero con un relato que acaba en un juicio implacable: “Los bancos no eran conscientes de dar préstamos con tasaciones sobrevaloradas y de que a su vez otros en el sector hacían lo mismo; como tampoco eran conscientes las autoridades supervisoras o las agencias de calificación”. “Era una locura”, zanja.

Él mismo, que profesionalmente lo vivió de cerca, se ha sorprendido al poner números al fenómeno: “Un hallazgo importante del estudio es que fue muy transversal, todo el mundo daba el préstamo promotor de la misma manera”. El saldo vivo de estos créditos llegó a representar un 30% del PIB de España, cuando hoy ronda el 5%. El análisis arranca en 1998 (y abarca el último cuarto de siglo) con la reforma de la ley de suelo de ese año. “Todo estaba alimentado por una euforia que no era la normal, la que se derivaría por ejemplo de la entrada en el euro, sino que era sobre todo consecuencia de la recalificación masiva de suelos, que hizo que estos multiplicaran su valor sin haber hecho nada en ellos y que las valoraciones empezaron a contemplar expectativas urbanísticas”, recuerda Ezquiaga.

Pero lo que más preocupa ahora al economista son las consecuencias. Con la euforia inmobiliaria, señala, España abandonó el que había sido su tradicional sistema de provisión de casas. “La vivienda de protección oficial se diluyó con la burbuja y ahora no queda prácticamente nada”, argumenta. El trabajo valora que “la economía española salió fortalecida” de la larga y dolorosa reestructuración bancaria que siguió al 2008 y costó más de 74.000 euros a las arcas públicas. Pero en el resultado también queda esa cicatriz de la Gran Recesión que marca sobre todo a las generaciones que menos tuvieron que ver con aquello. “El problema de la vivienda son los 14 millones de jóvenes que no pueden crear un hogar porque no llegan, ni los más ricos ni los más pobres”, destaca el autor, “solo se salvan los que heredan”.

De esa realidad se deriva una “brecha generacional” en la que la riqueza se concentra cada vez más en los hogares de más edad. Los familias encabezadas por alguien de más de 65 años acumulan la mitad de la riqueza neta del país, mientras el porcentaje de menores de 35 años que son propietarios de una casa ha caído del 70% al 35% en menos de una década. Pero el economista señala que “no hay un enfrentamiento generacional” porque los problemas de los jóvenes también competen a los mayores: “Son sus padres o sus abuelos, y cualquiera que tenga un hijo en edad de buscar su primera vivienda sabe que las pasan canutas”, relata. Por ello, el trabajo apunta a la “reorientación” de las políticas de vivienda. Y su autor pide de manera entusiasta a explorar esa posibilidad: “Este modelo residencial está claro que está en crisis y la única manera de solucionarlo es segmentarlo creando un segmento público como ha habido siempre”. Pero en ese cambio en el que ve imprescindible que el sector privado participe —”hacer la vivienda más asequible también es un negocio”, anima— Ezquiaga es consciente de las dificultades que conlleva esa reconstrucción, o incluso reinvención, del modelo: “En eso no entro, lo dejo para el siguiente libro”, dice medio en serio medio en broma.

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Sobre la firma

José Luis Aranda
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS, diario donde entró a trabajar en 2008. Escribe habitualmente sobre temas de vivienda y referentes al sector inmobiliario. Es licenciado en Historia por la Universitat de València y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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